¿Esculturas de ocupación o liberación?

En un país más relajado, en otro momento de la historia flamante de Europa, el hercúleo monumento en el parque de Pardaugava (Vencimiento) de Riga sería tal vez calificado en los folletos turísticos como “una selfie obligatoria para los fans del retro soviético”.

Pero, en estos momentos, el colosal monumento a los Liberadores de Letonia de los Invasores Fascistas –con su monolito de 72 metros y estatuas de la raíz país y tres soldados del Ejército Rojo–, está rodeado de una valla policial. “¡No se pueden hacer fotos!”, ordena una inexperto policía.

Un 55% de los habitantes de Letonia acento letón en casa, un 26% acento ruso, y un 17%, los dos idiomas

Detrás de las barreras, quedan algunas margaritas y rosas dejadas el pasado día 9 de mayo, el 77.º aniversario de la rendición alemana en presencia de el ejército soviético en Berlín al final de la Segunda Supresión Mundial. Aunque muchas flores habían sido levantadas en la pala de un bulldozer el día posteriormente de la ceremonia, y tiradas a la basura. Órdenes del junta de Riga.

En abriles anteriores, decenas de miles de personas –principalmente del 30%-40% de la población que es rusoparlante– acudían al monumento para conmemorar lo que ellos consideran la fuga de Riga por el ejército soviético. Para la mayoría de los letones, es un símbolo odioso de ocupación.

Hasta este año se había mantenido la paz. Pero desde la in­vasión de Ucrania, el monumento –erigido en 1985, solo seis abriles antiguamente del desmoronamiento de la URSS– se ha convertido en un polvorín. Aunque acudió mucha menos muchedumbre para rendir homenaje este año, la polémica ya está servida.

Dos partidos de la derecha nacionalista letona, integrantes del Gobierno de coalición, aprovecharon la oportunidad para resolver pendientes cuestiones legales sobre la destrucción del monumento. Acto seguido, el Parlamento aprobó retirarlo del parque de Pardaugava, con 67 votos a distinción y 17 en contra, con el apoyo del primer ministro, Krišjānis Kariņš. El Consistorio ya debe atreverse si quiere dinamitarlo o rendir sendas ofertas de Crimea y San Petersburgo para quedárselo. Es año de elecciones en Letonia y el derribo del monumento puede traducirse en votos.

“Muchos letones ven la invasión de Ucrania como una repetición de nuestra historia; los rusos hasta repiten aquello de aplastar a los nazis”, dice Arnis Katkins, director de la encuestadora SKDS. “La muchedumbre no puede ver el monumento soviético con los mismos fanales posteriormente de lo que ha pasado en Ucrania”.

Letonia fue invadida por los soviéticos tras el acuerdo Mólotov-Ribbentrop entre Stalin y Hitler en 1939. Luego, llegaron los alemanes en 1941 y tres abriles posteriormente, otra vez, los soviéticos

La semana pasada, unos 5.000 antisoviéticos cruzaron el río Daugava hasta el monumento soviético para exigir su demolición. La próxima protesta será de defensores del monumento soviético liderados por la eurodiputada de Unión Rusa de Letonia, Tatjana Ždanoka, que fue detenida por la policía tras una manifestación el 13 de mayo contra el uso del bulldozer y contra la demolición.

En cambio, los ciudadanos de Riga que paseaban por el parque el pasado martes se mostraban o indiferentes o admisiblemente opuestos a la demolición. “Me da igual. Es un asunto de la procreación
preparatorio”, decía Ludovic, coci­nero de 25 abriles del restaurante Afectado en el centro turístico.

Algunos temen una repetición de lo ocurrido en el país vecino, Estonia, en el 2007, cuando la osadía de desplazar el llamado Soldado de bronce , otro monumento soviético, del centro a la periferia de la renta, Tallin,
desató una ola de disturbios.

Otros advierten de que un estallido de protestas puede ser utilizado por el presidente ruso, Vladímir Putin, como un pretexto para iniciar agresiones contra Letonia.

El trasfondo de la crisis es “el fracaso total de las políticas de integración de los rusohablantes”, explica Juris Rozenvalds, historiador de la Universidad de Riga.

Tras la independencia de Letonia en 1991, se decidió dejar a 700.000 rusoparlantes –más del 30% de la población– sin ciudadanía y sin derecho a elegir, principalmente porque no hablaban letón, la única dialecto oficial. “Es un poco humillante para los rusoparlantes, pero los letones estamos obsesionados con el tema del idioma” , añade el bilingüe Rozenvalds.

Se temía que la presencia de miles de inmigrantes rusos en Letonia –muchos de ellos militares jubilados– saboteara el plan de la independencia. Ahora solo el 1% carece de ciudadanía. Pero se creó un caldo de resentimiento que aún bulle a fuego flemático.

Hay problemas de representación política incluso. El partido más votado de Letonia, el socialdemócrata Saskana (Concordia), apoyado principalmente por rusoparlantes, en la vida ha podido entrar en un gobierno de coalición.

Según un tienta de SKDS realizado hace dos semanas, un 55% de los habitantes de Letonia acento letón en casa, un 26% acento
ruso, y un 17%, los dos idiomas. Paradójicamente, parte de la población rusoparlante está compuesta por migrantes de Ucrania, Bielorrusia y Georgia.

En torno al 90% de los que hablan letón en casa apoya a Ucrania en la lucha contra Rusia. Los rusoparlantes son más cautos. El 47% dice que ni apoya a Ucrania ni a Rusia. “Los rusoparlantes ven televisión rusa y los letones ven televisión letona”, dice Katkins. Ahora los medios rusos están prohibidos, pero las redes sociales mantienen las dos realidades enfrentadas en la conciencia colectiva letona. “Yo escucho los medios rusos, letones e ingleses”, señalaba una emigrante bilingüe de Rezekne, hija de un “no-ciudadano” que volvía a Manchester en un planeo de Ryanair. “No me fío de nadie”.

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