La tramposa versión de Velázquez de la rendición de Breda

Velázquez nunca estuvo allí. Y lo que es más: nunca tuvo intención de plasmar exactamente cómo sucedió. La rendición de Breda fue un cuadro que conmemoraba un suceso positivo: la capitulación de la ciudad holandesa de Breda en presencia de el sitio de las tropas españolas en 1625. Pero más que documentar el hecho fidedignamente, la pretensión del muralla era entender una esencia.

Esa esencia era la de la España de los reyes de la casa de Austria: un imperio que vence pero que de ningún modo humilla. El imperio de los caballeros hidalgos. O como lo materializó Velázquez: un universal campeón al servicio de la Corona que posa su mano sobre el holandés vencido para impedir que se postre en presencia de él durante la entrega de las llaves de la ciudad. Solo que esta ofrenda, en ingenuidad, de ningún modo ocurrió.

Entre la historia y el teatro

Cuando Velázquez encaró el muralla en blanco (lo pintó entre 1634 y 1635) ya habían transcurrido unos diez primaveras desde el suceso, y divisa popular y obras de ficción lo habían distorsionado ya. El pintor, un investigador congénito para sus composiciones, buscó para su cuadro una fusión de todo ello.

Un encargo de palacio

Entre 1634 y 1635, Velázquez se encargó de la embellecimiento del salón de Reinos, la cámara principal de la residencia de alivio que se estaba construyendo Felipe IV, conocida como palacio del Buen Retiro. Para las paredes de este pabellón se encargaron doce pinturas que exaltaban las victorias militares de los Austrias.

Entre otros artistas coetáneos, Zurbarán ejecutó la Defensa de Cádiz contra los ingleses, y Velázquez se reservó para sí la decorado principal: La rendición de Breda, un cuadro que no estaba concebido como lo conocemos hoy. Las radiografías, que permiten observar los sucesivos repintes, tan habituales en el intérprete, demuestran, por ejemplo, que el heroína que aparece de espaldas estaba situado más al centro.

La historia positivo se inicia en agosto de 1624, cuando el universal Ambrosio Spínola, al mando de los tercios de Flandes, cerca por sorpresa Breda. La ciudad estaba en aquel momento adentro de las fronteras de las Provincias Unidas (presente Holanda), la zona protestante de los Países Bajos que a finales del siglo XVI se libró del tiranía de los Austrias y que se había convertido en la pesadilla de la monarquía española: los holandeses se alzaban como unos serios competidores navales y comerciales para el Imperio.

La batalla de Spínola suponía tanto un correctivo a la insolencia flamenca como una batalla para recuperar un punto fronterizo importante. Era, en cualquier caso, un hecho de armas más en el entorno de las trifulcas entre católicos y protestantes –agrupadas bajo la lucha de los Treinta Abriles– que surcaban la Europa de la época.

Marqués Ambrosio Spínola, Rubens (h. 1630).

Ambrosio Spínola, Rubens (c. 1630).

Dominio conocido

El 2 de junio de 1625, tras nueve meses de fatigoso aislamiento, el regidor de Breda, Justino de Nassau, se rendía, y la mensaje provocaba una arrebato de contento en toda España. Fue, por otra parte, un gran acontecimiento en Europa, pues caballeros de todos los rincones habían acudido en alguna ocasión a contemplar las entonces famosísimas tácticas militares de Spínola.

Tres días posteriormente se producía el acto formal de capitulación. La magnanimidad de Spínola se hizo legendaria: prohibió cualquier ataque a las tropas holandesas que abandonaban la ciudad, no impuso demasiadas presiones para que los habitantes de Breda renunciaran a su fe protestante e, incluso, alabó el valencia de sus oponentes.

Pero ningún testimonio de la época dejó escrito que Nassau le hiciese entrega de las llaves de la ciudad. Esta decorado fue una invención de Pedro Calderón de la Barca para su obra de teatro El sitio de Bredá, escrita en dirección a 1626. Y esa es la fuente de la decorado central del cuadro de Velázquez: el teatro.

Lanzas que no lo son

La rendición de Breda además es conocido como Las lanzas, a pesar de que las armas que aparecen son más propiamente picas (en el edicto gachupin) y alabardas (en el holandés).

El pintor nunca escondió el origen teatral del muralla: Spínola y Nassau parecen verdaderamente estar representando una decorado con un ornamento de fondo. Baste con mirar a Spínola e imaginar las palabras que Calderón puso en su boca en aquel instante: “Justino, yo las recibo [las llaves] y conozco que robusto sois, que el valencia del vencido hace distinguido al que vence”. Un ademán que ejemplifica el valencia gachupin más universal de la época: la hidalguía, la gran idea que subyace en el cuadro.

Sin bloqueo, no todo es ficción aquí. El paisaje tras las figuras humanas es la verdadera Breda y sus alrededores, esbozado casi como un carta, a la forma de los pintores flamencos: un paisaje holandés pintado a la holandesa, uno de los guiños geniales de Velázquez. Asimismo, la ámbito azulada es la propia de aquellas brumosas tierras del mar del Septentrión, captada, por otra parte, con una perfecta perspectiva aérea (es aseverar, logra mediante la clímax de los colores y las pinceladas dar la sensación de alejamiento, de que hay ventilación de por medio).

Asimismo es verista la plasmación de Spínola, a quien Velázquez conoció en una travesía entre Barcelona y Génova. El rostro de Nassau, en cambio, era al margen al pintor y solo pudo verlo en algún retrato: por ello, quizá, Velázquez lo colocó en escorzo.

La rendición de Breda es un inmenso espectáculo de hechicería pictórica donde nulo está dejado al azar. ¿Quiénes son los vencedores? El género con armas más abundantes y mejor ordenadas, el de la derecha, los españoles. ¿Quiénes los vencidos? Los que muestran menos armas y colocadas de forma desordenada, el de la izquierda, los holandeses. Y el toque supremo, un charnela con dos momentos en el tiempo: detrás, las humaredas dan a entender que el sitio sigue en marcha; delante, se sella la paz.

Hasta el postrer detalle

La composición formal es una distribución de principios y manchas de color que solo podría darse por pura casualidad, pero que de ningún modo parece falsa. Esa es la cualidad que distingue a los pintores geniales de los meros pintores. Cada personaje adopta una postura y un ropaje que le permiten destacar de los que le rodean por contraposición. La horizontalidad del Gloria y el paisaje choca con la verticalidad de las armas españolas. Cuatro picas imperiales y su bandera se inclinan a la derecha, dos de las holandesas y su renombre lo hacen a la izquierda.

'El sitio de Breda', por Pieter Snayers.

'El sitio de Breda', por Pieter Snayers.

Dominio conocido

La entrega de llaves, símbolo del poderío gachupin, es el centro del cuadro y el colofón de la cámara teatral de Calderón. Pero a entreambos lados de Spínola y Nassau, en una imperfecta simetría, están sus soldados. Podrían suceder sido meros figurantes, pero Velázquez (que siquiera rehuyó inmortalizar en otras obras a los más escondidos protagonistas de la corte: los enanos y bufones) los dotó de rasgos propios.

Curiosamente, casi nadie está observando el solemne acto de entrega de llaves. Están ensimismados en sus pensamientos, son protagonistas de su propia historia. Pero todas las caras tienen un peculiaridad en popular: cansancio, tanto las de los vencedores como las de los vencidos. Este es un detalle que se corresponde con la verdad: el sitio de Breda y las guerras holandesas en universal supusieron un esfuerzo enorme para las arcas españolas, y Velázquez lo sabía.

Débil el imperio de los Austrias, la ciudad de Breda volvía a manos holandesas en 1639. Su sitio y rendición quizá habrían pasado a la posteridad como un episodio más del conflicto, pero Velázquez y su pintura le otorgaron la universalidad. Una decorado recreada que hizo inmortal un hecho histórico.

Que el muralla haya llegado hasta nuestros días es casi un portento: se salvó del incendio del Buen Retiro de 1640 y posteriormente volvió a esquivar las llamas que destruyeron el Alcázar (la residencia positivo) en 1734. De ahí pasó al nuevo hogar de los monarcas españoles, el Palacio Efectivo, hasta que Fernando VII en 1819 lo donó como parte de la colección fundacional del Museo del Prado, donde sigue expuesto.

Detalles y misterios por resolver

• Los personajes que Velázquez colocó en retaguardia en la parte española (a la derecha) se corresponden con la imagen arquetípica de los temidos tercios de Flandes: soldados bigotudos y patilludos.

• La figura situada más a la derecha del cuadro ha sido identificada por diversos estudiosos como la del propio Velázquez, que ya hizo lo mismo en dos lienzos más: La adoración de los Reyes Magos y, seguidamente, sin ocultación alguno, en Las Meninas.

• Los caballos y los dos únicos arcabuces de la obra aportan una curiosa simetría. Los equinos casi parecen el anverso y el reverso del mismo animal.

• En la cantón inferior derecha puede estar una hoja de papel en el suelo. ¿Se proxenetismo de un detalle puramente formal, una hoja blanca que destacara sobre el suelo impreciso? ¿O quería simbolizar quizá un documento en concreto, casi pisoteado? En aquel tiempo el papel no constituía un correctamente exuberante y no era popular encontrarlo tirado por el suelo.

• En el irreal espacio de luz que delimitan los personajes centrales, una especie de resplandor en torno a de la picaporte, se ve una fila de soldados. Sus uniformes son de colores inconcebibles en la vestimenta marcial (rosa y amarillo pálido, celeste celeste y verde pastel).

Este texto forma parte de un artículo publicado en el número 418 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes poco que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.

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