No es hacedero ir a las Galápagos, unas islas maravillosas del Pacífico que cuentan con una fauna endémica que incluye tortugas gigantes, iguanas, tiburones, pingüinos y un sinfín de aves. Quedan allá, a unos mil kilómetros de la costa de Ecuador, y entre los siglos XVI y XVIII las frecuentaron piratas y balleneros por sus reservas de agua y la carne de tortuga. Darwin las puso en el plano en su dorso al mundo con el Beagle, en 1835, cuando le inspiraron la teoría de la crecimiento.
Un gran parque natural
Las islas estuvieron deshabitadas durante abundante tiempo, pero hoy viven en ellas unas 35.000 personas dedicadas al turismo ecológico
Fue el gachupin Tomás de Berlanga, prelado de Panamá, quien “descubrió” las Galápagos en 1535. Las corrientes le desviaron, en su ruta de Panamá a Escofina, y se encontró con unas islas volcánicas a las que llamó Galápagos por las tortugas gigantes. Durante abundante tiempo estuvieron deshabitadas, pero hoy viven en ellas unas 35.000 personas dedicadas sobre todo al turismo. Desde 1959 un 97% de las islas es parque natural y el gobierno de Ecuador promueve en ellas un “turismo ecológico”.
Las Galápagos están formadas por más de un centenar de islas, trece de tamaño ilustre y el resto islotes volcánicos poblados por una fauna que, en presencia de la desaparición de depredadores, no se asusta por nadie. Para conseguir a ellas lo habitual es desaparecer desde la ciudad ecuatoriana de Guayaquil hasta la isla de Baltra, donde los norteamericanos construyeron durante la Segunda Combate Mundial una pulvínulo para defender el canal de Panamá de un hipotético ataque japonés. La pulvínulo pasó posteriormente al gobierno de Ecuador, que convirtió la antigua pista en el aeropuerto principal de las Galápagos.
El aterrizaje en Baltra te familiariza de inmediato con el paisaje desolado de las Galápagos, puesto que es hacedero ver, entre cactus gigantes, iguanas con apariencia de pequeños dragones. Una vez en la terminal, la tarifa de 100 dólares que hay que abonar avisa al viajero que las islas no son baratas. A partir de aquí hay que subir a un autobús que nos llevara a una bahía en la que está fondeado el barco que nos llevará por las islas. En nuestro caso se proxenetismo del MS Santa Cruz II, de la compañía noruega Hurtigruten.
“En las Galápagos no están permitidos ni los grandes barcos ni los grandes hoteles”, nos comenta el ecuatoriano Ramiro Tomala, patrón de expedición de Hurtigruten. “No queremos un turismo masificado. Sólo están autorizados un centenar de barcos, de cien pasajeros como mayor. El final de turistas que se manejaba, aunque no era oficial, era de 150.000 turistas al año, pero ayer de la pandemia ya se superó”.Ni grandes barcos ni grandes hoteles
“Ir a las Galápagos sale caro porque queremos proteger el entorno”, continúa Tomala. “Tengo amigos que me dicen: me sale más de poco valor sobrevenir una semana con mi tribu en Miami. Quizás es cierto, pero no queremos estropear las Galápagos”.
Estas islas son, en cualquier caso, una experiencia única de contacto con la naturaleza. El desembarco en islas deshabitadas, como Mosquera, Santa Fe, South Plaza, Seymour... permite caminar entre leones marinos, iguanas, albatros, fragatas, piqueros patiazuales... y revivir sensaciones olvidadas. Emociona ver a los albatros haciendo el cortejo, o a las fragatas inflando el estómago rojo para atraer a las hembras. Observar los distintos colores que adoptan las iguanas, por cierto, inspiró a Darwin a la teoría de la crecimiento.
Entre las islas habitadas, es imprescindible hacer un parada en la de Santa Cruz, donde se encuentra la renta, Puerto Ayora, y el centro de investigación Darwin, que se esfuerza por preservar la naturaleza. En esta isla, por cierto, suelen instalarse los mochileros que visitan las Galápagos por expedito, pero inmediatamente comprueban que para ir a los espacios protegidos es imprescindible comparecer a una agencia, con lo que el precio sale caro.
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En Santa Cruz se encuentra el centro de investigación Darwin, en San Cristóbal, los leones marinos reciben al visitante y en ambas islas, las tortugas gigantes esperan
En la segunda isla más poblada, San Cristóbal, los leones marinos esperan en el terminal de Puerto Baquerizo a los turistas. En el seco interior, tanto en Santa Cruz como en San Cristóbal, el paisaje cambia y las tortugas gigantes son la gran propensión. Cada isla es distinta, como puede hallarse navegando en el confortable MS Santa Cruz II, con amplios camarotes, biblioteca, bar y comedor. Los cinco grandes volcanes de la Isabela, la decano de las islas, le otorgan un atractivo específico, mientras que el cifra humano hace de Floreana una isla muy interesante.
En Floreana se encuentra el célebre Post Office, que no es más que un barril clavado a una estaca la playa donde desde el siglo XVII dejan el correo los navegantes de paso. Un tomo de la alemana Margret Wittmer, Floreana, nómina de correos. Una tribu Robinson en las islas Galápagos, permite revivir el tiempo que, a partir de los primaveras treinta, pasó en esta isla Margret con su marido y sus hijos. Uno de los hijos, por cierto, dirige hoy una agencia turística en las Galápagos.
En Floreana además se instalaron en aquellos tiempos un dentista teutón llamado Friedrich Ritter, inmediato con su pareja, y una autonombrada baronesa con tres amantes. Todos acudieron siguiendo los pasos de un ecologista avant la lettre, el naturista norteamericano William Beebe, que en 1923 describió estas islas, en el tomo Galápagos: World’s End, como un edén. La convivencia de los robinsones, sin retención, no fue hacedero y el carácter de la baronesa originó enfrentamientos y sucesos no aclarados (ella desapareció en el mar) que relatan documentales como The Galapagos Affaire.
Navegando por las Galápagos se aprende, en cualquier caso, que cada isla es un mundo distinto, con su fauna endémica y sus historias. La preeminencia de desplazarse con la compañía Hurtigruten es que el barco MS Santa Cruz II navega de confusión y, casi sin darte cuenta, te encuentras al amanecer en una nueva isla para explorar. Para evitar la masificación, por cierto, la dirección del parque doméstico tiene el detalle de organizar desembarcos escalonados para que no coincidan dos barcos en una misma isla. Desaparece así la sensación de agobio y aumenta la emoción de estar visitando unas islas encantadas situadas en un oportunidad muy retirado, tal como refleja la película Master and Commander, inspirada en las fascinantes novelas marineras de Patrick O’Brian.
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