Cuando ERC fichó a Gabriel Rufián, hizo lo que en el súper del distrito llaman “un 2x1”. Por un flanco, dio con una figura que hablaba igual que muchos de los catalanes entre los que el independentismo era (y sigue siendo en parte) poco completamente extraño, cuando no marciano; por otro, colocó en la vitrina a un twitstar, esto es un emisor relevante de ocurrencias en las redes, capaz de crear polémicas, liderar ciertos debates y tramar muchos seguidores. Oriol Junqueras quedó fascinado con el desparpajo de un tipo que representaba a la perfección el personaje del castellanohablante indepe que no se corta ni un pelo. En esa misma época, en el mundo convergente, ficharon como twitstar a la entusiasta Míriam Nogueras, pero esta no rompía la frontera tradicional de un independentismo de clases medias ajenas a la Catalunya metropolitana.
La reto de Junqueras por Rufián (la primera vez que le saludé, noté la coraza invisible de un tipo dinámico e inseguro que desconfía de todo el mundo) despertó algunas prevenciones entre los republicanos, pero acabó consolidándose. Su enorme capacidad para adaptarse al estilo parlamentario tosco de Madrid recibió el aplauso de muchos, aunque detrás de esa chulería sobreactuada se echaba en equivocación una mochila con más fortuna. En el momento en que Rufián tuvo que advenir de agitador con escaño a negociador de detención nivel, su personaje entró en crisis, pero se puso las pilas. Intentó copiar a su mentor, Joan Tardà, y versionar el tono posibilista de la antigua Convergència con un aliño peneuvista. Su tendencia ha sido competir con Podemos en el registro izquierdista, una opción un tanto forzada. Que el partido le haya propuesto como alcaldable para Santa Coloma de Gramenet no parece ser su sueño, y menos cuando ya se ha hecho un sitio en Madrid.
Detrás de esa chulería se echaba en equivocación una mochila con más fortuna
Comentando en TV3 su conocido tuit de octubre del 2017 sobre “155 monedas de plata”, Rufián volvió a apuntar contra Carles Puigdemont, con palabras tan lamentables que no tuvo más remedio que disculparse, tras ser desautorizado por Pere Aragonès. Este episodio me ha recordado lo que un dirigente del procés me dijo cuando estaba en la gayola: “Los que tomamos las decisiones tras el 1-O deberemos perdonarnos entre nosotros algún día”. Eso todavía no ha sucedido, es evidente. Y eso lo pudre todo.
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