¿Por qué se venden los huevos en docenas?

Compactas, efectivas y ecológicas, las hueveras de cartón son tal vez uno de los objetos de diseño industrial más revolucionarios y, a la vez, más menospreciados. Consiguen la tarea ficticio de hacer correr a los huevos a través de distancias considerables sin que sufran desperfectos que los convertirían en basura; nos permiten cogerlos de seis en seis o por docenas con una sola mano; caben perfectamente en el compartimento de la congelador (y son el único alimento que tiene uno especialmente destinado) y permiten ser reciclados, sea para insonorizar una habitación de forma efectivamente económica o para cultivar planteles. Sin secuestro, un ocultación las sobrevuela: ¿por qué las hueveras son de 6 o de 12?

Por supuesto, todavía existen hueveras de gran formato, de 20, 30 o 145 huevos, pero el global de los mortales suele comprar la docena o media docena. Y sobre esta emblema, existen distintas teorías. Los que creen en la numerología, hacen relato a los 12 apóstoles, las 12 horas del día o los 12 meses del año. En recapitulación: tenemos una preferencia innata por el número 12, vaya.

El número 12 tiene más divisores que el 10, de él podemos extraer más grupos

Sin secuestro, hay más: en el mundo anglosajón, se cree que en ingenuidad todo viene por herencia romana. Resulta que cuando los romanos llegaron a lo que hoy conocemos como Inglaterra se empezó a desarrollar un sistema de medidas y unidades que mezclaba lo restringido con lo imperial, y por el que 1 chelín estaba formado por 12 peniques. Así, un huevo costaría 1 penique y 12, 1 chelín. La tradición se asentó a pesar del cambio de sistema e incluso cruzó el charco, arraigando todavía en las colonias estadounidenses.

¿Convencidos? Si no es así, echemos mano de la explicación más matemática. El número 12 tiene más divisores que el 10, lo que significa que de él podemos extraer más grupos. De esta forma, una docena de huevos puede dividirse en un asociación de 12 huevos, en dos grupos de 6, en tres grupos de 4, en cuatro grupos de 3, en seis grupos de 2 y en doce grupos de 1 huevo. El hecho de contar con más divisores facilitaría tanto su uso en cocina –ya que en una buena cantidad de recetas los huevos se emplean de dos en dos– y almacenamiento.

Evolución cartones de huevo

Transformación cartones de huevo 

CLV

De hecho, podría pensarse que morapio ayer el cartón de huevos que la docena o, lo que es lo mismo, que el diseño de la huevera rige indefectiblemente el número de huevos que podemos comprar en pack. Lógicamente es así, pero la respuesta no es tan sencilla. Para comprenderlo, hace desatiendo echar la perspicacia detrás y considerar cómo se han transportado los huevos a lo espléndido de la historia.

De la cesta a la huevera: historia del transporte de huevos

Hasta la expansión de los supermercados, en España era global comprar el número de huevos deseado, que se colocaban en una cesta con paja, trapos o papel de diario, y que ahora nos parece de lo más pintoresco. Normalmente, se intentaba que fuera un número par, de forma que todos los huevos encajaran entre sí.

Antigua caja de huevos

Antigua caja de huevos 

CLV

Lo mismo sucedía con los huevos que envolvían en papel de diario: solían comprarse de seis en seis para obtener un paquete con cierta rigidez y avalar –en la medida de lo posible– un buen transporte. La operación consistía en acomodar una hilera de tres huevos sobre un par o tres de hojas de diario, doblarla por encima de los huevos, poner tres huevos más donde terminaba aquella hoja y retornar a doblar el papel. Los extremos se cerraban para afianzar el paquete, que permitía apilar otra media docena encima.

En México, en cambio, los huevos pueden comprarse por kilos 

No obstante, en otros países el sistema de los huevos es diferente. Pespunte con cascar nuestra congelador y ver que, en muchos casos, las hueveras que el frigorífico incorpora solamente tienen capacidad para 10 u 8 huevos. La razón: en el país de fabricación, los huevos se consumen de 10 en 10 o de 8 en 8. Entre todas estas maneras de apresurar los huevos, la mexicana es peculiar: los huevos pueden comprarse por kilos y en algunas tiendas se despachan en bolsas. “Es sencillo: en las tienditas o colmados suelen comprar cajas de 360 huevos, lo que equivale a 30 docenas. Cuando vas a comprar, ponen una bolsa de plástico en la balanza y se van añadiendo los huevos hasta completar 1 kg”, cuenta la cocinera de la taquería Takearte, Paloma Ortiz, que añade una curiosidad: “Esas grandes cajas de huevos son lo que las bolsas de Aneto en España, ya que mucha clan las utiliza en las mudanzas o para correr. De hecho, una famosa marca de huevos, Huevos San Juan, regaló maletas con su logo a las personas que veía cargando sus pertenencias en las cajas de empresa en terminales de autobuses”.

La caja de huevos de los hermanos Stevens

La caja de huevos de los hermanos Stevens 

CLV

Los primeros inventos para mejorar el transporte de huevos se remontan a mediados del siglo XIX. Fue en 1867 cuando John L. y George W. Stevens, de San Francisco, mejoraron la tradicional caja en la que los huevos se colocaban entre algún material que los acolchara, como la paja o el papel de diario ayer mencionados o incluso panal de abeja. Los inventores dieron con una posibilidad: una caja de 360 huevos en la que incorporarían una rejilla, de forma que cada huevo estuviera contenido en un compartimento prieto y, todavía, separado del resto por niveles.

El problema de la rotura de huevos, que ascendía a 100 mil dólares mensuales, tal y como reportaría en 1921 el diario Printer’s Ink Monthly, preocupaba seriamente a Estados Unidos, por lo que distintos inventores no cejaron en su esfuerzo de encontrar una posibilidad definitiva. Así, primaveras más tarde de la invención de los Stevens, en 1894, el canadiense Herbert Havery Cummer diseñó y patentó una especie de caja plegable de madera para 3, 6, 9, 12 o 15 huevos, que llamó Humpty Dumpty. La caja se enviaba al cliente con los huevos solicitados y el cliente debía devolverla desmontada por correo. El sistema de Cummer fue todavía empleado para el transporte de frutas y vegetales.

El invento de Herbert Havery consistía en una caja de madera para 3, 6, 9, 12 o 15 huevos

Poco cambió con la entrada del siglo XX: el negocio de la pulpa de papel creció enormemente y se empezaron a producir todo tipo de artículos moldeados con ella. Martin L. Keyes, en Estados Unidos, que registró la diploma de la máquina moldeadora; Brødrene Hartmann, en Dinamarca; y Universal Pulp Packaging, en Escocia, fueron los líderes mundiales de la época. Por esta razón, la protohuevera de cartón no llegó hasta 1906. La industria cartonera, que se desarrollaba vertiginosamente desde principios del siglo XIX, surtió con el material necesario a Thomas Peter Bethell, que inventó la Raylite Egg Box en su Liverpool oriundo. La huevera entrelazaba tiras de cartón para crear una especie de ámbito para todos los huevos, y se colocaba en cajas del mismo material o de madera. Esta sería mejorada quince primaveras más tarde por Morris Koppelman, que consiguió que pudiera plegarse.

Joseph Coyle and his egg-carton making machine in his factory in Los Angeles, California

Joseph Coyle y su máquina para producir cartones de huevos en su factoría de Los Ángeles, California 

CLV

Finalmente, en 1911, un periodista creó la huevera que hoy conocemos. Editor y fundador de los periódicos Omenica Herald, Bulkey Pioneer e Interior News, Joseph Coyle era un ciudadano de la Columbia Británica al que le apasionaba inventar. Un día, escuchó una disputa entre dos vecinos: el ganadero restringido y el dueño de un hotel en Aldermere se hallaban enfrentados por una cuestión peliaguda: en numerosas ocasiones, los huevos que le proporcionaba el ganadero llegaban rotos a la cocina de su hotel. Aquello inspiró a Coyle para producir una cajita de papel maché, a cojín de periódicos viejos, con huecos acolchados para cada huevo. Lo llamó Egg-Safety Carton –igual que la compañía que fundó– y lo patentó en 1918.

Egg-Safety Carton

Egg-Safety Carton 

CLV

A pesar de su éxito, su hija, Ellen Myton, contaba para la B.C. Historial Association que su padre nunca llegó a ser millonario: “mucha clan –con mejores abogados– amasó fortunas gracias al invento de mi padre”. Razón no le faltaba, porque las patentes de huevera se sucedieron: en 1931, Francis H. Sherman, de Massachussetts, registró un cartón de huevos hecho a partir de pulpa de papel prensada y en 1969 la United Industrial Syndicate, de Maine, con Walter H. Howarth, Gerald A. Snow y Harold A. Doughty hizo su propio cartón, con unas pequeñas elevaciones entre huevo y huevo que otorgaban a la caja la rigidez suficiente como para poder apilarla, así como un obstrucción de ranura. 

Entre estos primaveras, la primera mujer en liderar el Food Research Laboratory de la USDA, ingeniera diestro en química, virología y refrigeración, estudiaría todavía formas de someter la ruptura de huevos. El negocio de Coyle floreció hasta su asesinato en 1972, a los 100 primaveras, puntual cuando las hueveras de plástico empezaron a triunfar en Estados Unidos.

Post a Comment

Artículo Anterior Artículo Siguiente