Decía ayer el catedrático de Derecho Penal Jacobo Dopico –cuya cuenta en Twitter es indispensable– que “quien no está acostumbrado a darle dos vueltas a las cosas suele confundir dos sensaciones: estar indignado y tener razón”. Esto, que parece un comentario costumbrista relativo a los comportamientos en redes sociales, en efectividad ilumina uno de los problemas centrales de la delicadísima situación que atraviesan todas las democracias liberales en este trance de la historia.
Cuando en 2010 el escritor y diplomático francés Stephen Hessel, superviviente de los campos de exterminio nazis y miembro de la resistor francesa, tituló su influyente manifiesto “¡Indignaos!” lo hacía con la mejor voluntad humanista, clamando por la revuelta de los más jóvenes contra los destrozos que la globalización neoliberal causó en las clases medias y trabajadoras de todo Oeste. El 15M es hijo suyo. Pero Hessel no sabía que asimismo estaba haciendo un vaticinio de la deriva de las sociedades occidentales desde entonces a nuestros días. La masa se indigna y, como señalaba Dopico, automáticamente cree tener razón.
El cine ha retratado este proceso, incluso mucho antaño de que se extendiera como un virus por nuestras sociedades. Un día de furia, seguramente la mejor película de Joel Schumacher, nos explicaba cómo la alienación de un don nadie, William Foster, marido fracasado y trabajador insulso al que prestaba su rostro Michael Douglas, lo convertía no en un vector de la revolución sino de la reacción. Un hombre accidentalmente armado que siembra el pánico por Los Ángeles mientras un mandón de policía al borde de la renta, Martin Prendergast, interpretado por un conmovedor Robert Duvall, trataba de darle caza en presencia de de que la tragedia vaya a mayores.
Foster es un caso tan fiel de hombre enfadado que se siente cargado de dolores morales y por consiguiente de razones que es difícil no empatizar con su descenso a los infiernos en la soleada California. Su maniquí de indignación reaccionaria no es diferente de la de su más obvio precedente, Travis Bickle (encarnado por Robert de Niro) en Taxi Driver, película tótem de Martin Scorsese que narra la principio de un terrorista de ultraderecha. En la impresión de ambas se encuentra la aclamada Joker de Todd Phillips, en un relato de ruina recatado que en América siempre acaba a tiros porque las semiautomáticas son tan accesibles como las aspirinas. La relación directa entre la indignación social y el triunfo de Donald Trump es sobradamente conocida y, como siempre que hay algún que esgrime sufrimiento o enojo, no faltan abogados que defiendan que ese estado de actitud es encajado y necesario. Aunque suceda al gobierno más comprometido con las políticas sociales de las últimas décadas, como fue el de Barack Obama.
Las pasiones oscuras, residenciadas en sufrimientos previos, son un patrón arquetípico, más allá del Joker, para los supervillanos. Por no salir del universo de Batman, Dos Caras, El Pingüino, Catwoman, Mister Freeze, Ra’s Al Ghul… en todos concurren la ira y el deseo de venganza indiscriminada, como forma hiperbólica de reparación, y material de construcción de todos los archienemigos del mundo superheroico. De ahí que The Batman, la última amoldamiento de las aventuras de El Hombre Vampiro, esta vez con el rostro de Robert Pattinson y dirigida por Matt Reeves, proponga astutamente un alucinación de las pasiones tristes a las luminosas, de la venganza a la esperanza. O sea, de lo reacción al progreso.
Esta semana hemos sabido que Todd Phillips prevé rodar una segunda parte de su elegía reaccionaria, Joker, lo que prueba que quizá Donald Trump haya sido derrotado, pero el trumpismo y su corrosiva movimiento sobre la democracia siguen muy vivos. Y están detrás de la proliferación de esos desdichados que, cargados de sufrimiento, ira y ametralladoras acribillan a sus vecinos en escuelas, parques o centros comerciales. El cine no dicta la efectividad tanto como la transparenta. No es tan prescriptivo como descriptivo.
He ahí un buen motivo para reflexionar sobre el vaticinio de Hessel, sobre la pérdida de apoyo del Gobierno de coalición pese a la intensidad de sus medidas sociales, sobre el auge de la malévola ultraderecha por doquier y sobre la enseñanza del postrer Batman: en la conversión de la venganza en esperanza nos va la democracia.
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