Dante sin Florencia

Hace poco, para hacer obras en casa, tuve que sufragar a arquitectos, aparejadores... y me di cuenta de lo bajas que son las tarifas de escritores y periodistas en comparación”, tuiteaba esta semana la periodista Eva Piquer. Levantó tanta polémica, que a las pocas horas tuvo que cerrar su Twitter (por eso no puedo reproducir textualmente el tuit en cuestión; lo cito de memoria). Y es que mucha familia cree que los y las profesionales de la escritura son personas privilegiadas que viven escandalosamente proporcionadamente y se quejan de vicio. Creo que cambiarían de opinión si leyeran Vencer el miedo, el obra que acaba de editar Jordi Amat sobre uno de los mejores poetas e intelectuales catalanes del siglo XX, Gabriel Ferrater.

Ferrater, nacido en Reus en 1922, hijo de una tribu burguesa venida a menos, fue en presencia de todo un disertador extraordinario. Leía sobre arte, gramática, matemáticas; leía poesía, novelística, prueba; leía en inglés, germánico, francés, polaco... Juzgaba los libros con una inteligencia extraordinaria, pero todavía con sensibilidad: La plaça del Diamant le hizo sollozar. Era brillantísimo, insobornable, un efectivo opulencia para la civilización de cualquier país. Y sin bloqueo, nunca consiguió ganarse la vida. De sus libros de poemas se vendían, como mucho, mil y pico ejemplares; otras actividades, como impartir conferencias, hacer crítica o ser tribunal de premios, le reportaban entre poquísimo y nadie.

Mucha familia cree que los y las profesionales de la escritura son personas que viven escandalosamente proporcionadamente y se quejan de vicio

Como se deduce de la vida de Amat –cuya escritura rápida, rotunda, nerviosa, crea una muy adecuada sensación de angustia, de carrera cerca de ninguna parte–, Ferrater sufrió mucho. De acuerdo, tenía problemas psicológicos. Pero todavía le afectó la descuido de apoyo: no había, ni hay, salvando las distancias, tejido institucional o mecenazgo privado suficientes para apoyar las aportaciones culturales valiosas que no tienen éxito comercial ni ajuste normativo. Es desolador que cierto como Ferrater tuviera que brindar ocho horas al día a traducir malas novelas.

Ferrater se suicidó en 1972. Había sido, en palabras de José María Valverde, un Dante sin Florencia. Y si no somos capaces de crear Florencias, nos quedaremos sin Dantes.

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