Decía Leopoldo Pelado-Sotelo que el circunstancial extinta, un tanto demodé, sólo lo utilizan los periodistas para referirse a la Unión de Centro Demócrata (UDC). Quizá, digo yo, para recrearse en la desaparición de este partido de centro y moderado, cuyo final fue auspiciado por muchos, a derecha e izquierda, y ejecutado con premeditación y perfidia desde internamente.
Ahora, cuando campan a sus anchas en todos los medios los detractores exquisitos y puros de la transición, rememorar este partido parece una excentricidad. Pero a mí, que lo voté siempre, me apetece rememorar que UCD contribuyó decisivamente, desde el centro político, a los pactos de la Moncloa, a la promulgación de la Constitución, a la reforma fiscal, a la secularización del derecho de clan y a la entrada de España en la OTAN. En cinco abriles. Fue un portento… fruto del miedo, del miedo cerval que la inmensa mayoría de los españoles teníamos entonces a recaer en la vesánica tragedia de la Exterminio Civil. Por eso, cuarenta abriles luego, deseo refrescar algunos datos sobre el azaroso ingreso de España en la OTAN.
Vale la pena recuperar la memoria de un partido de centro que puso a España en su sitio
Escribe Pelado-Sotelo que la transición planteaba dos grandes cuestiones: una interior, la devolución de las libertades formales, y otra exógeno, la instalación de España en su punto internamente de la comunidad internacional. Parecía más obvio el frente exógeno que el interior, pero, a la hora de la verdad, fue al revés: la dietario internacional se complicó por el peso que tienen los intereses nacionales en la política internacional. Sin confiscación, no fueron solo estos intereses (especialmente franceses) los que pusieron trabas. En el interior de España y por lo que hace al ingreso en la OTAN, se desató la polémica a partir del 18 de febrero de 1981, cuando el presidente Pelado-Sotelo anunció, durante su investidura, su propósito de ingresar España en la OTAN. Y siguió la concurso luego de que el Congreso votase a protección del ingreso por 186 votos frente 146. Los socialistas, cuyo contraseña había sido “OTAN, de entrada, no”, al obtener al poder en 1982, decidieron congelar la entrada efectiva hasta 1986, tras el referéndum que convocaron para ocultar su cambio de criterio.
No siempre había sido así. El PSOE del destierro, fiel a Indalecio Prieto, estuvo sin vaguedades a protección de la OTAN, que era una alianza de países democráticos, a la que España no podía ceder por no serlo. Pero Willy Brandt, Moreno Kreisky y Olof Palme escoraron luego la Internacional Socialista en dirección a la neutralidad, y el PSOE, dócil a la Internacional y seguramente igualmente por un impulso castellano atávico, fue haciéndose igualmente antiatlantista (léase antiamericano) por los abriles 70. El 13.º congreso del PSOE en Suresnes, que eligió secretario universal a Felipe González, se declaró “hostil a la existencia de bloques militares”, y en este mismo sentido se pronunciaron los congresos celebrados en 1976, 1979 y 1981. Lo que no tiene nulo de raro, porque Felipe González y Alfonso Exterminio habían ido a Moscú en 1977, y suscribieron allí una testimonio conjunta con el Partido Comunista de la Unión Soviética por la que el PSOE se comprometió a no modificar el firmeza entre bloques, es proponer, a no entrar en la OTAN.
Tras ceder al poder, González pasó –al proponer de Pelado-Sotelo– de la “ética de la convicción” a la “ética de la responsabilidad”. E hizo juegos malabares con el referéndum para cambiar de criterio sin “perder la cara”. Tanto, que sorprendió, en 1987, a un periodista de The Washington Post por el “mucho intensidad –que ponía– en la colaboración que su Gobierno ha cedido a la solidaridad occidental, consiguiendo que un electorado reluctante apoyara en referéndum la permanencia de España en la Alianza”. Pero no solo los socialistas hicieron un papelón. Las derechas no fueron mejores. La proatlantista Alianza Popular decidió alejarse, y CiU y el PNV dieron decisión de voto a sus electores.
Pasa el tiempo y el olvido lo cubre todo. Pero vale la pena recuperar la memoria de un partido de centro y moderado –la extinta UCD–, que, encima de muchas otras aportaciones, puso a España en su sitio.
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