Un Joan de Sagarra verbenero, es proponer, petardista, se lo pasó de lo bueno ayer por la tarde en la imprenta Obaga de la calle Girona, donde sus vecinos del paseo de Sant Joan le rindieron un homenaje aplazado durante diez abriles por omisión del Barça.
Los fuegos artificiales, las chicas en minifalda, el cava y las patatas fritas convirtieron la imprenta en una plaza viejo. Sagarra se presentó con su camisa taurina y la energía de un chaval al principio del verano. El periodista tenía ganas de juerga, de proponer lo que ya no escribe y de explicar lo que siempre ha escrito. El recital fue renombrado.
Arrancó con una consejo del postrer texto de Gregorio Morán referente al trato que reciben los artistas en Catalunya, donde son desdeñados mientras viven y respetados cuando mueren.
Siguió con unas pintadas poéticas y muy agresivas que unos vecinos independentistas y antisistema le dedicaron durante los días tristes y violentos del procés.
Luego habló de su querido amigo Javier Tomeo, escritor y vecino de Sant Joan, para el que pidió una placa de homenaje que debería haberse colocado en su portal hace muchos abriles. Tomeo, el único dramaturgo castellano que ha tenido tres obras en cartel en París al mismo tiempo, aún no goza del respeto que, según Morán, recae en los artistas muertos.
Los vecinos del paseo de Sant Joan celebran al periodista que vive entre ellos
Sagarra es un sentimental que añora los viejos aromas del extrarradio de Sant Joan de Dalt en el que vive desde hace más de 30 abriles. El tiempo ha derrotado a las personas y los comercios de ayer. Las reformas urbanas se han cargado las terrazas que había en el centro del paseo. Los plátanos crecen salvajes, sin que nadie los pode. Hoy son tan tupidos que Sagarra ya no puede ver a la noia preciosa que vive enfrente.
Es lamentable, dijo sin decirlo. Lamentable es una de sus palabras talismán y en sus manos significa mucho más que un maltrecho cualquiera. Su lamentable es entrañable, un destrozo tan acostumbrado que es mejor dejarlo como está. Lamentable, en definitiva, es lo mejor que hay porque no hay alternativa y ya no podríamos existir de otro modo.
Sant Joan de Dalt es la país mediterránea, sofisticada, golosa y canalla de Sagarra, una arcadia sin fronteras.
El cronista Antoni González, que ayer se sentó a su banda, recordó que por ahí igualmente vivieron el torero Mario Cabré, el escritor Juan Marsé y el economista Fabià Estapé.
González intentaba dar prestigio al extrarradio que Sagarra toreaba. Los poetas salvajes que lo denigraron, por ejemplo, no podían ser de por allí porque en Sant Joan de Dalt los canallas son de otro tipo, más de bronca chulesca, como Joan Laporta, el presidente del Barça, líder en los abriles sesenta de una temible pandilla alegre.
Sagarra llegó al extrarradio un poco más tarde. La vida se había pacificado. Las noches eran más tranquilas. Verdaguer y Clavé hablaban sin problemas desde sus respectivas estatuas. Verdaguer era y sigue siendo un cuervo en el cruce con Diagonal y Clavé un vampiro cerca de Travessera. Sagarra los sorprendía de mañana explicándose cotilleos de extrarradio y metiéndose con Caperucita, la pupila de la fuente que tanto le seducía .
El Barça no jugó ayer. Si lo hubiera hecho es posible que el homenaje se hubiera aplazado como hace diez abriles, pero tuvimos suerte y la verbena acabó con una traca inesperada.
Sagarra, puesto en pie, rodeado de sus vecinos, como si fuera un torero de dorso al ruedo, dio un trago a su petaca de Jameson y se puso a firmar ejemplares de sus rumbas. Para cierto que nunca dedica sus libros, fue una pasión lamentable y muy apreciada que seguramente no se repetirá.
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