La caja fuerte de los suegros de Henri Matisse

La larga vida del pintor francés Henri Matisse (1869-1954) dio para toda clase de vaivenes, triunfos y fracasos. Hijo de un ferretero de provincias, no descubriría hasta relativamente tarde y por pura casualidad su gusto artística al regalarle su hermana una caja de pinturas cuando cumplía los vigésimo abriles y se aburría como una seta en su puesto de pasante de un mesa de abogados. El flechazo fue instantáneo y le habría de adjuntar hasta el día de su crimen.

Ahora adecuadamente, como tan a menudo acurre, una cosa es querer y otra, adecuadamente distinta, enterarse. Y lo que se dice enterarse, el nuevo comediante en ciernes Matisse no tenía ni zorra, así que se apuntó a unas clases de pintura en una mustia entidad circunscrito. Su tribu se quedó horrorizada en presencia de tamaño empeño que sólo le iba a transportar la ruina personal y la de su buen patronímico. Con los veintidós abriles ya cumplidos, Henri se plantó en París con una mano delante y otra detrás.

Inicios complicados

Henri se plantó en París con una mano delante y otra detrás

Pasarían abriles y más abriles de formación a manos de profesores un tanto desconectados de las nuevas corrientes artísticas. Pero ni el escasez ni un sinfín de privaciones y decepciones pudieron con la pretensión de Matisse, aunque aún tardaría en encontrar su propio estilo, que es lo que en el fondo rebusca todo comediante.

Mientras se pasaba incontables horas en El Louvre copiando meticulosamente obras de los grandes maestros, más allá de sus paredes avanzaba a toda máquina el novedoso movimiento exquisito conocido como impresionismo ¡sin que él se enterara! No fue hasta 1898 que descubriera atónito a Monet, Gauguin o Cézanne, aunque, una vez asido a la onda, tardó adecuadamente poco en convertirse él mimo en un ferveroso practicante del impresionismo entonces en aceptación. Aun así, seguía sin dar con un estilo propio que le garantizara ingresos, triunfo y la oportunidad de casarse y formar una tribu.

Vertical

El pintor Henri Matisse prepara un 'collage', técnica que utilizó para crear sus últimas obras.

Terceros

Matisse, circunspecto hombre del borroso meta y fracasado pintor sin posibles a punto de cumplir los treinta, se enamoró de Amélie Parayre, una morenaza del sur, de Toulouse, cuyos padres, Armand y Catherine, eran los criados de toda confianza de Frédéric y Thérèse Humbert, un casamiento de moda en esa Francia de fin de siècle.

El padre de Frédèric Humbert había sido ministro de Honradez durante la Tercera República y Thérèse tenía triunfo de ser una de la mujeres más ricas del país. Se trataba de un casamiento de profundos ideales liberales que bendijo con toda nacionalidad el enlace de su hija con un desconocido comediante que al punto que si ganaba para enriquecer el locación.

El origen de la fortuna de madame Humbert es adecuadamente extraordinario. Una veintena de abriles antiguamente de que su hija se casara con Matisse, un misterioso gringo llamado Robert Henry Crawford, que a todas luces era su padre biológico, le dejó en herencia una caja válido de considerables dimensiones que contenía bonos al portador por valía de cien millones de francos. Pero antiguamente de que Thérèse pudiera echar mano a ellos, la herencia fue contestada por dos sobrinos del finado Crawford.

Horizontal

El pintor Paul Cézanne fue una gran inspiración para Henri Matisse.

Terceros

Total: se inició una interminable batalla justo que acabaría implicando a los mejores letrados de la nación, a más de copar el interés de millones de ciudadanos, al tiempo que aumentaba, año tras año, el valía de los bonos encerrados en esa imponente caja válido que los Humbert guardaban en su domicilio.

De modo que, pese a su riqueza reconocida por todos, ya que a la pinta estaban las fincas, los yates, la suntuosa vivienda en París…, madame Humbert no disponía de boleto en efectivo. Mas fueron muchos los comerciantes que le fiaban y ni que proponer tiene que sus cridados de confianza, los Parayer, trabajaban sin cobrar, a la retraso de que algún día se abriría la célebre caja válido. Pero puesto que el pleito ya tenía visos de convertirse en interminable, Thérèse se vio obligada a rendir sus buenos contactos en el Gobierno a cambio de cuantiosos sobornos.

Finalmente se abrió la caja en el 1902. Estaba vacía. Se supo entonces que los dos sobrinos litigantes no eran sino los hermanos de madame Humbert. Fue monumental la polvareda que levantó este caso cuya eficiencia se basó durante tantos abriles en el más total secretismo mantenido contra derrota y marea entre los cuatro compinches involucrados. En un principio la pecado recayó sobre los fieles Armand y Thérèse Parayre, los suegros de Matisse, que incluso pasaron varios meses encarcelados, hasta que se pudo por fin demostrar la culpabilidad de los Humbert, que fueron condenados a cinco abriles de trabajos forzados.

En cuanto a Matisse, él mientras tanto ya había enfrentado su cierto e inconfundible estilo, que le habría de convertir en uno de los grandes pintores de la época. Y lo logró porque, pese a tantas falsas promesas de riqueza, nunca cejó en su búsqueda artística. Sirva la caja válido de los Humbert de metáfora del malogrado que se halla en el fondo de tantas promesas de toda índole, ahora y entonces, pero sobre todo las de los políticos vendedores de milagrosos crece pelos que tanto abundan en nuestro frenético mundo descarriado

Post a Comment

Artículo Anterior Artículo Siguiente