Raciones

Las dos autonomías en las que es más popular el consumo de raciones y tapas son la Comunidad de Madrid y Andalucía. No lo digo yo, sino un estudio realizado en un informe de tirada franquista.

El tamaño y la calidad de las raciones daría para un ejemplar escrito por alguno de los gurús del periodismo gastronómico y, con los tiempos que corren de restricciones periodísticas, hacer un periplo gustativo por los territorios de España se antoja una trabajo económicamente inasequible. Cualquier tiempo pasado no fue mejor, aunque lo parece.

Como barcelonés, reconozco que lo que es considerada una ración en Barcelona, no superaría la categoría de tapa en cualquier bar de Madrid. Y lo que sería considerada una ración en Madrid, se vendería en Barcelona como un plato en contenido y en continente. Una evidencia que puede corroborar cualquier barcelonés que haya viajado a la renta de España.

Y me refiero exclusivamente a la cantidad de la ración, porque la calidad de lo servido depende del almacén, el producto empleado y la pericia del cocinero. Hay tapas que saben a mucho y raciones que saben a poco, y en cuanto al precio, lo de ocasión es a veces muy caro, y lo caro, un chollo.

Croquetas, una de las tapas más populares de España

Croquetas, una de las tapas más populares de España 

Getty Images/iStockphoto

Como en la política, el cliente no siempre tiene la razón. Hay partidos corruptos que se han mantenido en el poder gracias al voto de unos electores que conocían los subterfugios del partido escogido en las urnas. Con los locales sucede lo mismo. El cliente no siempre tiene la razón, pero sí el poder de proponer no si se siente estafado por una propuesta que no está a la prestigio de lo prometido.

Tras la pandemia, la civilización de la ración y de la tapa ha vuelto con la fuerza de ayer. En los momentos álgidos de la covid, muchas autonomías decidieron cerrar sus bares, y las que optaron por sostener abiertas sus barras, recibieron a una clientela amedrentada por los consejos de las autoridades sanitarias. Cero se podía compartir y, mucho menos, emprender una lucha de tenedores sobre una ración o una tapa.

Aún situados en los estertores de la pandemia, la civilización de la ración ha vuelto con todo el ímpetu y los virtuosos del tenedor vuelven a derrotar a los que se atreven a retarles en duelo. En el país de la picaresca, el carpanta tiene todas las de obtener.

Cada uno de los territorios de un paraje tiene sus raciones y tapas favoritas e intransferibles. Pero si existen cuatro recetas que saldrían en todas las quinielas serían las croquetas, la tortilla de patatas, las bravas y la ensaladilla rusa, ucraniana o como quiera que se la llame con permiso de Putin. Y la calidad de dichas raciones o tapas no siempre está a la prestigio de su popularidad.

Tras cinco meses de partida, llegué a Barcelona y mis gastrónomos de encabezamiento me comentaron que habían notado una disminución en las raciones y las tapas. Se referían a la cantidad del producto servido y mi reacción fue inmediata: “¿Más?”. Reconozco que mi pregunta tenía cierta malicia.

En una ciudad en la que te venden tapas amparadas en la categoría de ración y raciones en la de platos, el tamaño sí importa. El aberración, que te vendan duros a cuatro pesetas, no sé si es fruto de la crisis pospandémica. Lo dicho: el cliente no siempre tiene la razón, pero sí el poder de sentirse estafado y establecer las manos frente al atracador.

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