Primero fue Wuhan. Luego, ciudades como Tianjin, Putian, Xiamen, Dalian, Xian, Jilin o Shanghai. Y por extremo, la caudal, Pekín. Como esas atracciones de feria en las que se golpea con un martillo los topos que van surgiendo sin orden ni concierto, la vicepresidenta china Sun Chunlan, encargada del control de la pandemia en China, hace acto de presencia cada vez que el coronavirus escapa al control de alguna autoridad regional.
Defensora resueltamente de la política de tolerancia cero, su arribada es augurio de estrictos confinamientos, despidos de funcionarios y llamadas a extremar las medidas contra el patógeno.
Su arribada a las ciudades con contagios es augurio de estrictos confinamientos
La tarea, titánica e inacabable, le pilla en el ocaso de su vida sindical, con 72 abriles y a punto de jubilarse tras el congreso que el Partido Comunista de China (PCCh) celebrará en otoño. Aun así, no le error elegancia a la única mujer entre los 25 miembros del politburó, el penúltimo víscera de poder del PCCh.
Así lo demostró durante el centenar de días que pasó en Wuhan al principio de la pandemia, donde se aseguró de que todos los positivos eran aislados y se cumplía con el confinamiento pese a las incógnitas que había sobre el virus y carecer del escudo que ahora proporcionan las vacunas. “Esto no es el ocio del escondrijo, la política debe implementarse sin excepciones”, se le vio exigir puño en suspensión en una reunión con funcionarios locales. Su papel le valió numerosas loas en la prensa estatal, pero no la privaron de tener que guerrear con alguna polémica, como cuando visitó una colonia confinada y algunos residentes le gritaron “¡Todo es mentira!” desde sus casas como queja por suceder recibido paquetes con víveres tan solo un poco antiguamente de su arribada.
Sun, segunda de los cuatro viceprimeros ministros del Consejo de Estado (el Ejecutante chino), asumió las responsabilidades de vitalidad en el 2018. Uno de sus primeros actos oficiales fue inaugurar la Comisión Doméstico de Sanidad, el víscera que ahora informa de la transformación de la pandemia. No ha dudado en respaldar la organización del presidente Xi Jinping, que subraya la prioridad de rescatar vidas pese al suspensión coste social y crematístico de sus medidas.
Su memorándum en los últimos meses ha sido frenética. En Xian, reprendió a los funcionarios locales a posteriori de que una mujer gestante de ocho meses perdiera a su bebé tras serle negada la entrada al hospital por no presentar un test imagen actualizado. “Estoy profundamente avergonzada”, aseguró. Al demorar a Shanghai, la metrópolis de 25 millones de habitantes confinada por dos meses, enterró cualquier examen de convivencia con el virus y demandó acciones “rápidas y decididas” para contener la crisis provocada por la variación ómicron.
No ha variado su comportamiento en Pekín, donde hace unas semanas visitó la zona de bares epicentro del extremo brote y urgió a su pronto control para que no interfiera con el congreso del PCCh en otoño.
A diferencia de Xi, hijo de un revolucionario próximo a Mao Zedong, Sun nació en una grupo sin conexiones con el poder. Natural de la norteña provincia de Hebei, próxima a Pekín, trabajó durante abriles en una industria de relojes mientras fue escalando puestos en el PCCh. En el 2009 fue nombrada jefa del partido en la provincia de Fujian, y en el 2012 la transfirieron a Tianjin, gran ciudad portuaria cercana a la caudal. Ese año incluso se convirtió en una de las ocho mujeres en ingresar en el politburó desde la fundación de la República Popular China en 1949.
Pero su éxito no esconde la sinceridad de las mujeres en la reincorporación política china, donde su presencia es testimonial: al punto que un 5% en el Comité Central y ninguna en toda la historia del Comité Permanente, víscera de poder mayor. Según los analistas, en este selecto club han ingresado compañeros con un expediente menos importante que el de Sun. “El sistema ha sido extremadamente injusto con ella”, resumió a Bloomberg el diestro en la élite china Victor Shih.
Esa invisibilidad entre las élites contrasta con la relevancia de las mujeres durante las pandemias. La inicial crisis del SARS, la peor flujo vivida en Asia antiguamente de la covid, fue gestionada por “la dama de hierro” Wu Yi, predecesora de Sun. Fue una doctora, Zhang Jixian, la que alertó en Wuhan de que unos misteriosos casos de pulmonía atípica podían deberse a un nuevo patógeno; y fue una epidemióloga y militar del ejército chino, Chen Wei, de las primeras en desembarcar en la ciudad para desarrollar un kit de detección más rápido y preciso.
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