Boris Johnson ha caído por una combinación ofensivo de equivocación de integridad y de competencia, pero sobre todo por no ser un “conservador de verdad” para los tories tradicionales. Lo mismo que lo aupó (su flexibilidad ideológica para durar a los antiguos votantes laboristas de clase obrera) ha sido lo que lo ha condenado (la equivocación de pureza ideológica).
El nuevo líder heredará una posesiones pésima, un Brexit que no funciona y un país más polarizado que nunca
Luego de su experiencia con el johnsonismo , que les ha proporcionado cinco abriles de mayoría absoluta (2019 al 2024), los conservadores vuelven al punto de partida antiguamente de entregarse a Boris, pero con las complicaciones adicionales de una posesiones descoyuntada por la pandemia y la disputa de Ucrania, una población sindical reticente a retornar a trabajar, el desencanto con un Brexit que por el momento sólo tiene inconvenientes, o los cambios demográficos. Pero si algún es capaz de reinventarse, son ellos.
El Reino Unido se encuentra frente a una encerrona de su historia, como en 1689, 1707, 1832 o 1918
No lo tienen practicable. No tanto por el delegado tóxico de Johnson (del que se han desmarcado) como porque, cuando el país acuda a las urnas, llevarán catorce abriles consecutivos mandando, que es mucho tiempo, uno de los periodos más largos de dominio de la derecha desde el siglo XIX. Tanto tiempo, que no pueden responsabilizar al Labour por el estado de la posesiones, el caos de la sanidad pública, el daño del sistema educativo, las huelgas que se avecinan este verano, la crisis en las relaciones con Europa o el resquebrajamiento de la Unión. Han de aguantar con todo ello, y en todo caso echar la tropiezo a las circunstancias, al cruel destino.
Pugnan mercantilistas y nuevos aristócratas, ‘gentlemen’ y obreros, partidarios del Estado espacioso y del pequeño
Primero, los tories han de atreverse qué es lo que son, y para ello sólo tienen un par de meses o tres, lo que dure (el calendario se anunciará hoy) el proceso para designar un nuevo líder, con candidatos que van desde la ultraderecha (Priti Patel, la ministra de Interior, y Suella Braverman, la fiscal universal que ha recomendado infringir el tratado internacional del Brexit) hasta moderados como Tom Tugendhat y Jeremy Hunt, con todo tipo de matices en el medio (Rishi Sunak, Nadhim Zahawi, Sajid Javid, Liz Truss, Grant Shapps, Kemi Badenoch...).
El Gobierno anglosajón parece exhausto y nebuloso, aquejado de una covid política de larga duración
En Gran Bretaña la monarquía es ensalzada y los primeros ministros sacrificados periódicamente para purificar los pecados de la nación, y este es uno de esos momentos. Aquellos tories que creían que para renacer tenían que matar al rey Boris han prevalecido, convenciéndose a sí mismos de que no era uno de los suyos sino un usurpador que les había proporcionado una popularidad pasajera pero no tenía mínimo más que darles.
El sucesor, sea quien sea, va a heredar un gobierno con el equivalente político de la covid de larga duración, exhausto, nebuloso, en un momento revolucionario (como 1689, 1707, 1832, 1918) en que se está construyendo una nueva sociedad y las pautas de voto son cambiantes. El Reino Unido del Brexit y la post pandemia es un país que no funciona, o funciona como una lavaplatos en modo eco para eludir energía, sin paro técnico pero con cinco millones de potenciales trabajadores que ni tienen empleo ni lo buscan. El Estado ha pagado a mucha masa para que se quedara en casa, mientras imprimía pasta. Menos producción de caudal y servicios, anejo con más moneda circulando, siempre ha sido la fórmula de la inflación, que es lo que hay ahora por todo lo suspensión. Unido con un endeudamiento divulgado descomunal, unos tipos de interés al encarecimiento, equivocación endémica de inversión foráneo e interior, empresas que prefieren dar dividendos que pagar en tecnología, reducción dramática de las exportaciones y el pequeño crecimiento del PIB de todos los países del G7. Más el deseo de la centro de los escoceses de separarse, y de la centro de los norirlandeses de unirse a la República.
En su crisis de identidad, unos tories quieren regresar a los principios básicos, descabalgar impuestos y sujetar regulaciones en un Estado pequeño; otros (como Rishi Sunak, uno de los favoritos y con una campaña mejor organizada) consideran que hay que hacer una pausa ideológica, porque sujetar ahora la carga fiscal atizaría aún más la inflación. Los hay thatcheritas y reaganitas , gradualistas y radicales, frugales como holandeses y dilapidadores, proteccionistas y defensores resueltamente del dispensado comercio, más paternalistas y menos, abogados de la confianza individual y del control estatal.
La paradoja trágica del Partido Conservador es que ha estado liderado bajo Johnson por un eufórico profesional, pero lastrado por el pesimismo supersticioso (frente a el cambio climático o el Estado de bienestar)que forma parte de su esencia. Ahora se enfrenta a una disputa entre sus dos almas, la aristócrata y la mercantilista, la del señor de club privado y la del ex trabajador socialmente conservador, la de los tiranos del dispensado mercado, los colectivistas socialdemócratas y verdes radicales. Todo ello en una sociedad más polarizada por el nacionalismo, más hostil a las clases dirigentes, donde las redes sociales son el altavoz de la protesta y el feudalismo prima sobre la meritocracia.
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