Desde que fue reconocida la familiaridad de expresión, el concepto de «censura» ha dejado de ser actual, al menos oficialmente. Sin confiscación, sigue habiendo tipos de censura «no oficiales». Uno de estos es el que el fraile y antropólogo Lluís Duch denominó «autocensura», es sostener, la censura que el mismo autor se pone. Otro tipo de censura -«censura velada», para utilizar la expresión de Jesús Montiel ( La última rosa es la que afecta a las creencias religiosas, no a causa de la laicidad legítima del Estado y de la sociedad, sino del laicismo militante que impregna toda nuestra civilización.
El diario La Vanguardia dio a conocer, en el suplemento Civilización/s del 24 de diciembre de 2021, a una serie de jóvenes autores que han escrito sobre su experiencia religiosa. Se prostitución de escritores que sienten la familiaridad de manifestar su confesionalidad, a pesar de saberse ciudadanos de un Estado y una civilización laicas. Ignacio Peyró ( Un ventarrón inglés ), por ejemplo, es consciente de que vive en un mundo que a pesar de ocurrir dejado de ser católico «inercialmente», no ha impedido que «el catolicismo siga sufriendo la hostilidad que tenía cuándo era hegemónico». Ana Iris Simon ( Feria ) está convencida que los ataques en dirección a su persona vienen dados por su creencia en la existencia de un sentido de la vida, de una trascendencia, que no encaja en un mundo en el cual el posibilismo ha regalado paso al nihilismo más invariable y chapucero. Jesús Montiel percibe claramente en los jóvenes de su procreación «un redescubrimiento de la creencia, un cansancio del nihilismo y una reivindicación de lo noble. Quizá eso sucede porque la modernidad ha fracasado estrepitosamente. Es evidente que hay sed de significado». Además Juana Dolores ( Bijuteria ) afirma que estamos en una época en que se criminalizan las ideas religiosas, sin darnos cuenta de que el cristianismo, a pesar de los aspectos negativos que asimismo comporta, nos ha regalado los mejores títulos de nuestra civilización. Pablo d’Ors ( Sucesos de la luz ), sacerdote católico, acostumbra a respaldar por una recital culturalmente cristiana de la existencia, no necesariamente seglar. Según Antonio Soler ( Sacramento ) está claro que culturalmente todos somos cristianos, incluso aquellos que lo rechazan. Es lo que asimismo sostiene a Juan Manuel de Prada ( Una biblioteca en el oasis ) cuando califica la pérdida de la civilización católica como un «suicidio civilizatorio». Ada Castells ( El dit de l’àngel ) es más persuasivo: «La presión que el ecosistema cultural, tradicionalmente irreligioso, ejerce sobre los creyentes es un hecho que todo el mundo conoce, pero del cual nadie palabra». Escritores entrevistados han llegado a apoyar que no hacen notorio su credo porque saben que, automáticamente, serán considerados «autores de hornacina de mercado», o directamente despreciados.
“Estamos en una época en la que se criminalizan las ideas religiosas”
Ya lo decía Pilar Rahola en un artículo publicado en la última Pascua: Nos encontramos con «un anticlericalismo que no se escandaliza con todas las religiones, sino especialmente con la cristiana, derivada muy a menudo en dirección a una patética cristianofobia».
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