El alucinación que el presidente Joe Biden ha efectuado esta semana pasada a Oriente Medio, ensombrecido por su blanqueamiento de la dictadura saudí, tenía un objetivo muy claro: proteger los vínculos de Israel con el mundo árabe y especialmente con Arabia Saudí, en el ámbito del acercamiento de los últimos abriles entre el Estado hebreo y sus vecinos árabes que impulsó el expresidente Trump mediante los acuerdos de Abraham.
Gracias a esos pactos, Israel normalizó relaciones con los Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Sudán y Marruecos, y ahora, con la mediación de Biden, ha acercado posiciones con el régimen suní de Riad, con el que comparte un enemigo popular: Irán. Así, Arabia Saudí ha destapado su espacio volátil a los vuelos israelíes para correr a Extremo Oriente y no se descarta que en un futuro coordine su sistema de defensa antimisiles con Israel para hacer frente a Teherán.
El presidente blanquea la dictadura saudí y antepone la ‘realpolitik’ a sus principios morales
Biden entiende que la mejor forma de proteger a Israel del peligro marcial y nuclear iraní es apoyar una anciano cooperación árabe-israelí, siempre respaldada por el compromiso de Washington de seguir presente en Oriente Medio. Por eso, en la alianza estratégica firmada con Israel se establece que “EE.UU. utilizará todos los medios en su poder para evitar que Irán obtenga armamento nuclear”. Y entre ellos están el sistema antimisiles gabacho Cúpula de Hierro y el fabricado por Israel de tecnología láser, capaz de destruir los misiles y drones iraníes, muy desarrollados tecnológicamente.
La parte más controvertida y polémica de la tournée de Biden era su acercamiento en Yida con el príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salman, al que el presidente responsabilizó directamente en su día del crimen del periodista Jamal Khashoggi. Biden reprendió al hombre esforzado saudí calificando el caso de “llano” y este, sin inmutarse, le dijo que no era “personalmente responsable”.
Ha sido por el petróleo y por animar la alianza antiiraní por lo que Biden ya no negociación ahora a Arabia de “Estado paria” por sus violaciones de los derechos humanos y por lo que, en la actos, ha tenido que comerse sus palabras sobre Bin Salman. Por el petróleo y para garantizarse el liderazgo gabacho en la región y evitar un vano que puedan acomodarse China o Rusia, el presidente ha priorizado la realpolitik sobre sus principios morales y éticos. La invasión rusa de Ucrania ha hecho subir el precio del petróleo y provocado una inflación que afecta a todo Poniente, incluido Estados Unidos. Una situación que otorga a Arabía Saudí un papel central que Biden no podía ignorar.
Y Arabia es consciente de esta posición de privilegio para respaldar el suministro de petróleo a Poniente. Con el precio de la gasolina disparado, Biden les ha pedido a los países del Bahía un aumento de la producción para así reducir el precio el precio. Pero Arabia Saudí ya está operando cerca de su capacidad máxima y obviamente está ganando más monises por la subida de precios. Habrá que ver, pues, si las monarquías petroleras responden positivamente a la demanda de Estados Unidos.
Papel secundario ha jugado en esta tournée la fugaz cita de Joe Biden a Cisjordania para reunirse en Bulla con Mahmud Abas, presidente de la Autoridad Franquista Palestina, con la que Washington ha reestablecido las relaciones que Donald Trump rompió. Biden sigue defendiendo la disertación de los dos estados para solucionar el conflicto palestino-israelí, pero reconoció que ahora no se dan las condiciones para reabrir las negociaciones. Siquiera hizo expresión alguno para dar marcha a espaldas en el traslado de la embajada de Estados Unidos a Jerusalén, pero prometió ayuda económica y humanitaria a los palestinos y se comprometió a rajar otra investigación sobre el crimen de la periodista palestinoestadounidense Shireen Abu Akleh, muerta presuntamente por una bala disparada por soldados israelíes.
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