Lo bueno del disputa entre Pedro Sánchez y Pere Aragonès es que hablaron durante casi dos horas; lo malo es que el asunto que puso el presidente catalán sobre la mesa, la desjudialización del conflicto, ni siquiera figura en el diccionario (ni en el castellano ni en el catalán). Se puede entender lo que significa, pero no está claro cómo se resuelve. Ciertamente, que veinticuatro horas antaño de la reunión el abogado de la imparcialidad europea abriera la puerta a extraditar a Carles Puigdemont morapio a complicarlo todo un poco más. Y hace menos de una semana el ministro de Presidencia, Félix Bolaños, asimismo había ducho que no hay una mayoría para arreglar el delito de sedición.
Pero, puestos a ser positivos, los dos presidentes han entregado un primer paso para reactivar el diálogo, que es poco que a los dos interesa. Soy de los que piensan que en la mesa de trabajo habría que originarse por los asuntos menos peliagudos para ingresar la confianza de la otra parte, antaño de entrar en los temas verdaderamente complejos. Como escribió el pensador Ralph Emerson: la confianza es el primer secreto del éxito.
El disputa de Pedro Sánchez con Pere Aragonès es el mensaje
La fotos del acto no muestran ni proximidad ni sonrisas. No hay razones para abrazarse, ni para reír. En política todo está medido, ni siquiera eso se deja a la improvisación. Pero el disputa era el mensaje, más allá de las escenografías. Hubo un hecho relevante, en el que se ha incidido poco. No trajo ningún regalo Aragonès, cuando en la Moncloa se recuerda que Torra llegó cargado con libros de arte, ratafía y carquiñolis. En cambio, Sánchez regaló a Aragonès una obra magnífica: La advertencia olvidada , de Guillermo Altares. No era ninguna novedad, pues fue publicado en el 2018, que es un delirio por la historia de Europa. En el inicio, una cita nulo nimio: “Mínimo distingue a los memorias de otros momentos. Solo se reconocen más tarde, por sus cicatrices” (Chris Marker). Y en el interior, otra del historiador Jacques Le Goff: “La larga duración de Europa es una dialéctica entre el esfuerzo en dirección a la dispositivo y el mantenimiento de la complejidad”. Dos ideas que pueden leerse en esencia española. Y catalana.
Al menos el calor insoportable de Madrid (40,7º) no calentó los ánimos. Lo que tiene su mérito.
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