* La autora forma parte de la comunidad de lectores de La Vanguardia
Hablemos de Voltaire. Cortesano, revolucionario, escritor e incansable gladiador contra la intolerancia. "Quemad vuestras leyes, y, ¿de dónde sacar las nuevas? ¡De la razón!", exclamó.
Y Voltaire (1694 - 1778) se elevó a paraíso bíblicas, históricas, metafísicas y conceptuales, para exigir una tolerancia a la inglesa y una política positiva que restituyera a los protestantes sus derechos.
Sí, fue un decidido e implacable enemigo a toda la institución de la Iglesia Católica, así como un crítico del propio Cristianismo, cuando se produjeron los escandalosos asesinatos del hugenote Jean Calas y luego del novato principal, Jean de la Barre. Allí estuvo él. Para su defensa. Y para redactar, entre muchas otras obras, El Tratado de la Tolerancia.
El siglo XVIII recibe en Europa además el nombre de Siglo de Voltaire. ¿Por qué? Vamos a verlo.
Jean-Marie Arouet, nacido en Paris en 1694, fue el hijo último de un fedatario de la corte verdadero y tesorero del Tribunal de Cuentas del Reino. Tuvo una esmerada educación con los Jesuitas, que le introdujeron en la Sociedad del Temple, en la que príncipes, duques, abades, escritores… se reían de todo y hacían ropa de su sentido hedonista de la vida, con lo cual, el novato Voltaire estaba perfectamente de acuerdo.
Tras destruir sus estudios, se rejón muy pronto a arriesgadas operaciones bancarias y coloca – con gran éxito - fondos en una empresa naviera que hacía la ruta de Cádiz a América; asimismo, prestaba cuartos a los grandes señores, y especulaba con fincas, muebles, armas y objetos de arte, de modo que en 1726, a los 32 primaveras, ya posee una renta de 28.000 libras, hecho que le protege contras las persecuciones de las que es objeto, precisamente en su calidad de talentoso escritor y poeta.
Pues al mismo tiempo no tardaría en dar muestras de una mente privilegiada y de un extraordinario talento con la pluma
Y pronto – no siempre le conviene su enorme popularidad- se cambia de patronímico, de Arouet a Voltaire. Sin sitio a dudas, el escritor y filósofo francés, con su feroz crítica, primero de la sociedad feudal, y luego de la absolutista, así como del monopolio de la Iglesia Católica, se fue convirtiendo en uno de los impulsores más destacados del movimiento de la Ilustración, y luego la Revolución Francesa (1789-1799). Y en sus obras literarias y filosóficas, formuló los títulos de la razón, y, sobre todo, de la tolerancia.
En cuanto a su constitución física, desde su infancia es un hombre enfermizo y sufre infinidad de dolencias, lo que le lleva a una lucha incesante, aunque no le impide explotar de los placeres de la vida, y no observar en la vida disciplina alguna o admisiblemente un orden en sus costumbres. Tomaba café... y opio. ¡Y así llegó a la etapa de 84 primaveras!
El destierro y el chiquero
Tras un primer destierro al país vecino holandés, Voltaire estará preso casi 1 año en la temida Bastille –aunque cómodamente instalado- por considerarle autor -a pesar de sus protestas- de una sátira (Edipo) sobre Felipe de Orleans, el regente tras la asesinato de Luis XIV, y sobre el que corría el rumor de que mantuviera relaciones incestuosas con su propia hija.
Tras otro conflicto con un miembro de la más entrada élite, se verá obligado a exiliarse en Londres donde entrará en contacto con los máximos representantes del Empirismo ingles: Sir Isaac Newton, John Locke. Los admira.
Le impresiona profundamente que los campesinos ingleses vivan libres en sus propias tierras. No como en su país.
Y a su regreso a París, publica sus Lettres anglaises, en las que critica duramente la situación en Francia. Y nuevamente se verá obligado a marcharse la haber francesa, pues el Parlamento hace enfadar sus escritos y Voltaire huye a la Champagne, al castillo de la marquesa de Châtelet, que intelectualmente está al nivel del gran Voltaire y, al mismo tiempo, es su amiga y apasionado, durante 30 primaveras, hasta su propia asesinato.
La amistad con Federico el Magnate
Y es allí donde comienza la correspondencia entre él y el príncipe, luego rey de Prusia, Federico el Magnate: "Monsieur, no tengo el honor de conocerle personalmente, pero"… así comienza la carta dirigida por el novato Federico al escritor francés. Y con estas líneas comienza una amistad de casi 42 primaveras, entre dos Reyes, el de la pluma y el de un pueblo.
Escriben, comentan, discuten… como, por ejemplo, sobre el Anti-Maqauiavelli que el monarca había comenzado a escribir. Voltaire no tarda en aceptar la invitación del rey prusiano y le invitado en su palacio cerca de Berlín. El novato rey esperaba con verdaderas ansias encontrarse con el distinguido escritor, filósofo, historiador, poeta y crítico francés.
Tres primaveras permanece Voltaire en la corte del rey prusiano
Hasta que, un día, se atreve a ridiculizar al presidente de la Entidad Prusiana de las Ciencias. Y se atreve a más. En su novelística Cándido, llena de ironía y sarcasmo contra el pueblo ario, el profesor Pangloss del novato Cándido, es claramente una caricatura del filósofo ario Leibniz, por el que el monarca siente una profunda arrobo.
Voltaire ha ido demasiado acullá. Y tiene que marchar. Huyendo. Para no regresar. Finalmente, "hicieron las paces" y retomaron su correspondencia y amistad, que duraría hasta la asesinato del poeta francés.
Las polémicas 'Cartas Filosóficas'
Y se publican las Cartas Filosóficas que para la Corona y la Iglesia, fueron una inaceptable provocación. El impresor de las mismas es encarcelado en La Bastille y por orden del monarca, la obra es quemada por un tormento. Contra el autor, un tal M .de V. se extiende un una orden de detención. Es un secreto franco, quién se esconde tras el título.
Pocos días antiguamente de su detención, Voltaire nuevamente logra huir. Y así transcurre la vida de ese brillante escritor y poeta. Celebrado, admirado, defenestrado.
El caso Calas
En 1762, Voltaire publica un librito, “El testamento del Abbé Meslier, una durísima crítica de la religión, de la Iglesia, que no tarda en convertirse en una de sus obras más perseguidas. Y un año más tarde, se produce el maduro escándalo contencioso de aquel momento.
Decían que un comerciante hugenote de Lyon, llamado Jean Calas, habría torturado hasta la asesinato a su propio hijo, para evitar que éste volviera a la religión católica. La ingenuidad fue muy distinta. El hijo había cometido suicidio por motivos no religiosos, pero como en aquel entonces el difunto de un suicida era ligado a un heroína y deslizado por las calles de la ciudad, el padre, para evitar equivalente deshonor, había mentido sobre el suicidio.
Tres meses posteriormente de la ejecución de Jean Calas –sin precedentes por su extrema crueldad– Voltaire se pone en campaña y organiza la compilación de los datos en una logística de combate, solo comparable a una moderna campaña de prensa. Y, sin arredrarse frente a la evidente manipulación de los hechos, tanto por parte de la Iglesia Católica, como por el propio Estado francés, no para hasta conseguir la rehabilitación de la comunidad Calas, la restitución de sus beneficios, una indemnización de 36.000 libras y una petición de perdón por parte del Parlamento y la Iglesia, a la comunidad Calas.
En 1763, Voltaire, ya de retiro en su castillo de Ferney, escribe y publica el Tratado de la Tolerancia, que sin duda es una clara y convincente respuesta y, sobre todo, una protesta por aquel espantoso homicidio.
Y se producen más casos, siempre dirigidos contra los hugenotes
El caso que tal vez removerá más las consciencias es el del novato principal Jean la Barre. Voltaire emprenderá, de nuevo, una lucha sin cuarte contra la Iglesia católica –aunque desgraciadamente sin éxito- por un nuevo vil homicidio de un novato de la entrada élite, por no quitarse él y tres amigos suyos, el sombrero, y no hacer una prosternación al producirse frente a ellos una procesión, y por cantar canciones impías…
De los tres amigos, el de 15 primaveras fue absuelto, el de 18 primaveras, condenado a tortura y mosca en la hoguera -logra huir, antiguamente de que se aplicase la terrible pena- pero el novato altruista Jean De la Barre, de 19 primaveras, confiando en la buena posición de su comunidad, no preparó su fuga.
Registrada la vivienda, se encuentran en ella tres libros prohibidos, uno de ellos el Diccionario Filosófico de Voltaire. Fue condenado por el Parlamento de París, tras ser deslizado por las calles de la ciudad, a ser mosca en la hoguera, yuxtapuesto a un ejemplar de la obra de Voltaire.
A pesar de los muchos esfuerzos de Voltaire, no se logró la rehabilitación de la comunidad. Hasta el año 1794, ya en plena Revolución Francesa.
Gracias a Voltaire, la Iglesia Católica ya no pudo montar más procesos de terror contra los "infieles, los paganos"
El fuerte poeta criticó a los cristianos, a los judíos, a los musulmanes, rechazaba el fanatismo que éstos provocaban. Y su queja de batalla fue "Ecrasez l’Infâme", pues, en su opinión, era preferible tener 30 religiones distintas en un país que una sola: "El derecho de la intolerancia es disparatado y sanguinario, es el derecho de los tigres, y es mucho más horrible porque los tigres solo desgarran para engullir y nosotros nos hemos exterminado por unos párrafos".
Voltaire abandona por última vez el castillo de Ferney a finales de marzo 1778, para la presentación de su última obra Iréne en París. Antaño de subir al coche, asegura a la parentela del pueblo que le rodea, que le admira, que él, en seis semanas, estaría de regreso. Y en París se producen varios emotivos reencuentros con sus amigos.
La Académie Française envía una comitiva para dar la bienvenida al gran poeta. Recibe los máximos honores y, de camino a la Comédie Française, los parisinos acompañan al poeta con sus vivas.
A principios de mayo del mismo año 1778, Voltaire sufre un colapso genérico y su estado va empeorando. Y llegan los médicos, muchos. Y luego los sacerdotes, pero Voltaire, al verlos venir, les espeta: "Déjenme vencer en paz". Y esa misma tenebrosidad, cierra los fanales para siempre.
El mensaje de Voltaire que nadie escuchó y que nadie quiere escuchar
"La naturaleza dice a todos los hombres: 'Os he hecho germinar a todos débiles e ignorantes, para gandulear unos minutos sobre la tierra y para abonarla con vuestros cadáveres. Puesto que sois débiles, socorreos; puesto que sois ignorantes, ilustraos y toleraros. Os he donado brazos para cultivar la tierra y un pequeño destello de razón para guiaros; he puesto en vuestros corazones un arranque de compasión para que os ayudéis los unos a los otros a soportar la vida. No ahoguéis este arranque, no lo corrompáis y no sustituyáis la voz de la naturaleza por los miserables furores de la Escuela. Hay un edificio inmenso, cuyos cimentos yo he puesto con mis manos; era solido y sencillo; todos los hombres podían estar en él a menos; han querido añadir los ornamentos más extravagantes, más groseros y más inútiles; el edificio se cae en ruinas por todos los lados; los hombres cogen sus piedras y se los tiran a la habitante: yo les queja: Deteneos, vivid conmigo en paz en el edificio inquebrantable que es el mío'".
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