El último verano

Creo poder afirmar que el del 2022 no será el final verano y casi con certeza en el 2023 habrá otro. Pero centenares de miles de ciudadanos europeos se están comportando como si el mundo se acabara en agosto. Hemos cruzado la frontera del 15 de julio, cuando empiezan las receso de muchos ciudadanos y el sistema se ha puesto a prueba. Con bastantes suspensos, de momento.

Por un costado están las particularidades locales, como las que convierten la AP-7 en una ratonera mortal, donde tienes la sensación de que serás víctima en cualquier momento de un choque múltiple. Los camiones ocupan un carril y medio entre el que necesitan para circular y el que a menudo ocupan para ir en cabeza. En este carril del medio circulan los equidistantes, que no quieren ir ni a derecha ni a izquierda y consideran este espacio como de propiedad. Al resto solo nos queda el carril de la izquierda, donde están los quemados habituales, haciendo largas a velocidades supersónicas como si no estuviera todo ahíto.

Un gran clase de aeropuertos no han querido jugársela y tienen la plantilla a medias

Pero los atascos en las carreteras podrían ser solo una peculiaridad si nos fijamos en los aeropuertos. Aquí se han concentrado un montón de problemas a la vez. Un gran clase de aeropuertos que despidieron a sus trabajadores de tierra durante la pandemia (en España entraron en ERTE) y que no han querido jugársela y tienen la plantilla a medias. Busquen “maletas perdidas” en internet y verán uno de sus existencias, adicionalmente de colas tan largas que, como el caso de Amsterdam, empiezan fuera del aeropuerto. A las colas inmensas que hacen perder vuelos y maletas que nunca llegan se suma la ansia de muchas compañías dispuestas a recuperar este verano todas las pérdidas de la pandemia (huelgas a distancia). Me refiero al overbooking , una palabra inglesa para la clásica sobreventa. Como casi ninguna cumple posteriormente con las indemnizaciones por entregar más billetes que asientos, posiblemente no les pase falta.

Quizá falta de todo esto desanime a muchas personas que solo oyen musitar de crisis, duchas de agua fría e inflación vertiginoso en otoño y piensan que cuando llegue el desastre, como leve, recordarán este final verano. A excepción de que lo hayan pasado en un aeropuerto, sin maletas ni avión.

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