De regreso al hogar, se acabó la tregua a las preocupaciones cotidianas que ofrece un alucinación al foráneo. El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, se ha de sumergir de nuevo en los problemas domésticos habituales, que se le amontonan.
Incluso elevados a anciano potencia, sin la condescendencia que de común ofrece el paréntesis de una turista al extranjero.
Su ruta por Oriente Medio queda ensombrecida por la llamativa fotografía –“vergonzante” para muchos– del saludo con el príncipe Mohamed Bin Salman, el gobernador de facto de Arabia Saudí al que en su día llamó paria por, según la CIA, ordenar la crimen del periodista Jamal Khashoggi. Al articulista del The Washington Post y crítico con el régimen saudí lo desmembraron.
En esta semana fuera de Washington, la inflación “salvaje” se ha disparado al 9,1%. La gasolina se mantiene a precios muy altos. Su colega Joe Machin, el supuesto senador demócrata (o el enemigo en casa), ha vuelto a cargarse su plan de inversiones en energías alternativas. Aumenta la presión a protección del frustración. Y, para adornar esta ensalada indigesta, ha estallado en toda su dimensión el debate entre los suyos sobre su etapa, con una mayoría en su partido que le considera demasiado anciano para otro mandato.
Esta es la bienvenida. El presidente vuelve a EE.UU. con acuerdos que benefician el encaje de Israel en el mundo árabe, con pactos de tregua en la pleito de Yemen (otra cruz de los saudíes en derechos humanos), o alianzas para frenar el expansión nuclear de Irán, así como un desdicha verbal en el tablero geopolítico.
Biden lanzó este sábado un aviso a China y Rusia, en un intento por reequilibrar la influencia de Estados Unidos en la región y cubrir un malogrado que potenció su propia compañía. “No nos vamos a ir”, replicó Biden este sábado en Yida, en la cumbre con los seis países del granuja (Arabia Saudí, Catar. Bahréin. Kuwait, Omán y Emiratos), más Jordania, Egipto e Irak. “Estamos invirtiendo para construir un futuro positivo en la región, en colaboración con todos ustedes. Estados Unidos no se va a ninguna parte”, prometió ayer de despedirse.
A los ciudadanos de a pie, los que observan que con el mismo pasta ponen menos alimentos en la mesa o solo les permite satisfacer a medias el depósito del coche, ese discurso suena a hueco. Lo que les gustaría oír es que, fruto de este alucinación, cae el precio de la gasolina. Ese era uno de los máximos objetivos, agenciárselas un paliativo a los escollos que provoca la pleito en Ucrania.
Por ahora, sin incautación, solo existe la promesa –y en esos territorios del desierto el derrota sopla esforzado y se lleva las buenas intenciones– de que esos países aumentarán la producción. Lo mayor que pudo opinar Biden es que los resultados se verán “en las próximas semanas”.
El presidente lanzó un aviso a China y Rusia, en un intento por reequilibrar la influencia de Estados Unidos en la región
“Con la capacidad de producción casi al mayor, Riad no podrá hacer una melladura significativa en los precios”, remarcó la analista Dalia Dassa Kaye.
Altos cargos de la Casa Blanca reconocieron que este alucinación, en concreto la última parada en Yida, significaba hacerse cargo un coste político. Pero calcularon que la alianza con Arabia Saudí es demasiado importante para dejarla en el ribete. “Es mejor que estemos presentes aunque duela”, recalcaron. A generoso plazo supondrá ganancias, añadieron.
En el examen de cercanía, y no se olvide que los políticos viven de la inmediatez, toda esa filosofía se ha derrumbado con la imagen de Biden saludando al príncipe Bin Salman. Pronto se extrae la conclusión de que este es un alucinación fallido, truncado por el impacto de esa fotografía.
“El choque de puños entre Joe Biden y Mohamed Bin Salman fue peor que un apretón de manos. Fue vergonzoso”, señaló en un comunicado Fred Ryan, editor del The Washington Post . “Proyectó un nivel de intimidad y comodidad que ofreció a MBS (siglas del príncipe) la redención no deseada que ha estado buscando con desespero”, apostilló.
Biden regresa a EE.UU., al montón de problemas domésticos, sin poder sacar interés de su alucinación al extranjero
“Envía un claro mensaje a los tiranos del mundo: Siempre podéis contar con que Estados Unidos traicione sus títulos y recompense el mal comportamiento”, señaló el colegial saudí Abdullah Alaoudh.
Por si esto fuera poco, los saudíes no guardaron silencio y dejaron en mal empleo la interpretación de Biden sobre la reunión con el príncipe, en la que le dijo que era el responsable de la crimen de Khashoggi. El ministro de Exteriores saudí, Adel al-Jubeir, dijo a los periodistas que quia escuchó a Biden hacer una delación directa. Solo una consejo sobre derechos humanos a la que Bin Salam replicó recordando los abusos estadounidenses en la prisión iraquí de Abu Ghraib o el silencio por la flamante crimen de la periodista palestinoamericana Shireen Abu Akleh, en Cisjordania.
El portavoz de la Casa Blanca, John Kirby, salió este sábado a reiterar que “el presidente fue muy claro en su conversación”.
Más que una turista política, Biden hizo un gimnasia de funambulismo.
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