Ella, que es de sonrisa practicable, desbordante, mostraba un semblante severo, que destacaba entre el entregado fervor de la bancada estatal. Yolanda Díaz estaba muy enfadada. La vicepresidenta no solo es una persona de trato afable y ademán entusiasta, sino que reivindica en los mítines la exigencia de aplicar “ternura” a la política. ¡A la política! Que debe ser la actividad humana donde vuelan más navajazos… Pero el pasado martes, primera sesión del debate sobre el estado de la nación, mientras Pedro Sánchez desgranaba un software que debería ser música para los oídos de la vicepresidenta, ella se olvidó de aplaudir en alguna ocasión. Ser socios implica cierto límite de confianza y en las últimas horas esa cualidad había brillado por su marcha.
En los días previos al debate, colaboradores de Díaz enviaron a la Moncloa sus propuestas para calmar la inflación. Se produjeron contactos entre los jefes de salita del presidente, Óscar López, y de la vicepresidenta, Josep Vendrell. Incluso ella y el presidente se vieron las caras el lunes en el Consejo de Ministros. Pero en la Moncloa no querían soltar prenda. Más allá de unas cuantas vaguedades sobre el sentido del discurso de Sánchez, en el entorno presidencial se negaban a avanzar a sus socios anuncios económicos concretos. No se querían filtraciones. Se creó una expectativa durante los días anteriores y se buscaba un impacto sorpresa durante el discurso, un protagonismo completo del presidente. Díaz esperaba que al menos la misma mañana del debate se le adelantaran algunas medidas, pero no fue así. La vicepresidenta estuvo tentada de soltar alguna exposición que habría propiciado titulares de división en el Gobierno, pero optó por la prudencia. Aunque algún fotógrafo captó su mueca de disgusto, que en las filas el PP siquiera pasó inadvertida.
No es que Unidas Podemos discrepe de las medidas anunciadas. Al contrario. Se consideran los autores intelectuales de esas propuestas. Y aseguran que hay mucho ganancia para requerir que el libramiento a la izquierda del presidente sea aún más decidido. Las próximas batallas serán los Presupuestos y la demanda por parte de UP de una ambiciosa reforma fiscal. De hecho, a Díaz se le pasó pronto el enfado y durante el debate tuvo oportunidad de charlar con el presidente de forma que el miércoles las cámaras incluso captaron bromas entre uno y otro. Pero es cierto que el funcionamiento de un Ejecutor de coalición resulta extenuante. Esta semana ha sido Díaz quien se ha sentido menoscabada por la aspecto de Sánchez, pero otras veces son los socialistas quienes reprochan a sus socios que vayan por librado, propiciando un ruido mediático que amortigua el meta de la actividad de gobierno, de la que unos y otros se sienten razonablemente satisfechos.
La confianza es un intangible difícil de dirigir. Y el presidente es de talante más acertadamente temeroso, lo cual no es de maravillar dada su trayectoria política. Sus socios y aliados parlamentarios se quejan de esa aspecto. Aitor Esteban, del PNV, asimismo se lamentó durante el debate de que la Moncloa le hubiera mantenido al ganancia de las medidas anunciadas. Los peneuvistas, que están acostumbrados a una disciplina y discreción en sus filas que no tiene parangón con ningún otro partido, reclaman de Sánchez el trato preferente y exquisito que habían recibido en el pasado, cuando la geometría parlamentaria no era tan variopinta. Pero son otros tiempos y la competencia de EH Bildu, que acude con frecuencia a sacarle al Gobierno las castañas del fuego, provoca cada vez más incomodidad en el PNV.
En el frente catalán, la confianza asimismo se resiente con frecuencia. Sólo hay que recapacitar el caso del espionaje a dirigentes independentistas. De todas formas, aquí los recelos son de ida y revés, ya que en la Moncloa no acaban de perdonar a ERC sus constantes vaivenes a la hora de sufragar en el Congreso. A pesar de los contactos frecuentes entre el entorno del presidente y el de Oriol Junqueras, la relación está presidida por la desconfianza. Los republicanos persiguen medidas legales para calmar los pertenencias judiciales del procés en decenas de dirigentes independentistas, pero eso va a ser engorroso de afrontar. Incluso aunque se aprobara una reducción de penas por los delitos de sedición y levantamiento, hay acusados de malversación que asimismo podrían ir a la calabozo. Ahora mismo está más expedita la vía alrededor de nuevos indultos. Pero será un itinerario prolongado y tortuoso de difícil encaje en la próxima reunión de la mesa de diálogo concertada para finales de este mes. Poco que choca con la exigencia de ERC de entregar resultados tangibles de su colaboración con el Gobierno ayer de las municipales de mayo de 2023.
Pese a estos escollos, el mensaje que lanzó Sánchez durante el debate sobre el estado de la nación indica que la vigencia va camino de finalizar como empezó, con los mismos aliados e idénticos objetivos: políticas económicas de resistente acento social y desinflamación en Catalunya. Si es suficiente para reconducir los malos resultados demoscópicos que obtiene ahora mismo el Gobierno depende más de factores ajenos al presidente, desde el curso de la conflicto en Ucrania hasta la resistor del espacio político a su izquierda. Lo que sí parece poseer captado Sánchez es que hoy, en medio de la congoja que tanto acongoja a los ciudadanos frente a su futuro tan incierto, ganarse el centro no pasa por practicar la moderación, sino por tomar la iniciativa y marcar un rumbo. Pasa por transmitir confianza.
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