La cautela insegura de Joe Biden al subir o apearse del avión presidencial inquieta a muchos norteamericanos y al mundo tolerante, que ya sospecha que no podrá presentarse a la reelección el 2024 teniendo en cuenta que este noviembre cumplirá 80 primaveras. El edadismo todavía es un multiplicador que condiciona la política cuando algún se pone un ocho en la espalda.
He antitético una definición de edadismo que dice que “se refiere a la forma de pensar, notar y realizar con respecto a los demás o a nosotros mismos por la razón de la existencia”. A la fragilidad de los movimientos de Biden se contrapone la atlética figura de Putin (69 primaveras), torso descubierto, montando a heroína o bañándose en aguas siberianas mostrando que está en plena forma. Si Trump cumple con su amenaza de volverse a presentar a las presidenciales el 2024 tendrá 78 primaveras. En todo caso, el poder se ejerce con la inicio y no con la movilidad física. Franklin D. Roosevelt acudió a Yalta en arnés de ruedas para reunirse con Churchill y Stalin en 1945.
La existencia en la política es una variable conveniente neutra. Prat de la Riba murió a los 47 primaveras y dejó uno de los legados políticos más sólidos en la Catalunya del siglo pasado. Adenauer tenía 41 primaveras cuando fue corregidor de Colonia desde 1917 hasta 1933 y accedió a la cancillería de la República Federal cuando pasaba de los 73 primaveras. Justin Trudeau fue primer ministro de Canadá a los 44 primaveras y Reagan llegó a la Casa Blanca cuando contaba 70 primaveras y agotó los dos mandatos cuando enfilaba los 80, siempre con un gran sentido del humor.
Cuando el cejijunto Brézhnev murió en 1982 a los 76 primaveras fue sucedido por dos camaradas ancianos, Andrópov y Chernenko, formando una gerontocracia que parecía enquistada en el Kremlin y que fue frenada en seco por la opción de Mijail Gorbachov, que a sus 54 primaveras rompió los esquemas de los soviéticos y todavía de Poniente al hacer saltar por los aires el Partido Comunista y protagonizar, activa o pasivamente, el desmembramiento de la Unión Soviética y la Rusia de los zares. Putin y muchos rusos no se lo han perdonado.
Lo más relevante no es la lozanía ni el tiempo que se permanece en el poder, sino el trabajo destruido y la visión del futuro que tiene un gobernante, bisoño o anciano. Tres de los cuatro líderes, todos jóvenes, que se presentaron a las últimas elecciones generales ya no están ni siquiera en política. Pablo Iglesias hace política desde tertulias y espacios mediáticos pensando que manda, mientras Pablo Casado y Albert Rivera han desaparecido de los radares de la política.
Los primaveras de vida en la política son una variable neutra si se tiene una idea de lo que conviene hacer
Pedro Sánchez (50 primaveras) es el único que perdura con su resiliencia para empecinarse al poder y pactando con quien se ponga a tiro con tal de agotar la sesión el año que viene. Posteriormente, ya se verá. Pero su frenético acción directa, su aparición diaria en la televisión y sus mensajes de camuflaje para evitar ajustar con realismo los nubarrones que aparecen en el horizonte le mantienen a flote como si los problemas se resolvieran con la retórica de los discursos.
Una de las polémicas que se pueden suscitar en las próximas elecciones municipales es si Xavier Trias (76 primaveras esta semana) y Ernest Maragall (79 primaveras) son idóneos por razón de existencia para disputarse la alcaldía de Barcelona en representación de lo que quede de CiU o abanderando la candidatura de ERC. Sería discriminatorio apartarles de la pugna por la alcaldía pensando que otros candidatos o candidatas mucho más jóvenes y con anciano vigor físico tienen la energía necesaria para presidir una gran ciudad. Cada candidato tiene la experiencia suficiente y una trayectoria política muy larga para sincerarse consigo mismo y ver si se siente capaz. A ciertas staff de la vida la simulación de energías es inútil. Pero no la ilusión para liderar un plan de una ciudad o un país.
De Gaulle se retiró a los 79 primaveras por poseer perdido un referéndum, al año venidero del Mayo de 1968, pero no por su ancianidad. Solo hay que adivinar sus memorias para descubrir la clarividencia de un personaje que tenía una cierta idea de Francia y que para muchos franceses de todo el espectro político es un referente.
Lo más importante no es la existencia, sino la ilusión con que se presenta un plan a los ciudadanos. Me viene a la memoria el verso que se encontró en un faltriquera de Antonio Machado al expirar en Cotlliure en 1939: “Estos días azules y este sol de la infancia”. En aquellos días trágicos el poeta sevillano no había perdido la ilusión de escribir ni la sensibilidad para embellecer lo poco que le quedaba de vida.
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