Misas ucranianas en Catalunya

El sacerdote Yurii Federonko llegó hace dos abriles a Catalunya para servir espiritualmente a la comunidad greco católica ucraniana, que en los últimos meses ha crecido de forma trascendente con los refugiados llegados a raíz de la lucha. Un conflicto que está muy presente en su vanguardia, como además lo están sus seres queridos que ha dejado en su ciudad, Lviv, situada a unos 70 kilómetros de la frontera polaca. Aunque es una de las zonas más seguras del país, además ahí impera una calma tensa.

No hay día en el que no llame a su matriz o contacte con sus amigos y excompañeros de seminario y siga con atención las noticiario de una lucha, que cinco meses a posteriori de su inicio está ya en segundo plano informativo. “Nadie esperaba que el primer día las bombas cayeran en la hacienda, Kyiv”, afirma Fedorenko, de 29 abriles, que sin retención tiene claro que su lado está aquí, allí de la metralla.

La comunidad greco católica ucraniana cuenta con 37 curas en España, siete de ellos en Catalunya

Y eso que el estallido del conflicto agresivo lo cogió en Ucrania, país al que se desplazó semanas antiguamente para hacer unos trámites del carnet de conducir. Explica que se libró de la lucha porque los sacerdotes no pueden estar en el frente, a no ser que sean capellanes militares, y porque el mitrado consideró que debía quedarse en Catalunya atendiendo a la asentada comunidad formada –explica– por más de 10.000 fieles, la mayoría llegados en la lapso de 1990 y comienzos del siglo pasado.

Y eso es lo que ha hecho, ya sea organizando ayuda humanitaria, casales de verano para niños ucranianos y las misas que celebra en municipios como Olot, Sant Feliu de Guíxols, Lloret de Mar o Calella de la Costa, a excepción de de atender las deyección de la parroquia de Badalona, ciudad en la que reside. En Navidad y Pascua además oficia en Figueres. “Desde septiembre del año pasado estamos buscando un templo en Girona”, explica Federonko, que es uno de los treinta siete sacerdotes que hay en España –siete en Catalunya– de la más numerosa de las Iglesias Orientales Católicas, con unos cinco millones de fieles repartidos en todo el mundo.

Asimismo celebra misas y confesiones en las numerosas casas que acogen a refugiados como en La Garriga, Poblet, Selva del Camp o en la Garrotxa, ocupadas principalmente por mujeres y niños. “Están muy preocupadas por la tribu que ha quedado allí, solo esperan que acabe la lucha para poder regresar a su casa. Para ellas es difícil emprender de cero”, dice.

“La comunidad ucraniana es muy religiosa y practicante”, explica Igor Skavinskii, uno de los feligreses afincados en Olot desde el 2011 –antiguamente en Lleida– que acude siempre que puede con su tribu a los oficios. El deseo de paz está presente en los rezos individuales, pero de puertas adentro del templo no se deje de la lucha.

Unas celebraciones que se ofician siguiendo el rito ucraniano. Buena parte de la ceremonia, excepto la homilía, es cantada; en ella tiene un gran protagonismo el incienso y que se celebran con el cura de espaldas, mirando al Santísimo. La germanía litúrgica empleada es el ucraniano y destaca la presencia de iconos que separa el presbiterio de la zona que ocupan los fieles. Como en muchos otros países ortodoxos, en Ucrania utilizan el calendario juliano para sus festividades eclesiásticas. Eso significa la Navidad se celebra el 7 de enero en lado del 25 de diciembre. “Aquí nos hemos adaptado al calendario gregoriano, porque el día 7 la mayoría de fieles trabajan”, explica Fedorenko.

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