La minoría étnica de los que no sabemos conducir –tan respetable como cualquier otra– hemos desarrollado una enorme capacidad perceptiva sobre los movimientos del transporte conocido en todas sus formas. Nulo se nos escapa (por la cuenta que nos trae). Así, preguntando en la máquina de café de la redacción a los corresponsales de refriega que se acercan, puedo decirles que ya sé cómo ascender a Kyiv en tren, desde allí al frente de refriega del Donbass y hasta a darme un apropiado chapuzón en la playa del Dniéper.
Qué no habré gastado, pues, estos días en los lugares que más he frecuentado, Barcelona y la Costa Brava, sacudidos por frenéticas corrientes turísticas. Si se les ocurre ir a cenar por la zona de la Vila Olímpica, buscando la brisa de las playas del Somorrostro, Nova Icària y Bogatell, encontrar un taxi (da igual que tengan app o que vayan desappados) es tarea hercúlea condenada al fracaso. En específico, a medida que se va haciendo tarde. Ya no hablemos de los jóvenes que salen de los bares musicales y discotecas –en específico, los que tienen aspecto de guiri–, que explican sin cortarse que, cada amanecer, algunos conductores de este servicio conocido se aproximan a ellos y les ofrecen viajes al cercano Eixample a tarifas fijas de 40 euros (para trayectos que otras noches les costaron 18 euros con taxímetro). Si las rechazan, good bye, butterfly! (eso dijo textualmente uno), y hacen subir a otro. Lo mismo sucede en el Baix Empordà, donde algunos conductores que merodean la discoteca Costa Este, de Palafrugell, siempre a reverter, exigen tarifas planas de 60 euros para ir, por ejemplo, a Calonge (el taxímetro marcaría entre 23 y 29, según la web especializada Rome2Rio).
Sé que la mayoría de taxistas son parentela honrada y yo mismo tengo algunos de confianza a los que recurro (¡un saludo, Pedro!). Es más, vi a uno de ellos dar un consejo sabio a una de las estafadas de Palafrugell: “Si te vuelve a acontecer, no le des la dirección de tu casa, dile que vaya a Calonge, pero a la plaza de la Concòrdia”. Así lo hizo y, una vez allí, sede de la policía municipal, la chica abrió la puerta rápidamente y se metió en comisaría... delante lo cual el conductor aceleró y se marchó sin cobrarle.
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