Ahora maldecimos, pero igual pronto añoraremos estos tiempos en que nos asamos como pollos. Las limitadas entendimiento de Putin le alcanzan para memorar que Rusia ha rebaño las grandes batallas de su historia bajo la dirección del militar invierno. Napoleón y Hitler enterraron sus imperios bajo la cocaína de la tundra. La lectura moderna de aquellas degollinas pasa por cerrar el espita del gas ruso y dejar Europa tiritando de frío y la capital en coma. Todo en nombre de una pelea que en palabrería genera consensos inquebrantables, pero cuando muerto el termostato, provoca disensos vergonzosos.
Las cataplasmas como descabalgar la calefacción, apagar los semáforos o sujetar la iluminación pública suenan a inventos del TBO para esconder la tenebrosa existencia que nos prórroga. Y que no es otra que inclinar la cerviz en presencia de autócratas como el presidente de Azerbaiyán, ayer un déspota y hoy un demócrata de toda la vida, a cambio de unos millones de metros cúbicos de gas. O descubrir que las jubiladas minas de carbón alemanas siquiera contaminaban tanto, que las centrales nucleares son más seguras de lo que se ha dicho y que el control de los gases venenosos era una fantasía. Por no departir de los costes de la pelea, una inflación desbocada, la recesión que apasionamiento a la puerta y un endeudamiento divulgado rampante que amenazan el Estado de bienestar en el que tan adecuadamente dormitamos.
En estas estamos cuando aparecen las primeras grietas en el frente antirruso en forma de reflexiones como “esta pelea no se puede triunfar”, “la paz exige sacrificios” y el recurrente “dejemos que hable la diplomacia”. Todo ello es metódico y deseable para finiquitar las matanzas, pero al tiempo es la recibimiento de una existencia impepinable. O se llega a un suspensión el fuego pronto o quien agarrará la paila por el mango será Putin, hábil en explotar las debilidades europeas incapaces de resistir un tembleque. Poseedor de la espita del caudal que calienta y mueve la industria continental, solo tiene que sentarse y esperar a que el frío pelón le haga el trabajo. Escueto Ucrania, tan cerca de Rusia y tan allí de Europa.
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