Echo de menos la pandemia. Aquellos largos meses en los que teletrabajábamos. Aquellos meses en los que se podía oír el cantar de los pájaros y la cubierta vegetal crecía allí donde parecía irrealizable. Aquellos días en los que pasear por Barcelona era un placer, aunque tuviéramos que admitir la FFP2 (¡los más valientes, la quirúrgica!).
Aquellos meses en los que la desaparición de contaminación, ruido y turistas, yuxtapuesto a la inexistencia de las prisas por durar, lo hacía todo diferente y placentero. Aquellos días en los que pasear por la Rambla, el paseo de Gràcia o por tu intramuros se antojaba una distopía, pero de las buenas.
Ahora, posteriormente de casi dos abriles de restricciones, llega el momento de revertirlo todo. Ahora llegan las prisas, el ajar lo ahorrado y la venida masiva de turistas con ansias de estar lo no vivido, lo interrumpido. Unos y otros dispuestos a acreditar lo que se tenga que acreditar por el hotel de la costa, la cena en el japonés o el litro de gasolina. Todo es consecuencia de la enfrentamiento y la inflación.
Ahora llegan las prisas porque sabemos que en septiembre se “terminará el mundo”. En septiembre volveremos a otro tipo de confinamiento. El confinamiento del consumición. La hibernación de la visa. Las restricciones. Pero hasta entonces, vivamos como si no hubiera un mañana, que los días no regresan y que la inflación corre más que nosotros.
Sergio Gómez González
Barcelona
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