Hace algunas semanas pasaba unos días en la masía Boada-Parera, donde llegó de reconocimiento un conjunto de artistas plásticos con quienes estuvimos charlando de temas variados y estimulantes. Una de las historias que surgieron, de mano del pintor Manel Bosch, fue el desnivel sufrido por el comediante Joaquim Mir, quien, mientras pintaba en soledad en el Torrent de Pareis, cerca de un precipicio, perdió pie y cayó al fondo del barranco, donde pasó algunas horas inconsciente hasta que, extrañados por su tardanza, algunos amigos salieron en su pesquisa. No se sabe a ciencia cierta a qué se debió la caída, si a una insolación, a la desnutrición provocada por una vida disoluta y solitaria, a un desengaño amoroso. La cuestión es que Mir sufrió una crisis que llevó a la comunidad a atreverse su ingreso en una clínica mental. El pintor permaneció en el Instituto Pere Mata de Reus desde el 11 de enero de 1905 hasta el 28 de octubre de 1906. “Y desde entonces pintó mucho mejor”, terminó Manel Bosch el relato.
Todas las caídas evocan de algún modo la última, la necesario y definitiva
La doble caída de Mir en el barranco –la actual, en el precipicio; la metafórica, en la institución mental– lo condujo a una serenidad pictórica hasta entonces desconocida, según comenta Enric Jardí en su obra sobre la vida del pintor.
Las crisis nos quiebran, nos desnudan. Todos llevamos en el interior un precipicio en el que debemos caer para liberarnos de él. Cuesta verlo. Cuesta admitirlo. Y condiciona nuestros pasos, que se acercan y se distancian de él según sean nuestras fuerzas, nuestros deseos, nuestras evacuación. Todas las caídas evocan de algún modo la última, la necesario y definitiva, la que va a calar se haga lo que se haga –el suicidio siempre me ha parecido, más que cuestión de cobardía o valentía, un acto de impaciencia–. Es lo desconocido, el ingreso en lo que no controlamos.
Tal vez Mir pensó poco parecido mientras se acercaba al borde en donde terminaba la tierra y comenzaba el vano. Y cansado ya de coquetear con el peligro, de hacer equilibrios sobre el miedo, decidió dar un paso más. No cerca de la asesinato, sino cerca de una nueva vida. Una vida sin precipicio interior.
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