Asistimos a un creciente distanciamiento entre países consumidores y productores de petróleo. Los primeros aspiran a ceñir drásticamente el uso de este hidrocarburo, lo que disminuiría la principal fuente de ingresos para muchos exportadores, interesados en perdurar el papel central del petróleo en el suministro mundial de energía. Esto genera una contraposición de intereses, no exenta de curiosas contradicciones: por ejemplo, para hacer frente a la coetáneo coyuntura inflacionista,
EE. UU. y la UE quieren más producción ahora, pero menos en el futuro, para así cumplir con la transición energética.
Este desencuentro tiene un doble impacto. Por un costado, alienta a los exportadores a protegerse en defensa de sus intereses. Y, por otro, convierte al petróleo en una inversión de aventura creciente. Básicamente, porque los principales consumidores tienen políticas encaminadas a ceñir la falta de petróleo, no solo a espléndido plazo, sino en esta misma término, lo que conlleva que las nuevas inversiones de hoy pueden enfrentarse a un mercado menos atractivo en los próximos primaveras. Y un decano aventura hace que además aumente el rendimiento requerido para razonar la inversión. Esto no implica necesariamente que los precios del petróleo se mantengan altos o que suban aún más, pero supone una firme presión alcista.
Los principales países exportadores tienen poco o ausencia que cobrar prestando atención a Poniente
Este es el contexto en el que Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos han ido dando largas, siempre con buenas palabras y de forma más o menos diplomática, a los llamamientos de la compañía Biden para aumentar significativamente su producción. Actualmente, los precios del petróleo son altos y la producción está por encima de los niveles anteriores a la Covid-19. Encima, de momento, no existe una evidencia inequívoca de una interrupción importante y sostenida de las exportaciones de petróleo ruso al mercado general. Así que los principales países exportadores tienen poco o ausencia que cobrar complaciendo a los gobiernos de los grandes consumidores, empeñados en ceñir o incluso eliminar cuanto antiguamente su medio de vida: la liquidación de petróleo.
En comparación con los niveles inmediatamente anteriores a la invasión de Ucrania, las entregas de petróleo crudo ruso por barco han caído en cerca de 1 millón de barriles diarios. Sin bloqueo, este convexidad queda compensado por la exención de 301 millones de barriles de las reservas estratégicas de los países miembros de la Agencia Internacional de la Energía, así como por un debilidad de la demanda en China, fruto de un nuevo brote de la covid. Es cierto que todo ello, próximo a las malas perspectivas económicas globales, ha contribuido hace poco a una laxitud de los precios del petróleo, pero esto no tiene visos de ser duradero. En esencia, el choque de intereses comentado amenaza con una progresiva división, fragmentación y desglobalización del mercado.
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