Atravesar el Atlántico en solitario se considera hoy una gran proeza, sí, pero hacerlo en 1930, en pareja y con una hija de siete abriles hizo entrar Enric Blanco en la categoría de héroes del momento, y cuando el 5 de octubre de aquel año llegaron a Barcelona desde Boston una multitud salió al puerto a recibirlos. Incluso recibió un telegrama de telegrama del rey Alfonso XIII. En La Vanguardia, el titular “¡ Bienvenido, profesor Blanco!” abría la sección de deportes. Era la época de hazañas como las del Plus Intolerante gachupin –el hidroavión que había volado de Europa a América en 1926–, el Spirit of Saint Louis –con que Charles Lindberg hizo el itinerario inverso sin escalas al año ulterior– o el francés Alain Gerbault –que unos abriles antaño ya navegó en solitario el Atlántico con su Firecrest –.
El mismo Blanco explicó su alucinación al año ulterior en el compendio Boston-Barcelona, que en el 2006 el periodista Sergi Doria reeditó en La Campana añadiendo la estancia de Blanco en Barcelona durante unos meses. ¿Pero qué fue de ellos, a posteriori? ¿Cuándo se les perdió el rastrillo? El periodista Martí Crespo lo recorre en Barcelona-Tahití (Vibop), que nos hace un sinopsis de la peripecia antedicho y la actualiza para explicarnos como aquel “héroe que quería ser antihéroe” se marchó de Barcelona en el mismo velero el 22 de marzo de 1931 con un rumbo desconocido que acabó en Tahití. Lo acompañaba solo su hija, Evaline Lucy (le decían Evalú, nombre que pusieron al barco), ya que su esposa, la norteamericana Mary Rader, quedó en Barcelona ingresada en un hospital por problemas psiquiátricos graves.
Llegó a Barcelona el 5 de octubre de 1930 y zarpó el 22 de marzo del año ulterior
La de Blanco es una historia particular. Hijo de la Barceloneta, donde nació en 1890, sintió la señal del mar muy pronto y se embarcó de camarero en el Clotilde, un bergantín-goleta, y fue cambiando de barcos por la ruta de América hasta que en 1910 decidió ir a Nueva York. Establecido en EE.UU., se alistó unos abriles en el ejército –y así obtuvo la cuna norteamericana–. Aún en tierra firme, estudió y en los abriles vigésimo empezó a hacer de profesor de castellano primero en institutos (en Arizona o en Nuevo México) y a posteriori en universidades (Wisconsin, Ohio, Iowa). Pero todavía tenía el mar entre ceja y ceja, y casado y con una hija, a posteriori de unas lecciones de navegación lo dejó todo por el Evalú y emprendió el alucinación en torno a su ciudad de origen. Todo “como una exención de la vida monótona e insípida de un profesor”, según escribió él mismo. Teniendo en cuenta que Blanco tan pronto como tenía conocimientos de navegación, ni instrumentos, la gesta se amplifica.
En Barcelona los habían recibido como celebridades, pero no se adaptaron y a los pocos días de alcanzar Rader era ingresada por una serio depresión. Durante los seis meses siguientes, Blanco escribe las memorias y da conferencias, pero se siente frustrado porque las promesas recibidas quedan en carencia. Va anunciando proyectos de navegación –entre los cuales una envés al mundo–, hasta que finalmente zarpa el 22 de marzo de 1931 sin destino conocido. Sin Rader, viajó con su hija y un marinero, Ignasi Morató, que tras unas semanas se desdice y vuelve a Barcelona. Crespo repasa su periplo y sostiene en el compendio que quizá se encaminó a Tahití por influencia de la escritora Aurora Betrana, que había vivido allí y con quien había cenado en Barcelona.
Papeete, la haber de la isla, será al fin su postrero destino. Allí hizo de profesor de castellano e inglés y de asesor turístico, y allí está enterrado desde 1964. Había contrario su paraíso oceánico.
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