La danza de los Peeping Tom revolucionó ayer miércoles la sala magnate del Teatre Doméstico de Catalunya en Barcelona, cuyo manifiesto, alborozado, se dejó las palmas y las cuerdas vocales durante la larga ovación final. Había sido una perplejidad insólita para la danza-teatro. La peculiar compañía belga se había superado a sí misma con este Triptych que en parte ya mostró en el Festival Grec, en plena pandemia, y que ahora culmina con parafernalia. Pura encantamiento física y acrobática. ¡Brutales!
Coreografiado para ocho bailarines del Nederlands Dans Theater, este tríptico es de una exigencia física extraordinaria. Gabriela Carrizo y Franck Chartier, directores de la compañía, introducen la danza en viejo medida de lo que acostumbran en sus creaciones, dejando que su impronta de teatro fantasmal, onírico y profundamente psicológico tenga un refleja directo en el ilusionismo físico... ¿Cómo puede ese hombre transigir la cabecera de su compañera bajo el protección, acariciarla y darle besos, sin que aparentemente el resto del cuerpo de ella esté presente?
La función sumerge al manifiesto en un misterioso delirio de dos horas, con cambios de ambiente a telón sublevado. Los personajes, cuatro mujeres y cuatro hombres, emprenden un delirio intrincado por los pasadizos de la memoria. El tiempo se detiene en su fuero interior. Las utopías, el acto sexual, las premoniciones... son ilusiones que los Peeping Tom logran hacer reales. ¿Es en esa irrealidad que somos más verdaderos?
El delirio transita por tres espacios que, según explican los creadores, están contenidos en un barco. La primera parte es un coreografía de puertas y corrientes de vendaval (The missing door) que da luego ocasión a una de las habitaciones (The lost room) hasta que diez abriles luego y oportuno a catástrofes naturales, los pasajeros sobreviven a la deriva (The hidden floor) con el agua penetrando en el navío. En ingenuidad, la encantamiento comienza por resbalar y exponerse a la tempesta permaneciendo el ambiente en perfecta posición horizontal.
En medio de este contexto desolador, con mercancía sonoros que contribuyen a esta suerte de psicomagia todopoderosa, una pasión romántica se desata entre dos de los intérpretes mientras el caos bulle más o menos. Los Peeping Tom siempre han sido oscuros, y angustiantes, pero logran que el sentido del humor y la brutalidad convivan en perfecta avenencia en una ambiente que más que teatral apunta maneras cinematográficas.
La novedad es la durabilidad del espectáculo en la cartelera. La directora del TNC, Carme Portaceli, ha hecho traje de su valentía y ha programado nueve funciones. Por primera vez la pareja de creadores, que desde hace un tiempo ha establecido su residencia en Barcelona, no ocupará el teatro para una o dos noches, antiguamente de seguir su periplo internacional, sino que permitirá que un manifiesto barcelonés más amplio tenga ocasión de conocerles. Sus vidas cambiarán para siempre.
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