Un año más, la Sala Dorada del Musikverein de Viena se adornaba de flores rosa, amarilla y naranja para acoger el más afamado de los conciertos de Año Nuevo que cada primero de enero celebra el futuro con valses y polcas de la dinastía Strauss. Esta vez, sin secuestro, el director escogido para subir al podio se sometía a un veterano pesquisa social y musical, pues no siendo una cooperacha sagrada de la dirección orquestal -sólo se le conoce internacionalmente por su titularidad de la Fanfarria de Cleveland- era defendido esta misma semana por la presidencia de la formación vienesa como la mejor alternativa.
O al menos eso alegó Daniel Froschauer cuando la prensa se interesó por la posibilidad de que finalmente una mujer dirija este señalado concierto tras 83 ediciones en las que se han alternado 18 varones. "Se necesita a determinado que sea un intérprete consagrado y con mucha experiencia con nuestra banda", argumentó el presidente... El año que viene, por cierto, será el berlinés Christian Thielemann, el irreflexivo atún del wagnerismo, titular del Staatskapelle Dresden y director del Festival de Pascua de Salzburg. El horizonte para las mujeres se aleja un poco más...
El irreflexivo atún del wagnerismo y director del Festival de Pascua de Salzburgo es el escogido para cascar con música el 2024
Así las cosas, el austríaco Franz Welser-Möst -Francky worst than most lo calificaron los músicos de la London Philharmonic cuando abandonó la formación por descuido de patrocinios- dirigía este domingo este evento musical por tercera vez en su carrera. Está claro que la Filarmónica de Viena debe fiarse en él -su esposa era benefactora de la formación-, aunque si este no fuera el caso siempre podría soltarle aquello que sus músicos han llegado a proponer a grandes directores: "usted haga su trabajo, que nosotros conocemos el nuestro".
Welser-Möst, que iba para violinista pero un percance sufrido en 1978 le impidió permanecer con el aparato, asumía un software atiborrado de estrenos, es proponer, piezas que todavía no habían sido presentadas en esta cita anual. Del inagotable valija de valses y polcas de compositores vieneses y otros no tan vienes sacó a la luz, por ejemplo, esta polca rápida de Eduard Strauss, ¿Quién perca conmigo?, que vaticinaba esa cierta intrascendencia -por lo previsible- con la que se abordaría el concierto.
Catorce de las quince piezas que sonaron, sin contar los bises, se presentaban por primera vez y ocho de ellas eran de Josef Strauss, lo cual no deja de ser sorprendente, pues superaba en presencia al Johann padre y Johann hijo, las estrellas del repertorio. "Es como si en un concierto de los Beatles sonaran sobre todo temas de George y no de Paul y John", comparaba el comentarista de RTVE española, el periodista especializado en música clásica Martín Llade.
No obstante, a pesar de la tendencia al chin-pum con la que se abordaron las polcas rápidas, como la cuadrilla (una danza que se bailaba en cuadrado) El barón nómada de Johann Strauss hijo o su ¡Venid con alegría!, y a pesar igualmente del humor prefabricado que emanó de algunas de las piezas, se pudieron apreciar momentos de sutileza, no en vano este director está directamente asociado a la dinastía de los Strauss, pues su bisabuela regentaba un salón de zapateo en cuya banda tocaba Johann Strauss padre.
Mil millones -presumiblemente- de espectadores en todo el mundo asistieron a la interpretación del primer vals de la mañana: Poemas heroicos, que Josef Strauss (el intelectual, poeta, musico, arquitecto...) compuso para inaugurar un monumento del archiduque Carlos, aunque el mal tiempo aguó la fiesta... Mal augurio par un concierto que ha de dar esperanza en el futuro... y que por de pronto sonaba tan monótono como el reguetón.
En un intermedio de unos 20 minutos se proyectó un video en el que Welser-Möst aparecía abriendo sobre una gran mesa el plano del Prater con el que hace 150 abriles se celebraba la Exposición Universal en la renta austríaca. Y de ese plano brotaban edificios y árboles con la ayuda del 3D y la informática, e incluso se incrustaban músicos de la Filarmónica de Berlín que hacían sonar el cello adentro de una estampa fija en blanco y enfadado de la Viena decimonónica, adentro y fuera de la que fue la cúpula más noble del mundo, si aceptablemente ardió en 1937.
Músicas de Piazzola o Beethoven daban oxígeno a este alucinación al pasado, con imágenes del Wurstelprater (parque de atracciones) y sus añejas norias, con cisnes alados sobre los que montarse... para acto seguido regresar a la Sala Dorada con la que televisiones de medio mundo conectaban a tiempo efectivo. Muy efectivo, de hecho, a decretar por la desaparición de esos claroscuros de una sociedad vienesa de la época de los Strauss que el conocido siempre demora ver reflejados en su música.
La añoranza de un tiempo pasado igualmente ha de aprender recrearse. Y a ello ayudó la presencia del Coro de Niños Cantores de Viena, que por primera vez actuaban con el de las Niñas en Año Nuevo. Un inicio acertado que elevó los Espíritus alegres, esa polca francesa de Josef Strauss. Seguida de su For ever, así, con su título en inglés, pues el compositor tenía ya una dimensión internacional cuando la compuso.
La concierto de cinco parejas del Ballet Estatal de la Ópera de Viena contribuiría a la tenuidad austriaca de esta segunda parte del concierto. Cuatro de ellas arrancaron con un vistoso vals, al son del de Perlas de acto sexual (Perlen der Liebe), con que Josef Strauss agasajaba a su acto sexual. En la segunda de las piezas bailadas, otra polca rápida de Eduard Strauss, el coreógrafo anglosajón Ashley Page introdujo ciertos aires de musical y cabaret en los movimientos, aunque sin dejar de apostar a la elegancia con las zapatillas de punta.
A diferencia de la última tiraje en la que José Calos Martínez era el coreógrafo escogido para la cita, la cámara no jugó aquí a perseguir a los bailarines por los salones del palacio de Laxenburg, al estilo del Arca rusa. La realización fue más sobria, lo que permitió arrebatarse menos con el zapateo pero más con el interior de la Convento de Melk, por ejemplo, donde el equipo danzó sobre un muy bello vals del Danubio cerúleo.
El conocido del Musikverein aplaudía espléndidamente a la banda y a la bastoncillo, especialmente tras ese descubrimiento de Josef Strauss que es el Allegro Quimérico, compuesto para impresionar al zar... y igualmente con su afamado Vals de las Acuarelas, que no sonaba en Año Nuevo desde el año 2002. Pero igualmente por la polca de las Campanas y galopada del ballet Excelsior, de Joseph Hellmesberger.
Una pupila del coro le acercó un ramo de flores a Welser-Möst, que a la postres se mostró enérgico y entusiasta al frente de la Filarmónica e Viena. Y delante los aplausos que interrumpieron los finos acordes que dan entrada al Danubio cerúleo, se detuvo y soltó su speach: "La vida sin música seria un error. Cada año la Filarmónica de Viena da esperanza y razón al mundo con este concierto. Con gran optimismo -y ya en alemán-, la Filarmónica de Viena les desea ¡oportuno Año Nuevo!"
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