El consejero es delante todo para quienes adoren la punto de vista más inquietante de Christoph Waltz, el actor vencedor de dos premios Oscar por su billete en Malditos Bastardos y Django desencadenado de Quentin Tarantino, quien se podría asegurar que disfruta sintiéndose encasillado. Si en la fallida Most dangerous game interpretaba a un patrón que proponía a hombres desesperados de convertirse en presas humanas a cambio de un dineral, en la serie de Amazon Prime Video se pone en la piel de un inquietante consejero que pone a prueba a los trabajadores de una empresa tecnológica, hasta el punto que temen por su propia vida. Es, en prontuario, una pesadilla capitalista en secreto de humor.
El escena es una empresa de videojuegos, CompWare, cuyo presidente muere en una situación terrorífica: al tomar a los chavales de una escuela, uno de los preadolescentes le dispara sin piedad. Automáticamente, Elaine (Brittany O’Grady), que era la asistente del fallecido, y Craig (Nat Wolff), que era uno de los ingenieros, asumen que se quedarán sin trabajo. Temen la idea de tener que presentarse a ofertas de trabajo. Pero, de repente, en la empresa aparece Regus Patoff (Christoph Waltz), un misterioso consejero que tiene las riendas de la empresa. ¿Su objetivo? Deshacerse de los lastres de la empresa y aumentar la productividad. El tema es que, como pronto descubren Elaine y Craig, ese hombre es más inquietante de lo que ningún de ellos se pueden imaginar.
Elaine (Brittany O’Grady) y Craig (Nat Wolff), dos trabajadores que desconfían de su nuevo principal.
Aquí, que nadie se confunda, no nos encontramos delante una comedia negra sobre jefes que son unos malnacidos (que igualmente) sino delante una sátira que obliga al espectador a plantearse hasta qué punto estamos delante un hombre o incluso una presencia diabólica. Su autor es Tony Basgallop, que ya se ha divertido lo suficiente moviéndose entre la comedia negra, el thriller y el terror psicológico en Servant, la serie producida y dirigida por M. Night Shyamalan. Y aquí, más adentrado en la comedia y la sátira mientras adapta una novelística de Bentley Little, introduce un escena secreto para revelar hasta qué punto dos trabajadores en serie, Elaine y Craig, pueden pervertir su humanidad al ser puestos a prueba.
El piloto, de hecho, deja imaginar hasta qué punto El consejero es una sátira por la capacidad de exageración del guion (y no solamente cuando Waltz se puede brillar con diálogos que siempre esconden un cinismo y una oscuridad absolutos). Cada vez que los asalariados de CompWare hacen narración a la posibilidad de quedarse en la calle y tener que averiguar un nuevo empleo, hablan de “allí fuera” como si vivieran en una efectividad postapocalíptica. Las escenas fuera de la oficina muestran un mundo ordinario y corriente pero se comportan como si la pérdida de la salario les convirtiera en los hombres-hongo de The last of us y las calles estuvieran llenas de infectados.
Cuando determinado se sale de la rueda profesional, queda despojado de sentido existencial, como una utensilio obsoleta
Quedarse sin trabajo, incluso a posteriori de trabajar en una empresa líder en el sector, se interpreta como una ruina económica y posiblemente como la crimen. Ese “allí fuera” es un petición que coloca El consejero, sin disimulo, en la crítica voraz y sarcástica del sistema socialdemócrata y capitalista: cuando determinado se sale de la rueda profesional, queda despojado de sentido existencial, como una utensilio obsoleta, y queda en la intemperie, expulsado de un sistema que sólo valora la productividad.
En este sentido, se puede asegurar que la serie de Amazon hace el tándem ideal con Severance de Apple TV+, ese thriller psicológico que plantea la disociación del ser humano en dos identidades: el yo humanista y el yo profesional, que se activa al entrar al puesto de trabajo y que no se puede comunicar con la identidad foráneo. La única compasión es que, mientras Severance es una narración de tensión y dramatismo crecientes que sabe desarrollar su potente concepto original, El consejero se queda en el divertimento un tanto redundante.
Tiene la premisa. Tiene el escena, en el que no faltan los suelos y paredes de cristal y las cámaras para aumentar la paranoia de los implicados (y hasta un archivo secreto). Tiene un Cristoph Waltz cómodo y satisfecho divirtiéndose con sus particulares ratas de laboratorio, esos trabajadores desesperados por obtener su atención. Y tiene poco que asegurar, incluso asumiendo que la ojeada es cristalina. Pero el problema es que Basgallop no sabe admitir la historia por derroteros tan sorprendentes como cree y siquiera sabe implosionarla en el tramo final con el nivel de manía que parece prometer en todo momento.
Qué hubiera sido de El consejero si Basgallop, en vez de escribir ocho episodios de 30 minutos, hubiera planteado la habilitación como una película de 100 minutos.
Tony Basgallop no lleva la serie al nivel de manía que promete en todo momento
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