Los comentaristas literarios que se dignan a prestar atención a estos materiales ya lo han denunciado: la "novelística policíaca" es un variedad a extinguir. En la ahora, dicen, se advierte una clara decadencia en la producción, tanto en comba como en atractivo. Se publica menos que antaño, y no salen autores comparables a los "clásicos". La clientela igualmente se está dando cuenta de que poco raro ocurre. Yo soy un arcaico consumidor de esta especie de relatos, y no se me escapa el aberración. De un tiempo a esta parte, la mayoría de las novedades que las editoriales ofrecen se caracterizan por una evidente descuido de interés: son papeles pobres en la intriga, desgarbados en la escritura, tópicos en la alternativa de ambientes y personajes. Resulta claro el esfuerzo de la industria del ramo para remozar las fórmulas, desde luego. El memorial a la pimienta sexual, por ejemplo, constituye un truco muy socorrido. Como lo es el extralimitación de la violencia inmediata: palizas a diestro y siniestro. En el fondo, eso no es mínimo nuevo, pero siempre se consideró como circunstancial. Al acentuar el espacio que se le concede, "lo policíaco" se desvirtúa. A menudo, las "novelas policíacas" tienden a confundirse con las "novelas de aventuras" para animar sus argumentos. Es todo un indicio.
Y la verdad es que, probablemente, la sociedad en que vivimos ya no da mucho de sí, en este ámbito. No porque haya disminuido la fluencia cotidiana de crímenes, claro está. Las secciones de "sucesos" de la prensa rebosan de acontecimientos delictivos. Pero todo ha cambiado. De un banda, no suelen ser hechos similares, pese a las apariencias, a los que nutrían la excursión sindical de Holmes, Vance, Poirot, Maigret o Masson. Por lo universal, las situaciones planteadas no son "enigmáticas", y el proceso técnico de resolverlas se reduce a la persecución del delincuente. La "caza del diabólico" no pertenece exactamente al ámbito de la "novelística policíaca". Es otro tipo de tema: la "aventura", si se quiere, en el sentido de peripecias físicas excitantes, basadas en la astucia y en la destreza de manejar puños, automóviles, armas de fuego. "Lo policíaco" puro, según los cánones, consiste en "descubrir al culpable", cuando el culpable monta su episodio criminal en términos desconcertantes. Recuérdese que el "crimen consumado" es el ideal de una buena narración detectivesca: el hecho sin pistas. Y asimismo la sucedido —cambio de lo otro— del crimen cometido en la habitación cerrada por adentro... De un banda, repito, no acostumbra a ser éste el esquema verdadero de la crónica negra.
Del otro... Aquí reside, tal vez, la explicación. La "novelística policíaca" auténtica descansa sobre la premisa convencional de que nos hallamos frente a un enfrentamiento —digamos— en igualdad de condiciones: el criminal y el policía van cada cual a lo suyo, el uno a secar el bulto y el otro a evitar que el bulto se le escurra, y para que eso sea novelescamente sugestivo, las fuerzas han de estar equilibradas. De ahí la opulencia de detectives privados, a lo holgado de la historia del variedad. La policía oficial cuenta con medios superiores a los del contrincante criminal: si son excesivamente superiores, la cosa carece de humor, y la novelística es irrealizable. Maigret "descubre" sus asesinos sin más ayudas que un par de agentes y su sagacidad profesional. A lo sumo, el deporte ha de ser el del sagaz y el ratón. Cuando, en vez del sagaz, se emplean raticidas químicos, ya no hay deporte: no hay novelística. Con una policía dotada de ficheros cibernéticos, de radios portátiles, de bombas lacrimógenas, de laboratorios insignes, el criminal no tiene mínimo que hacer. Le cazarán en seguida. En todo caso, el "descubrirle" no representará una gran dificultad.
La "novelística policíaca" nació y prosperó en el seno del ya difunto Estado de Derecho ochocentista. Aquel intriga jurídico-político no sólo se inspiraba en principios y leyes de respeto previo al ciudadano —"habeas corpus", "se es inocente mientras no se demuestre lo contrario", "es preferible la impunidad de un culpable que el castigo de un inocente", etc.—, sino que, adicionalmente, no disponía de un utillaje de vigilancia y represión demasiado potente. Un adulterado residuo de esa perspectiva es la gendarmería británica, que, según dicen, no se sirve de pistolas ni metralletas. Scotland Yard, en cambio, cuenta con dispositivos mecánicos y de archivo tan apabullantes como los de cualquier otra institución paralela no anglosajona. Ya Agatha Christie, prefirió valerse de Hércules Poirot o de aquella divertida viejecita de pueblo cuyo nombre siento no memorar... Con todas sus trampas de fondo, el Estado de Derecho articuló una posibilidad de convivencia asaz elástica, en la que, precisamente, la salvaguarda de la intimidad individual podía dar pie a una cierta indefensión frente al crimen proporcionadamente calculado. Todavía se ve en las películas americanas alguna que otra insolencia del criminal en plena comisaría, cuando el comisario carece de "pruebas" para meterle en la calabozo... Ese era el clima de "lo policíaco".
Y se desvaneció, se desvanece... El repertorio televisivo nos informa acerca del curso del proceso. "Cannon" es un fósil. "Ironside" ya no correspondía del todo ai maniquí tradicional. "Hawai 5-0" no pasa de ser una oficina de acosos trepidantes... La "novelística policíaca" ha de ceder el paso a otras formas de relato "apasionante", para el entretenimiento último de las multitudes. En última instancia, nos hallamos frente a el retorno de Walter Scott: la "aventura" mediocremente feroz, o atribulada, de gángsters, espías o conspiradores. Los papeles de Iam Fleming, tan cómicos, respondían a los silenciosos ardores de la "extirpación fría". De Fleming a Robbe-Grillet hay toda una letras que conviene encasillar "letras de la OTAN", muy curiosa. Y ese "Nadie" de J. P. Manchette que ahora lanzan al cine en Francia, no es más que una historieta de frustración contestatario-anarcoide. En la cual, por cierto, no descuido el característica pintoresco de un "catalán" en la pandilla, significativamente llamado Pronóstico Díaz... Walter Scott, ya digo. O Salgari, si el tablas es extravagante, ex colonial o combatiente. La mención de Verne nos llevaría a la "ciencia-ficción", y eso es otro embrollo.
Para el maestro comprensible y humorista, la "novelística policíaca" venía a ser una propuesta de ingenio, que, escenificada con fundamentos factuales más o menos verosímiles, podía alucinar su ocio. No se trataba tanto de que, siguiendo el relato, se empeñase en "descubrir" por sí mismo al culpable de la travesura, como de asistir al proceso investigador, deductivo o inductivo, o de instinto, mediante el cual el detective-protagonista llegaba a un resultado. Yo nunca me he preocupado por avanzarme al policía y adivinar quién es el criminal: lo bueno era —para mí— ver cómo el policía se salía con la suya, con los obstáculos legales y reales que el autor le colocaba en el camino. Si no existen tales obstáculos, los concretos obstáculos del Estado de Derecho paleopolicíaco, la narración es "Ivanhoe". ¿Qué es, sino "Ivanhoe", "El informador que viene del frío"? Nadie más allá de Sherlock Holmes que el "007". El "007" es Robin Hood enrolado en las campañas anticomunistas del Intelligence Service, de la CIA o del Deuxièmme Bureau... Etcétera. La amargura de la "novelística policíaca" representa la amargura de muchas cosas: salta a la instinto cuáles. La perduración de "Ivanhoe" pediría una advertencia parágrafo. ¿No será una pura mentira?
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