Arnulfo Reyes tiene unas palabras dirigidas a los policías de Uvalde (Texas). “Son unos cobardes”, dice. “Estuvieron ahí sentados y no hicieron ausencia por nuestra comunidad. Les llevó mucho tiempo. Nunca les perdonaré”.
Su voz no es una voz de cualquier otro vecino indignado tras asimilar que los uniformados tardaron más de setenta minutos en forzar la entrada del clase de la Robb Elementary School en la que estaba atrincherado Salvador Ramos, con su AR-15, el arsenal que se regaló para su 18 cumpleaños y con la que mató a 19 niños, de 11 a 9, primaveras, y dos profesoras.
Siquiera es la voz de uno de esos padres que se amotinó a la puerta de la escuela de primaria pidiendo a los agentes que rescataran a sus hijos.
No, Reyes es un profesor que estaba en el clase cuando se produjo el ataque y que, dos semanas posteriormente, en un hospital de San Antonio donde se recupera de cinco operaciones y varias transfusiones de familia por las heridas de bala que sufrió aquella mañana, ofreció en la condena ABC el relato más pormenorizado hasta el momento de lo que ocurrió en aquel báratro.
La diligencia policial está más que en cuestión. Su retraso en desempeñarse, pensando que era una situación con rehenes, ha provocado la cólera en la comunidad, que acusa a los agentes de tener las manos manchadas de familia.
Las contradicciones entre los cuerpos de las fuerzas de seguridad han aparecido a la luz. Incluso culparon a una profesora por supuestamente dejar abierta la puerta por la que entró el pistolero. Luego rectificaron. Ella no se dejó la puerta abierta. Los responsables estatales salieron a disculparse y reconocieron que “la operación fue errónea y punto”.
“Ellos tenían chalecos antibalas, yo no tenía ausencia”, se lamenta Reyes. En efectividad eran dos aulas conectadas, la 411 y la 412. “Me siento muy mal por los padres que han perdido a un hijo. Pero ellos solo han perdido a un hijo, yo perdí merienda ese día, todos a la vez”, afirma entre sollozos.
Incluso la entrevistadora Amy Robach, que está en un estudio, no puede esconder el impacto emocional de esas palabras y de otras que audición durante otras respuestas.
Matanza de Uvalde
El profesor Reyes pidió a sus alumnos que se pusieran debajo del pupitre y se hicieran los dormidos
“Iba a ser un buen día”, subraya el profesor. Los alumnos de tercer y cuarto extremo ya habían concluido los exámenes, faltaban dos días para las asueto estivales. Esa mañana se entregarían los premios del curso y pondría a sus alumnos la película La grupo Adams en interpretación animada
Tras los reconocimientos, regresaron al clase a continuar con el visionado del film. Todo ordinario hasta que, sobre las 11.30 horas, Reyes escuchó “un bang”. Sin tener muy claro que significaba ese ruido, Reyes pidió a sus alumnos que se pusieran debajo de los pupitres como hacían en los simulacros.
“Los niños gritaban, ¿qué está pasando, señor Reyes?, mientras se metían debajo de la mesa. Intenté que fueran lo más rápido posible”, rememora. “Entonces me giré y simplemente lo vi a él”, al pistolero. Los siguientes 77 minutos, entre la matanza y la paciencia interminable, destrozaron a Reyes, a Uvalde y quién sabe si incluso transformará a Estados Unidos. Sin retención, los circunstancias de otras matanzas escolares no auguran ausencia positivo en cuanto al control de artefactos letales como el AR-15, rifle de estilo marcial implantado por negocio en la sociedad civil. Hay un sector del país que adora más a las armas que a la vida de los críos, expresan no pocas voces.
“Lo único que sé es que no dejaré que esos niños y mis dos colegas mueran en vano”, promete Reyes. “Iré hasta el final del mundo para conseguir que esto cambie. Aunque tenga que hacer esto el resto de mi vida, lo haré”, sostiene.
Antiguamente de que Ramos accediera a su clase, Reyes les dijo a sus alumnos que debajo de la mesa “se hicieran los dormidos”. Como si no estuvieran. Y empezó el tiroteo.
De pronto recibió un disparo y “supe que poco iba mal”. No podía notar su mecenas. Cayó al suelo en tanto el pistolero disparaba de forma indiscriminada. Al poco volvió el silencio. “Recé para no escuchar charlar a ningún de mis alumnos, y no los escuché. De repente, disparos de nuevo. Así que si no los había corto la primera vez, los alcanzó en la segunda ocasión”, indica.
Herido en el suelo, Reyes trató de seguir su propio consejo e intentó fingir que había perdido la consciencia. “Recibí un segundo disparo, para cerciorarse de que yo estaba muerto”, añade.
Esa logística es la que siguió Miah Cerrillo, una de las alumnas, de merienda primaveras. Estaba sentada al costado de su íntima amiga Amerie Jo Zancuda, que sacó el teléfono para citar a emergencias. Ramos la vio y le disparó. Es una de las difuntas. Esa acto bañó a Miah de familia, pero con sus manos se puso todavía más y se hizo la muerta. Salvó la vida. Este miércoles, todavía traumatizada por esa experiencia, es una de las invitadas a decidir en un comité de la cámara muerto del Congreso en medio de los intentos por deshumanizar las reglas para consentir a las armas.
La segunda bala a afectó a la espalda y el pulmón de Reyes. “No tengo un concepto del tiempo que transcurrió, cuando las cosas van mal parece una gloria. Lo único que puedo aseverar es que sentí mi familia como si fuera un cronómetro de arena”, rebate.
Escuchó acercarse a los uniformados, como si llegaran por el pasillo. Pero nadie entró. Pudo oír como una estudiante de la clase contigua llamaba por teléfono. “Les decía ‘policía, estamos aquí pero la policía se ha ido’. Y el pistolero, desde detrás de mi escritorio, avanzó en esa dirección y disparó de nuevo”. Tal vez ese fue el momento en el que falleció Amerie Jo Zancuda.
A las 12.50 horas se produjo la entrada de los agentes especiales de vigilancia fronteriza. “Había balas por todos los lados. Un patrullero me pidió que me levantara y yo no pude”, remarca.
Según Reyes, no hay simulacro ni entrenamiento que prepare a nadie para una situación de este tipo. “Ocurrió muy rápido. Preparamos a nuestros chicos para que se escondan debajo del pupitre, pero los adiestramos para ser como patos". Su remedio a esta afluencia es el mismo que citan muchos otros. “Si quieres tener un arsenal, comprarte un arsenal, está perfectamente, pero hay cosas que han de cambiar, se han de establecer más controles”. Pero hay cantidad de estadounidenses que creen comportarse todavía en el salvaje oeste, con parentela que mata en escuelas, en iglesias, en cines, en supermercados…
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