Para imaginar el apuro en que se encuentra, Boris Johnson no necesita retener que una bucle es una curva plana que se engendra por el desplazamiento de un punto en el que coinciden dos movimientos diferentes, uno derecho y otro angular. No necesita ser un as del álgebra, las integrales, los polinomios o la teoría de los conjuntos. Ni siquiera de la geometría. Le bastan unas nociones de aritmética, las justas para sumar hasta 148 (los diputados conservadores que votaron en su contra en la moción de censura del lunes), y de cálculo, para descubrir que constituyen el 41% del partido.
Johnson está malherido. Es como un pandillero al que su propia facción le ha entregado un navajazo y lo ha dejado tirado en las vías del tren, y a partir de aquí los escenarios son limitados: que se suicide políticamente con la pistola que lleva encima; que muera rápidamente; que sea una abatimiento lenta en la que se vaya desangrando poco a poco (como Theresa May); o que se produzca un asombro, se recupere prodigiosamente y vuelva a ser aceptado por la tribu. Él se dispone a obtener tiempo, a la prórroga de que pase poco en el mundo que le tirada las castañas del fuego, como ya hizo la combate de Ucrania.
Además va a poner poco de su parte, con los fuegos artificiales de una ataque legislativa que demuestre que sigue vivo, con inversión de capital en Educación y Sanidad, la oportunidad (como hizo Thatcher) de que los inquilinos de pisos de protección oficial los compren y, sobre todo, una ley para que el Reino Unido derogue unilateralmente los aspectos del Brexit relativos al comercio con el Ulster que nunca le han agradado, pero que firmó. El plan es apelar una vez más al nacionalismo inglés, y presentar a la UE como el enemigo que losa la crematística del país y no la deja respirar.
Los enemigos del líder ‘tory’ no forman un montón homogéneo; satisface a unos y ofende aún más a otros
El primer ministro se reunió ayer con su Gobierno de ministros fieles pero poco brillantes, y reiteró que “es hora de acontecer página”. No piensan lo mismo los 148 parlamentarios que expresaron su desconfianza, un montón ecléctico, sin líder, en el que están representadas todas las facciones del partido (los euroescépticos desencantados por la guisa en que se está implementando el Brexit, los thatcheristas, los europeístas...).
Los rebeldes amenazan con torpedear el resto de la reunión y desligarse en las votaciones, impidiendo que las leyes se aprueben y creando una sensación de parálisis. A lo cual Johnson alega amenazando con expulsarlos o suspenderlos, e incluso con el arsenal nuclear de convocar unas elecciones anticipadas en las que, tal como están las cosas, la mayoría perdería sus escaños. Como la mutua destrucción asegurada de la combate fría, cuando Estados Unidos y la Unión Soviética se apuntaban mutuamente con los misiles de dadivoso repercusión.
Pero antaño de que haya tiempo de que se produzca un asombro, o de que las vendas que se ha puesto frenen la hemorragia, el líder tory va a seguir desangrándose. Internamente de quince días afronta elecciones parciales en Yorkshire y Devon que, si pierden los conservadores como muchos analistas apuestan, agravarán aún más sus heridas y la impresión de que se ha convertido en un rémora electoral. Y luego viene la investigación sobre si mintió a los Comunes al desmentir repetidamente que tuviera conocimiento de las fiestas en Downing Street, una ofensa que conlleva la retirada del certificación parlamentaria. Ningún primer ministro britano de la historia habría osado intentar prevalecer a parecido humillación, pero Johnson desafía los precedentes y la historia misma. Solo se irá de Downing Street con las piernas por delante.
Su logística método de supervivencia sería convertirse en lo que quienes votaron contra él desean que sea. El problema es que sus enemigos no constituyen un montón coherente, y si satisface a unos, se crea enemigos por otro banda. Los hay partidarios del compra divulgado para aventajar la crisis, y los hay partidarios de retornar a la moderación. Los hay que asumirían subidas de impuestos para mejorar la Sanidad e igualar el país, y los hay a quienes les parece una desvío. Los hay que apoyan el incumplimiento de los acuerdos del Brexit, y los hay que creen que un país como el Reino Unido no puede caer tan bajo.
Pero, en el fondo de todo, el drama del premier es que un 41% del montón parlamentario (más todos aquellos que querrían acontecer expresado su desconfianza y no se atrevieron) están en su contra, y temen que los lleve a una aniquilamiento electoral. Está en medio de una bucle, en un punto en el que convergen contra él varios movimientos lineales y curvos. Para darse cuenta de ello no hay que retener la fórmula de una ecuación polar, ni ser Arquímedes, Euclides, Pitágoras o Fourier. Solo hay que ser Boris Johnson, y por otra parte de latín y heleno, retener sumar.
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