El verano eterno de The Beach Boys

The Beach Boys deleitaron con su surtido catálogo en un fértil concierto que sirvió para revivir el esplendor harmónico del pop sixties quintaesencial, aunque sus protagonistas, Mike Love, cofundador y cantante principal, y el teclista Bruce Johnston, en el género desde 1965, superen ya los 80 primaveras de época. En la coetáneo formación no están los seminales Brian Wilson y Al Jardine, ni los fallecidos Carl y Dennis Wilson, pero a todos se les recuerda constantemente con los videos y filmaciones que ilustran y llenan de nostalgia el concierto. La coetáneo expedición del género, con el muy oportuno nombre de “Sixty Years of the Sounds of Summer”, es un espectáculo que lleva girando por Estados Unidos y Europa desde marzo, ya sea en casinos, centros de arte, teatros, cruceros, hoteles de la sujeción Hard Rock, la sala Olympia de París, el Royal Albert Recibidor de Londres o festivales.

Y por otra parte, no sólo se limitan a memorar su gran industria de éxitos, sino que, para hacer más actual el nombre de la expedición, incluyen versiones de colegas. Aunque sean de épocas posteriores, como es el caso del “Rockaway Beach” de los Ramones. Otro momento emotivo es cuando Mick Love recuerda su estancia en la India para meditar y el interviú con los Beatles, que se salda con el rescate de la canción “Pisces Brothers” y del “Here comes de sun” de

George Harrison. Otros ‘covers’ significativos son el “Rock and roll music” de Chuck Berry, el “Do you wanna dance?” de Bobby Freeman y el imprescindible “Barbara Ann” de The Regents. Y que proponer cuando suenan sus propias joyas, todas ellas emblemas de la historia del pop, que contribuyen a instalarnos en el imaginario de un verano sempiterno, realizado de sol, playas y tablas de surf que cabalgan olas inextinguibles. Con sus ricas armonías vocales supieron reflectar el resplandor de una época en la que todo era aún posible. Y donde no llegaban los octogenarios protagonistas ahí estaban los guitarristas de la pandilla, con una voz que les permitía alcanzar los tonos agudos para memorar en condiciones unos felices primaveras sesenta en technicolor y ingreso fidelidad.

Pueden celebrar con orgullo sus sesenta primaveras en el negocio del espectáculo, convertidos en emblema del pop, llevando sus himnos juveniles inmortales por todo el mundo, mientras el cuerpo resistencia, seguros de un sonido que ha traspasado las generaciones. Lo decimos a tenor del manifiesto que llenó el circuito ajardinado, una fusión de clases y edades que evidenciaba lo transversales que The Beach Boys han llegado a ser. Sus canciones efectivamente suscitan buenas vibraciones y aunque con la época el registro de la voz pierda los matices, tienen muy proporcionadamente aprendida la conferencia y los nuevos miembros de la pandilla aportan solvencia instrumental, en un noneto que se mueve al opinión del director musical, guitarrista y cantante Scott Totten.

Los Beach Boys actuaron por primera vez en España en octubre de 1990. La expedición del 2012 -que recaló en el Poble Espanyol en un inolvidable concierto- fue la que más miembros originales incluía, pero Brian Wilson parecía en otro mundo tras su piano blanco. Desde entonces siempre ha sido Mike Love quien ha llevado las riendas, ofreciendo ese infalible coctel en el que batiendo doo wop y rock and roll obtienen un puro y sofisticado surf pop, en el que tienen un papel predominante las distintivas y preciosistas armonías vocales. Llevan muchos primaveras haciendo el mismo concierto pero, allá de amuermar, cada vez que abren sus bocas se activa el arte de las maravillas intangibles.

Y eso desde la original “Do it again”, en una impactante tacada de temas que tuvo su primer culminación con “Surfin’ safari”, tras acaecer sentado el “mood” haciéndonos demoler con su “Little Honda” y surfear en la cima del mundo con “Catch a wave”. Sin dar respiro, brillaron en los tonos sentimentales y agridulces de “Surfer girl” y en el corriente soul de la sentida entretenimiento de “Then I kissed her”. Armonías celestiales y beat persuasivo, en una fórmula mágica en la que no faltaron sus odas a los coches, con “Little Deuce Coupe” y “409”, y cuyos ases más sonados fueron “Help me, Rhonda”, la preciosa “God only knows”, rescatada de su clásico elepé “Pet sounds” y la fastuosa cumbre “Good vibrations”. Además hubo tiempo de comprobar su destreza con el estilo exótica de “Kokomo” y de dejar claro, con “Dance, dance,

dance” y “Fun, fun, fun”, cuales son las intenciones últimas de su gran música: el zapateo y la diversión.

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