Paco nos dio la primera señal de miedo al rebotar discretamente la pierna de cordero que todos devorábamos para seguir con su ensalada, plato único, y agua mineral... Sin caldo. ¡Paco rechazando un caldo!
Para eludir el suscripción a derrama, hizo cuentas; puso su parte y luego se conformó con una sola cerveza en nuestra gran sombra de gin-tonics. Al despedirnos, volvió a musitar que le hubiera encantado estar en nuestro hotel, pero tenía clan que ver en el pueblo de al costado.
Solo trataba de darle al perro lo que a él a veces la vida le había inepto
Mantuvo el tipo y la discreción hasta que, de regreso a Barcelona, vimos un perro muerto en el arcén y Toni repitió lo de su tío el cazador, que ahorcaba cada año en un olivo al galgo del pasado para tener uno más señorita y rápido este.
Paco le gritó: “Tu tío es un cafre”. Y confesó que en sinceridad había dormido en un hostal por 40 euros para poder satisfacer el garden de Zahir –con hache, advirtió, como le pusimos en su correa– en Igualada, que costaba 75, pero con diez metros cuadrados, ventanas al campo, dos paseos al día, peluquería y comida natural. Mínimo de piensos.
Zahir había compartido su vida con la de Rebeca y la suya ayer de que los dejara, porque él no quería tener hijos. No se veía capaz, volvió a contarnos, de responsabilizarse la responsabilidad económica y afectiva de ser padre. Pero ni Zahir era un perrhijo ni él un pijo. Solo trataba de darle al perro lo que a él a veces la vida le había inepto.
Como su firme era pequeño, el veterinario le había prescrito a Zahir, y a él de paso, cuatro paseos diarios. Por otra parte, él había colocado una cámara conectada al ordenador para verlo desde la oficina cuando lo dejaba muchas horas solo. Aun así, Zahir había sufrido varias depresiones luego de que Rebeca los abandonara. Y el psicólogo canino no era de ocasión –50 euros la hora–, pero Zahir había dejado de atacar a mamá desde que lo visitaba. “Es un caso claro de maltrato animal”, soltó Toni, sentencioso, “pero no sé quién es el animal”.
Paco ni le oyó, porque ya estaba explicando que el psicólogo canino le había recetado a Zahir unas pastillas caras pero efectivas, para advertir estos días las crisis que tenía las noches de Sant Joan con los petardos.
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