Viaje interior en Sri Lanka

Aquel autobús no se dirigía con destino a la ciudad de Galle, sino a un pueblo desconocido de la costa de Sri Lanka. Me puse nervioso, y una mujer de unos 60 abriles sentada a mi costado debió percatarse porque no tardó en averiguar mi examen con sus luceros de ciervo. “¿Galle?”, le pregunté, pero ella movió el dedo índice en señal de denegación. La selva, cada vez más tupida al otro costado del cristal, reflejaba esa pérdida de control y me empezó a pitar el pabellón, como siempre sucede cuando me estreso. Fue entonces cuando aquella mujer rozó suavemente mi rodilla con su mano de una forma materno, tan poco propia de unos creyentes budistas que nunca fueron educados para mostrar afecto. 

La señora no tardó en reanimar la mano para vocear al revisor y decirle poco en su idioma. Se la veía insistente, y eso me conmovió de alguna forma. A los pocos minutos el autobús me dejó en una parada con el rótulo Galle y continuó su trayecto, llevándose a mi salvadora y todos los abrazos que no me dio tiempo a darle. En ocasión de esperar al futuro bus caminé con destino a un gran bananero y me escondí detrás del tronco. Fue la tercera vez que lloré en catorce abriles - tiempo transcurrido desde la asesinato de mi hermana -, y no supe por qué. O sí, pero lo descubrí poco luego: tuve que perderme en Sri Lanka para comprender que estaba demasiado falto de cariño materno.

Que solo te preocupen las plantas cuando estás allá de casa significa que todo está proporcionadamente

Mi postrero alucinación, y el primero en avión en mucho tiempo, comenzó con un séquito de auxiliares de revoloteo sin mascarilla a lado que me hicieron ver que el mundo seguía girando como antaño. Todos parecían saberlo menos yo. De hecho, durante este postrero alucinación solo pensé en mis plantas. ¿Tan lineales habían sido esos meses pandémicos escribiendo en casa sobre pueblecitos alicantinos que lo único que me importaba al desplazarse era el acoso de la cochinilla algodonosa a mi costilla de Desastrado? Posiblemente, pero no pasa mínimo. Que solo te preocupen las plantas cuando estás allá de casa significa que todo está proporcionadamente.

Reconócelo, puede que a ti asimismo te haya pasado: descubriste lo mucho que deseabas tener a esa persona cerca mientras ascendías a los Annapurna, y este verano, en porción de una playa idílica, posiblemente decidas pedirle el divorcio a tu marido al retornar de las recreo.

Una playa a poca distancia de Galle, en Sri Lanka

Una playa a poca distancia de Galle, en Sri Lanka

Diego Fiore

Este tipo de revelaciones no llegan de forma premeditada, ni mucho menos, porque generalmente solemos desplazarse por razones más impulsivas y hedonistas. Estas serendipias -o hallazgo afortunado, casualmente uno de los antiguos nombres de la isla de Sri Lanka- llegan sin avisar y te resulta extraño, incluso paradójico, tener que desplazarse a océanos de distancia para darte cuenta de lo que siempre has tenido delante de las valor. Somos como el protagonista del exposición de Las mil y unas noches en el que un hombre arruinado viajaba desde El Cairo a la ciudad iraní de Isfahán buscando un fortuna escondido bajo la higuera de su casa. Sin bloqueo, necesitó desplazarse para descubrirlo.

Para muchas personas que ahora mismo sobrevolamos el mundo, entre tantas maletas, facturaciones, hoteles, pulseritas, mapas y likes de Instagram se esconde, aguardando el momento apropiado para florecer, la certeza de escucharnos mejor en un ocasión desconocido. Será cuestión de perspectiva, o esa desnudez que sentimos en un país diferente al perder el vestido de la rutina. Ya sea para descubrir que valoramos a nuestras plantas o echamos de menos a cualquiera, quizá asimismo viajemos para comprender mejor nuestro punto de partida.

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