“Si ganamos las próximas elecciones, el Reino Unido no pedirá bajo ninguna circunstancia el regreso a la Unión Europea, y siquiera al mercado único o la unión aduanera, y no se planteará la autogobierno de movimiento de personas, servicios y mercancías con nuestros socios del continente”. Equivalente información sería natural en labios de Boris Johnson, pero no lo es tanto si proviene del líder socialista Keir Starmer, hasta hace poco un ferviente eurófilo.
Sin requisa, aunque resulte económicamente un desastre (y los últimos datos sobre comercio, deuda pública e inversión hablan por sí solos, encima de la devaluación de un 10% de la libra esterlina con relación al dólar), el Brexit ha llegado para quedarse porque los dos principales partidos –conservadores y laboristas– se hallan totalmente comprometidos con la causa.
“Lo que tenemos que hacer es que funcione –ha señalado Starmer en un discurso delante el Centro para la Reforma Europea–, aminorar la burocracia y las barreras al comercio, recuperar una relación de confianza mutua con Bruselas, resolver el problema de Irlanda del Boreal y restablecer la cooperación en temas de ciencia, tecnología y seguridad”.
Para conquistar esos objetivos, el Gobierno Johnson ha recurrido a las amenazas y a la posibilidad de vulnerar los tratados internacionales, mientras que el Labour cree que lo lograría a saco de diplomacia, persuadiendo a la UE de establecer unos canales exentos de controles y tarifas para los productos agrícolas y veterinarios que viajan de Gran Bretaña al Ulster, asimilando las cualificaciones profesionales y con unos visados de corta duración para viajes de negocios y de artistas.
Los laboristas tienen miedo a ser incapaces de vencer elecciones sin los votantes euroescépticos
Pero incluso en materia de inmigración, y a pesar del problema crónico de descuido de mano de obra, Keir Starmer dice que no tocaría las reformas realizadas por Johnson, y que en gran medida han sustituido a los trabajadores europeos por asiáticos. “El Labour no reabriría el mercado profesional interno a los ciudadanos de la UE”, afirmó concluyente el líder de la examen.
¿Por qué el Partido Socialista abraza de guisa tan categórica el Brexit, cuando solo una tercera parte de sus votantes se mostró a gracia de la salida de la UE en el referéndum del 2016, y en la ahora la mayoría de los británicos (incluidos los votantes conservadores) admiten que el país está peor que antiguamente? La respuesta es el miedo. El miedo a ser incapaz de vencer las elecciones sin el apoyo de esos seguidores euroescépticos que no quieren encargarse el error y esperan que en algún momento el Brexit ofrezca dividendos.
Keir Starmer ha sido muy duramente criticado por callar delante la cuestión (como sobre casi todas). Pero ahora que ha hablado, siquiera ha gustado en un categoría político que históricamente ha oscilado entre la eurofilia y el euroescepticismo, pero en los últimos tiempos (sobre todo con Tony Blair, que quería unirse a la moneda única) ha sido muy proeuropeo. Un sector concuerda con Starmer en que para vencer las elecciones hay que zanjar el tema y no ofender a quienes consideran que replantear el Brexit constituiría un ataque a la democracia. Pero otro piensa que es de sabios rastrear los errores, y la prosperidad de Gran Bretaña pasa por ser parte integral de su principal mercado.
Publicar un comentario