Nuevas irresponsabilidades

En 1987, los países del sistema monetario europeo adoptaron el acuerdo de eliminar los reajustes de paridades – realineamientos – entre las monedas de los países participantes. En los primaveras previos habían sido muy frecuentes y ello enturbiaba la imagen de éxito del esquema de estabilidad monetaria. Esta voluntarista pretensión anestesió durante algunos primaveras los necesarios ajustes en los tipos de cambio intraeuropeos, pero al precio de acumular unos desequilibrios que en 1992-1993 condujeron a una “tormenta monetaria” que casi hace descarrilar el camino cerca de el euro.

Desde principios del siglo XXI muchos bancos centrales, entre ellos la Reserva Federal y nuestro BCE, mantuvieron los tipos de interés más bajos de lo que las formulaciones más básicas (regla de Taylor y similares) consideraban de regular permanencia. Algunos apelaron a razones sociopolíticas (“compensar” el estancamiento de salarios reales en Estados Unidos, atender a las urgencias de algunos países europeos, entre ellos Alemania, en detrimento del sur de Europa), pero en todo caso el resultado fue lubricar procesos de excesivo endeudamiento privado que ya sabemos cómo acabaron estallando desde el 2008.

‘Mostrador independiente’

Los tipos bajos han causado un sorpresa anestésico y casi euforizante sobre la carga de la deuda y la eutanasia para el capital

Desde hace décadas la irrupción en los mercados globales de muchos millones de personas que producían haberes y servicios contribuyó a aumentar la propuesta de una forma drástica, ayudando así a contener la inflación de una forma que llegamos a creer irreversible. Cuando se han ido adoptando posiciones “desglobalizadoras” en forma de proteccionismos, fragmentaciones, recelos, etcétera se ha tenido que constatar, con farisea sorpresa, cómo reaparecía con inusitada fuerza la inflación, al debilitarse las razones de fondo que la habían mantenido bajo control.

Desde la crisis financiera los tipos de interés se habían situado en mínimos históricos. El sorpresa anestésico, casi euforizante, sobre la carga de la deuda eclipsó mediática y políticamente la eutanasia que ello suponía para un capital que, por otra parte de una variable económica, es así mismo un indicador de la valoración de una sociedad acerca de sus responsabilidades con el futuro. No solo se alivió el cortoplacista coste de la deuda sino que se trató de racionalizar en forma de una “mostrador independiente” para obtener financiación que, como suele suceder, fue aprovechada por los “proporcionadamente conectados”. La nueva teoría monetaria le llamaron, con exultación, algunos. Esta insensata complacencia está ya complicando el despertar delante la fatal normalización continuo de las condiciones financieras.

A menudo los anuncios de nuevos paradigmas, de nuevas eras, revisten de promesas complacientes lo que son evasiones de realidades obvias y elusiones de imprescindibles responsabilidades. Con ello solo suele conseguirse una anestésico temporal que, al eliminar incentivos para hacer las cosas correctamente, agrava los problemas cuando la inexorable verdad se acaba imponiendo. ¿Cuándo aprenderemos?

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