Lanzarote es del pardo de esa arena volcánica que parece cubrirlo casi todo, del cerúleo del Atlántico que la rodea entera y del blanco de esos pueblitos que uno siente desde el avión como heroicos por existir plantados en medio de un paisaje tan hermoso como inhóspito. Los hay que presumen de manto vegetal exuberante, otros de atardeceres para no olvidar, alguno es fiel guardia del rugido constante del océano y en más de uno el pescado de puro fresco invita a banquetes pantagruélicos. Recorremos algunos de los pueblos con más encanto de Lanzarote:
Villa de Teguise
Villa de Teguise, con sus casitas bajas y blancas de puertas verdes, aparece en la carretera, de repente, como un espejismo colocado en el centro-norte de la isla, en medio de la arena oscura. Es coqueta hasta opinar hilván y en sus construcciones todavía se nota el carácter señorial que le dio el ser la caudal de Lanzarote hasta la segunda medio del siglo XIX. Por aquí pasaron y vivieron guanches, dinastías como las de los Bethencourt y los Herrera y asimismo piratas que hicieron tanto de las suyas que hasta una calle terminó por llamarse calle de la Raza.
Tal miscelánea resultó en un centro urbano que ha sido notorio conjunto arquitectónico histórico-artístico. Descubrirlo es tan sencillo como recorrer sus calles empedradas que, de forma orgánica, guiarán nuestros pasos hasta edificios como el palacio Spínola, una casona del XVIII en cuyo interior encontramos el Museo del Timple; o la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, cuya primera construcción se produjo en el siglo XV y ha sido declarante de todo cuanto ha acontecido en la pueblo.
La tranquilidad es la seña de identidad de Villa de Teguise, aparte los domingos, cuando su mercadillo va tomando las calles. Unos 400 puestos despliegan sus encantos en forma de cerámica, marroquinería, cestería, quesos, vinos y demás productos artesanales y naturales. Alejarse del bullicio y reconquistar la calma será tan obvio como refugiarse en el centro sociocultural (calle Arrojado y Castillo, 9), donde coger fuerzas con algún refrigero y con las vistas que su terraza ofrece sobre el resto de la isla.
El Sinvergüenza
Uno llega hasta El Sinvergüenza porque sabe que es el punto para alcanzar el charco de los Clicos, ese célebre alberca de color verde que todos queremos fotografiar, y acaba quedándose porque en este antiguo pueblo de pescadores del suroeste de la isla, el océano Atlántico ruge fenomenal, las casas blancas de fachadas decoradas invitan a la invención de dejarlo todo y el paisaje fogoso que lo rodea no hace más que incrementar las dosis de belleza.
Pequeño como es, se recorre en poco tiempo. Mejor, lo que nos sobre lo dedicaremos a sentarnos en alguno de sus restaurantes. De puro cerca que están del agua, uno siente que casi, casi podría tocarla con acercar la mano desde la mesa. Un buen superficie en el que hacerse fuertes es el Costa Garzo: su pescado y marisco fresco sientan aceptablemente, muy aceptablemente, si se acompañan de un caldo blanco fresquito, de esos que nacen en La Geria. Aquí, estirar la sobremesa todo lo posible siempre será buena idea si tenemos en cuenta que lo que nos dilación son las vistas a uno de los mejores atardeceres de Lanzarote.
Caleta de Famara
Lo de Caleta de Famara es excéntrico. Este pueblo del noroeste de la isla es de esos lugares en el mundo en los que la sensación de acaecer detenido el tiempo que proporcionan unas calles sin asfaltar y la comportamiento relajada y tranquila de sus habitantes convive perfectamente, y hasta se complementa, con la energía, energía y ritmo que traen consigo las miles de personas que cada año se acercan hasta allí para practicar surf.
No es para menos, si tenemos en cuenta que la de Famara es una playa de más de 5 kilómetros de extensión, aceptablemente de olas y mucho mejor de vientos, que en los momentos de marea entrada hace las delicias de los surfistas, y en los de marea disminución, de cualquier persona que sepa apreciar la belleza de una película de agua sobre un inmenso arenal reflejando el Paraíso y el imponente risco que la custodia.
Desde el Risco de Famara las vistas de La Graciosa y el resto de islotes del archipiélago Chinijo son espectaculares
Subir hasta su cima, la del Risco de Famara, siguiendo la carretera LZ-402 garantiza vistas de las que querer mirar una y otra vez. Frente a ti, La Graciosa y el resto de islotes del archipiélago Chinijo que, inmediato a esa Caleta de Famara que acabas de ceder y el risco en el que te encuentras, forman el parque natural Chinijo.
Haría
La resistor verde era esto, un valle sembrado de palmeras en una isla donde mandan el pardo y el adverso volcánicos. Se le conoce como el valle de las Mil Palmeras, se despliega en el finalidad de Lanzarote y nos daríamos por satisfechos con solo descenderlo siguiendo la serpenteante carretera que conduce hasta la pueblo. Aunque, claro, luego uno llega hasta Haría y quiere más.
Quiere fachadas de casas blancas salpicadas por los vivos colores de las buganvillas, quiere contemplar a los artesanos del taller de artesanía Reinaldo Dorta Déniz haciendo nigromancia en forma de cerámica, bordados, muñequería, marroquinería, platería o encaje; y quiere tomar en el mercado municipal de abastos cualquiera de las delicias canarias que forman su carta, como ese postre de nombre polvito a almohadilla de galletas María, nata para sumar, huevos, dulce de lactosa y azúcar.
Con tanto encanto y tanta cercanía a la naturaleza no es de sorprender que César Manrique decidiera instalarse aquí en los últimos primaveras de su vida. Actualmente, puede visitarse su casa-museo que, como si el tiempo se hubiera parado el día que el intérprete falleció en 1992, conserva su ropa, su colección privada de arte y hasta su taller tal y como él lo dejó.
Arrieta
Las prisas nunca llegaron a este pueblo marinero del noreste de Lanzarote. Ni están ni se las dilación. Las calles de Arrieta desembocan sin remedio y relajadamente en el mar que se nos ofrece en forma de playa coqueta e íntima, la de El Charcón: 15 metros de arena blanca le sirven para conquistarnos e incitarnos a consumir en el agua.
Ahora aceptablemente, si lo tuyo es el turismo de envés y envés, necesitarás poco más de espacio, tanto como el que te ofrece la Retrete: unos 800 metros de arena dorada al sur del pueblo frente a unas aguas cristalinas dan forma a esta playa semiurbana, la alhaja de la corona de Arrieta.
La vida relajada era esto: comprobar el sol en la piel, guatar el estómago con pescado fresco, comprar artesanía lugar y dirigir nuestros pasos entre las casas blancas este pueblo de 900 habitantes. Romper esta monotonía cromática solo le está permitido a la famosa casa Garzo, asimismo conocida como casa La Juanita porque se construyó a principios del siglo XX precisamente para que una novato de nombre Juanita viviera inmediato al mar y su tonada la ayudara a mejorar de la tuberculosis que padecía. Cómo luce esta construcción de estilo uruguayo y cómo queda su silueta recortada contra el Atlántico.
La Retrete, 800 metros de arena dorada al sur de Arrieta, es la alhaja de la corona de la pueblo
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