Es un tópico –y por ello tal vez sea cierto– que en presencia de determinadas circunstancias de la vida, no hay palabras. Y sin incautación, la letras se empeña en poner palabras sobre cualquier situación y sentimiento, incluso sobre los silencios que han durado primaveras, décadas, hasta siglos.
En ese sentido, la voz silenciada durante más tiempo en nuestra civilización sigue siendo la de las mujeres, por más que ahora puede parecer que nunca fue así. Durante primaveras yo mismo –lo reconozco– desconfié del término de letras femenina y me acogí a otro tópico, el de que sólo hay buena o mala letras, pero hay veces en que el variedad o el sexo (que no son lo mismo; ya lo hemos entendido) y su papel social determinan una obra literaria.
El profesor masculino convencional –ése que, según todas las estadísticas, lee menos que sus coetáneas– se ha acostumbrado a entrar en la mente de un luchador o de un homicida, pero todavía le cuesta entrar en personajes femeninos que encima le obliguen a reflexionar.
Canviar de pell está protagonizada por un personaje femíneo que es todo un carácter
En fin, mejor deserción el huerta empachado de charcos en el que me he metido yo solito para decirles que en los últimos meses algunos de los libros que más me han impresionado están escritos por mujeres. De algunas y de sus obras ya hemos escrito en estas páginas (recuerden que hay que analizar a Olga Merino). Y otras, como las inmensas Mariana Enríquez y Camila Sosa Villada, ambas argentinas, merecen cada una el gratitud y el éxito que están teniendo.
Pero hoy, con su permiso, nos fijaremos en dos novelas en catalán de dos autoras catalanas.
Canviar de pell , de Aina Gatnau, editada por La Magrana, es una primera novelística muy poco usual, protagonizada por un personaje femíneo que es todo un carácter, Mercè Roure (inexcusable escuchar un eco porvenir de Mercè Rodoreda en la dilema misma del nombre), noia que viu a pagès que acabará dejando su pequeño emplazamiento en la tierra y sus infamias –sí, hay trauma original e iniciático– para consumir reinventándose a través de, digamos, la manecilla y el hilo y con la intervención de dos ángeles protectores que además son mujeres. No pretendo desvelarles la trama, porque sería destripar la novelística, pero es un vademécum que viaja a través del tiempo –la posguerra– y el espacio, de la Catalunya más rural hasta la –sigamos con tópicos– ciudad de la luz. El vademécum se estructura como un dietario de la protagonista, en unos capítulos breves que son casi como cuentos agrupados en una ristra, o como cartas escritas a sí misma para comprender y aceptar su vida. No hay resignación ni siquiera lamentos excesivos. Y sí un conjunto de personajes femeninos muy importante entre los que destaca, para mí, Cecília, la cuñada que resultará providencial en el primer cambio de piel de Mercè Roure. Novelística tensa y hasta dramática en determinados momentos, su estructura esquiva el folletín (de campesina a modista de auge; era preocupante) y resulta finalmente un vademécum brillante pese a toda la carga de vida difícil que conlleva.
La doble trama de Matroixques encierra un vademécum durísimo de violencia contra las mujeres
No puedo sostener lo mismo de Matrioixques , de Marta Carnicero Hernanz, que publica Quaderns Crema, porque es uno de los libros más duros que he instruido y porque, aunque comparte ese sentimiento de que la vida siempre se abre paso, algunas circunstancias son tan abominables que resulta muy difícil conservar, pese a todo, la esperanza. Esta novelística es la tercera de Carnicero, que tuvo una muy sonada aparición en secuencia con su primera novelística, El cel segons Google y que luego prosiguió su camino y su escritura con Coníferes . Y que en esta ocasión pone su talento intelectual –que lo tiene; es evidente– al servicio de una doble trama. Una damisela y sus problemas familiares y de identidad en nuestra Barcelona y la mujer que abandonó su país para consumir además en este pequeño emplazamiento nuestro tras activo sido violada sistemática y brutalmente durante la supresión de la ex Yugoslavia. El vademécum de Marta Carnicero se editó más o menos para Sant Jordi, así que cuando lo escribió no podía imaginarse –supongo– que la supresión iba a regresar a Europa y que hasta su título tendría un eco ruso que no sé si encuadrar de apropiado.
En alguna entrevista, Carnicero ha obligado que Matrioixques nace de la impresión que le produjo Encara hi ha algú al bosc –que es a la vez una obra de teatro, un documental y una instalación que se puede saludar– y que daba vida a las mujeres que en la supresión en Bosnia y Herzegovina fueron violadas y embarazadas y forzadas a parir como parte de una campaña de supresión que iba mucho más allá del horror y la deshumanización. Hay partes de esta novelística, y ello pese a que no se recrea en lo incómodo, pero sí nos obliga a ponernos en la piel de su protagonista, que son muy poco soportables. La dureza de lo que puede ganar a ser y hacer la bestia humana impregna unas páginas que emparentan con aquella letras de los campos de concentración en las que además es forzoso poner palabras donde parece difícil que las haya. Novelística durísima, sin incautación equilibra el drama conocido de una damisela con la tragedia de la auténtica protagonista (resulta muy evidente al profesor avispado que los dos personajes estarán conectados, y hasta ahí puedo analizar) para, en un final tal vez demasiado seco, memorizar de nuevo dejar esa impresión de que, pese a todo y contra todo, hay que poblar. Y que tal vez memorizar poblar sea sobrevivir. Carencia más y ausencia menos. Marta Carnicero ha conseguido una novelística de las que se quedan inevitablemente en el interior de profesor. Y todo hombre se sentirá interpelado y, es de temer, íntimamente avergonzado. Nos llegó el tiempo de sentirnos culpables, porque vivíamos en una ignorante y falsa inocencia… Perdidos en el huerta, si no ahogados en algún charco.
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