Nadie lo diría teniendo en cuenta los millones que siguen por televisión los partidos de la Ryder Cup o el Masters de Augusta, o que un millón y medio de personas rellenaron la solicitud para presenciar en directo el nuevo Despejado de Gran Bretaña en Saint Andrews (cinco veces más de las entradas disponibles).
Pero el mundo del golf está en crisis, y no solo a nivel deportivo, por el cisma que ha supuesto la aparición de una venda rival patrocinada por los saudíes, sino asimismo financiero: el número de jugadores amateurs y de socios que pagan la cuota correspondiente por pertenecer a un club lleva dos décadas cayendo, sin señales en el horizonte de que vaya a repuntar.
La término de los noventa registró un prosperidad de aficionados al golf, impulsado por la popularidad de Tiger Woods (ayer de sus infidelidades matrimoniales, accidentes de coche, lesiones y actuaciones bajo par). Pero desde entonces el deporte va cuesta debajo, con el pequeño intervalo de la pandemia, cuando la masa no iba a la oficina, tenía más tiempo y apreciaba la posibilidad de hacer deporte al tonada osado, en una medio segura. De los 882.000 socios de clubes que había en el 2004 solo quedan 647.000, en su inmensa mayoría hombres blancos jubilados de una cierta permanencia.
Numerosos clubs públicos han cerrado por la política de moderación del Gobierno inglés
Los intentos de atraer a jóvenes y mujeres no han regalado demasiado fruto. Los primeros consideran que hacer dieciocho hoyos (más los desplazamientos) les consume demasiado tiempo, y prefieren deportes más “rápidos” (y adicionalmente se encuentran con que hacer un birdie o un eagle en la efectividad es mucho más difícil que en los videojuegos a los que están acostumbrados). Y las segundas encuentran que el circunstancia es harto machista (todavía hay clubes “solo para hombres” que les niegan el ataque).
Siquiera ayuda que las instalaciones hayan quedado en muchos casos vetustas por la resistor de los socios al cambio, por la dificultad de que se pongan de acuerdo para ajar pasta (con frecuencia están gestionados por comités) y la tendencia a dejar aparcadas las decisiones complicadas. En vez de discutir sobre la renovación de los vestuarios o el bar, prefieren hacerlo sobre si se puede entrar en el restaurante con pantalones tejanos y zapatillas de deportes.
Disminución de los socios que pertenecen a los clubs de golf británicos en las últimas dos décadas
Los fondos de inversiones, en consecuencia, planean como buitres sobre los clubs de golf en apuros por desliz de socios que paguen la cuota, y los compran ya sea para renovarlos a fondo y darles un tonada más “conocido”, o, en otros casos, para tirarlos debajo y, allí donde estaban los dieciocho hoyos, construir un hotel o unos o apartamentos.
A todo esto, numerosos clubs públicos, propiedad de los ayuntamientos, han cerrado en los últimos quince primaveras adecuado a las políticas de moderación de los sucesivos gobiernos conservadores británicos, que han cortadura de modo drástica los fondos de las autoridades municipales. Y estas, en presencia de la alternativa de si compendiar la concurso a las familias pobres, dilatar la recogida de basuras o cerrar una biblioteca o una instalación deportiva, optan por lo extremo como mal último.
Un problema adicional son los cambios en los hábitos laborales y el aumento de las exigencias de los trabajadores, que se sienten más fuertes a raíz de la pandemia. La desliz de mano de obra asimismo afecta al golf, y los jardineros encargados de prolongar verdes e inmaculados los greens exigen mejores sueldos y condiciones más dignas, o se van con la música a otra parte, que es lo que está pasando.
Maniquí de negocio
Algunos clubs van al mercado de fasto y piden a los socios 120.000 euros como inscripción
Algunas instituciones han optado por apuntar al mercado de fasto, como el club de Wentworth, adquirido por 150 millones de euros por una compañía de inversiones china, que obligó a todos los socios existentes a inscribirse de nuevo, previo cuota de 120.000 euros por el privilegio de envidiar durante los próximos cincuenta primaveras, más una cuota individual anual de 12.000 euros, o 20.000 para toda la comunidad. Cantidades que no están al repercusión de cualquiera. Poco similar ha hecho el club Stoke Park (decorado de una famosa imagen entre James Bond y Goldfinger en la película de 007), adquirido por un magnate indio.
A la crisis no escapan ni los clubs propiedad de Donald Trump en Escocia, que en una término todavía no han yeguada ni un centavo.
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