Filosofía ficción

En 1915 había unos veintiséis millones de caballos en Estados Unidos; en la lapso de 1950, se habían corto a dos millones. Hasta la revolución industrial, eran imprescindibles para el trabajo agrícola y para el transporte; pero los motores, el ferrocarril, los tractores y los automóviles los sustituyeron en medio siglo. “Hay una similitud entre nuestra situación y la que tuvo que padecer la población de caballos”, escribe la pensadora y poeta práctico australiana Amy Ireland en Filosofía-ficción . Durante el siglo XXI, la inteligencia químico va a ir apropiándose de espacios laborales y productivos. Y debemos considerar todos los escenarios posibles de esa progresiva invasión.

En sus brillantes ensayos –muy adecuadamente prologados y traducidos por Federico Fernández Giordano–, Ireland parte de la ficción especulativa y la humanidades de terror, desde Samuel Butler o H.P. Lovecraft hasta William Gibson, para reflexionar sobre las diversas mutaciones que la tecnología está produciendo en los tiempos, los espacios y las biologías de nuestra época. Sus predicciones no son apaciguadoras.

Es muy probable que, en diez o quince abriles, parte de nuestras lecturas sean producidas, o traducidas, informáticamente

Siquiera lo es la existencia: este verano ha sido el más caliente de nuestras vidas, pero probablemente sea el más frío de lo que nos queda por radicar. Delante ese horizonte, el diseño de futuros de las escuelas de negocios o de los departamentos de innovación de las grandes empresas, que imagina formas de amoldamiento a los nuevos tiempos que siga siendo beneficiosa para el renta, colisiona con la filosofía ficción. Como han demostrado las obras de Donna Haraway o de Liam Young, la mezcla de la ciencia ficción con el pensamiento y la poesía ostenta el poder molotov de hacer evaporarse por los aires los mapas neuronales de nuestras cabezas.

La tercera lapso de este siglo va a ser la de las falsificaciones profundas. Los algoritmos ya son capaces de crear caras, vídeos y textos que son indistinguibles de los humanos. Durante la cuarta, la ingeniería va a arruinar de consolidar su creatividad comunicativa, musical, literaria, artística. Es muy probable que, en diez o quince abriles, gran parte de nuestras lecturas sean producidas, o traducidas, informáticamente. Pero la filosofía va a ser patrimonio exclusivamente nuestro durante mucho más tiempo, porque la conciencia de tradición, el espíritu crítico, la especulación, la poesía y la ficción forman parte de nuestra propia singularidad. Los humanos somos máquinas filosóficas, inteligencias colectivas especializadas en gestar sentido. Tenemos que memorizar comunicárselo a ellas, las máquinas todavía no biológicas: no solo las programamos y las diseñamos, incluso les inoculamos razón de ser.

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