La Nit de Josep Carreras que ha programado el Festival de Peralada para este 3 de agosto no supone, ni mucho menos, la despedida de los escenarios del tenor barcelonés. Como viene anunciando desde hace tiempo, el cantante cree que podría retirarse “en un par de abriles más”. A sus 75, la lema viva de la romance sigue celebrando conciertos, especialmente en el extranjero. Aunque a parte de este homenaje a toda una carrera que le brinda el festival ampurdanés, con entrega de Medalla de Honor incluida, el actor ha accedido a dar una “cantadeta” este otoño, en el auditorium de Vila-seca que lleva su nombre.
“Los reconocimientos que llegan desde casa son más entrañables, hacen más ilusión. En 1988 actué por primera vez en Peralada, festival que en estos abriles se ha posicionado entre los más prestigiosos de Europa, de guisa que es una doble satisfacción”, afirma.
El certamen le ha pedido poco singular: será un poco de ópera, poco catalán, “por supuesto”, y canción napolitana. Le acompañan la Simfònica del Liceu, dirigida por su sobrino, David Giménez, y la soprano Martina Zadro... si aceptablemente anuncia que habrá alguna otra sorpresa que se reserva.
“Este será un concierto amable en el que yo no salga a sufrir sino a disfrutar; aún sufro al subir al atmósfera”
“Un concierto amable en el que yo no salga a sufrir sino a disfrutar, si es posible”. ¿Sufre todavía el divo? “Eso no deja de producirse. Exponerse al notorio es siempre un motivo de presión y tensión”.
Carreras cita a la prensa en el Institut d’Investigació contra la Leucèmia que en el 2018 inauguró en Can Ruti, el más espacioso de Europa especializado en la enfermedad que él mismo padeció. Este julio se cumplen 35 abriles de su ingreso en el Clínic, de donde viajaría a Seattle para regresar curado.
“Mi carrera ha sido mi vida, es poco muy vocacional. Soy adecuado en el atmósfera, viajando para canta o al aceptar el chute de adrenalina que es el sonido de la orquestina. Pero la Fundación es otra cosa: cuando ves que el tratamiento que se le ha podido aplicar a un paciente de 7, 8... o 2 abriles ha servido para que venza la enfermedad, la satisfacción es incomparable. No te la da ningún teatro del mundo”.
Hacía 22 abriles que no cantaba en Peralada. ¿Muy ocupado actuando en Cap Roig cuando lo dirigía su cuñado Martín Pérez?
“Canté durante abriles en Cap Roig, sí, pero hice poco en Peralada en ese tiempo. Remembranza un concierto con Jaume Aragall en una incertidumbre de tramontana y frió, pero fue muy atún. Me gustan los festivales para una incertidumbre de verano”.
Conciertos que precisan de amplificación... “Hoy en día por fortuna los equipos de sonido son muy sofisticados. Aún así hay que cuidarlo mucho, tener un ingeniero de sonido en el que confíes y que entienda las limitaciones de tu voz y sus posibilidades”. ¿Tecnología que alarga la carrera?
“Bueno, tengo 75 abriles, no sé qué esperan de mí. Nunca pensé que llegaría a esta antigüedad cantando. Me daban seis meses unos enterados de la radiodifusión, y han pasado 52 abriles. No está mal. No sé si podré cantar todavía un par de abriles más o no. Depende de cómo me sienta y de mis posibilidades vocales y mentales. Porque una cosa es ir a Peralada y otra ir a Turquía, Emiratos o Tokio. Es otro esfuerzo”.
Hablando de Tokio, dice que probablemente dará allí un concierto en enero con Plácido Domingo allí en homenaje a Pavarotti. “Hablamos a menudo, ha pasado un momento difícil pero está muy aceptablemente de espíritu, vuelve a ser el Plácido de siempre”, asegura.
A Carreras no le ha cambiado la voz de tenor a barítono, como a su colega... “El color de la voz es un ocultación. Yo no tengo la elasticidad de cuando tenia 30 abriles, pero puedo seguir cantando como tenor. Cada vez que subo al atmósfera me asombra sobrevenir podido hacerlo una vez más”.
Estos días los pasa Carreras en Tamariu, rodeado de nietos, que le ponen Raphael pero asimismo cantantes pop del momento. Lo que lleva a recapacitar sus dúos con astros como Elton John o Diana Ross. “Los artistas pop quieren que nosotros nos adaptemos, porque nuestras condiciones nos lo permiten, pero ellos no se adaptan a lo nuestro. Yo no le puedo pedirle a Diana Ross el dueto del primer acto de la Butterfly”.
Y una reivindicación más a cuenta del 30º aniversario de los Juegos del ‘92. “Cantar Amigos para siempre fue un episodio muy atún –comenta–. Yo, de un modo u otro, fui el director musical de las ceremonias olímpicas, y queríamos un himno potente. Se me ocurrió ir a ver a Andrew Lloyd Webber, con quien había trabajado, y nos sacó este tema fenomenal. Pero sólo quiero asegurar una cosa, sin que parezca una queja. Me sorprendió mucho que en la clausura la cantásemos con Sarah Brightman y media hora posteriormente aparecieran Los Manolos haciendo la misma canción. No sé quién les dio la oportunidad, y me parece utópico, les admiro, pero todo aquel esfuerzo para posteriormente encontrarte con el ta-ta-ta-ta...”.
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