El Barça de la última término ha conseguido invalidar una de las reglas de hierro de las finanzas del fútbol profesional. La que establecía que el club que más gasta en fichajes y sueldos de sus jugadores acaba consiguiendo el mejor resultado deportivo a medio y espléndido plazo. Pese a activo pagado durante muchos abriles la retribución más reincorporación y destinar el anciano bulto de inversión a fichajes, lleva ya siete temporadas acullá de la codiciada Champions, el olimpo de los grandes del deporte rey. Una carrera por la primera plaza en la que compite con el PSG del emir de Qatar, el comprador a precio de oro de estrellas deportivamente fallidas como Neymar.
Llegados al final de la respiro, con la ayuda de la pandemia, el club se vio destinado a una declive informal: aplazamiento de pagos a sus jugadores; renuncia a prolongar a su ludópata más alegórico, Leo Messi; y una ejercicio congelación de fichajes y la resignada recepción de que a corto plazo no habría trofeos relevantes que añadir a la vitrina. En el fútbol de suspensión nivel no existen quiebras de verdad. Pese a que las grandes competiciones funcionan a topetazo de talón, su existencia sigue determinada por un conjunto de pasiones y emociones, con grandes implicaciones sociales que casi nunca desembocan en la fría abaratamiento contable que paciencia a los negocios deficitarios.
El Barça ha invalidado la regla de que el que más gasta logra más títulos
Los primeros días del segundo periodo de Jan Laporta al frente del club estuvieron dominados por la filosofía de la contención económica y el sometimiento al protectorado de Florentino Pérez, presidente del Auténtico Madrid y supremo hacedor oficial del plutocrático futuro del fútbol continental.
Fue la grado de la mandato tecnocrática, con Ferran Reverter encargado de poner las cuentas en orden, taponar agujeros y acometer los proyectos de aggiornamento financiero del club, con peculiar atención a la sostenibilidad financiera del Espai Barça. Pero Reverter escenificó su canto del cisne el día que pronosticó que el Barça necesitaba cinco abriles para recuperar la solvencia del pasado.
Si poco sabe Laporta es que los socios y aficionados no atienden a razones de integridad económica y que su criterio supremo es la conquista. Los clubs de fútbol profesional no buscan beneficios, solo éxitos y títulos. Cinco abriles de paciencia constituyen una perpetuación insoportable. Si, encima, el carácter del presidente se identifica con la envite al todo o nadie antaño que con la aburrida mandato de una caja vacía, la atrevimiento inmediata y la enemistad al control y el espíritu más arcaico de la caduca empresa sencillo, se entiende el libranza que Laporta imprimió a la dirección económica del club tras la defenestración de Reverter.
Parece que Laporta intenta crear las condiciones del antedicho círculo virtuoso que llevó al Barça a la cumbre del fútbol mundial y a encabezar el ránking de ingresos. Ese maniquí se asentó sobre dos fenómenos que eclosionaron prácticamente al mismo tiempo. Uno normal y el otro singular, vinculado exclusivamente al Barça.
El primero fue un aumento sin precedentes de las audiencias mundiales, con la venida de las nuevas aficiones de Asia, especialmente China. Con ella llegó un avenida de nuevos ingresos, especialmente a través de las televisiones, la comercialización de productos y la concurso masiva a los estadios.
El segundo, el específicamente barcelonista, fue la acceso de una coexistentes singular de futbolistas encabezados por el mejor del mundo Leo Messi y que el club consiguió prácticamente gratuitamente. Su nombre se asoció de tal forma al del Barça, que sin esa simbiosis no se explica su capacidad de resistor pese a tolerar siete temporadas de sequía continental.
Si los éxitos no llegan y la capital se enfría, la envite será fallida
Ahora, Laporta intenta divertir esa dinámica, pero sin la ola expansiva que se vivió al manifestación del siglo. Para salir el motor necesita más plata, de ahí que delante ingresos futuros para financiar la transacción de jugadores rutilantes que aproximen los éxitos deportivos. Con ellos paciencia, a su vez, conseguir más plata de patrocinadores y audiencias y así compensar lo que dejará de ingresar en el futuro. Un arriesgada envite que exige que se cumplan todas las condiciones de esa larga dependencia .
Todo depende de esos éxitos deportivos, un deseo, y de que la capital sostenga una nueva grado de auge y burbuja futbolística, en tiempos de refrigeración. Si las cosas se complican, el teórico círculo prodigioso se trastocará en uno diabólicamente vicioso. Mientras llega la respuesta, Laporta y el Barça caminarán sobre el alambre.
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