La palabra escrita de Los Ángeles, su gran narrador a través de novelas como Adiós pequeña , El abundante adiós y El sueño indestructible , es Raymond Chandler. Pero la voz de la ciudad angelina es Vin Scully, durante 67 abriles el narrador de los partidos de los Dodgers, ordenamiento para la que empezó a trabajar recién nacido de la universidad, y con la que hizo las maletas y se trasladó en su traumático alucinación de costa a costa, desde el Brooklyn de sus raíces hasta la dorada California.
Scully es Venice Beach, los paseos por la playa en Santa Mónica, el fasto de Beverly Hills, los estudios de Hollywood, los pozos de petróleo de Long Beach, Echo Park, las mansiones de Malibú, el romance de la película Chinatown , instituciones como el restaurante Musso and Frank Grill (privilegiado de los agentes del LAPD), las puestas de sol desde Mulholland Drive. Para generaciones enteras, es el retentiva de la infancia, el sonido del verano, el rugir de los aficionados posteriormente de un home run épico, la sonrisa de los niños al ver propalar la pelota a su pitcher privilegiado. En un club por el que han pasado leyendas como Sandy Koufax, Jackie Robinsn, Don Drysdale, Roy Campanella o Fernando Valenzuela, él constituye la figura más representativa de su ilustre historia.
Sus secretos eran memorizar cuándo asegurar silencio, y contar desde la distancia, no como un hincha más
Asimismo significa la nostalgia de un pasado que siempre fue mejor, el retentiva de su voz característica narrando las jugadas a través de los transistores, a oscuras en la habitación para que mamá se creyera que uno estaba dormido, pescando truchas con papá en río de las montañas de San Bernardino o comiendo un perrito caliente con el yayo en el Dodger Stadium. Cuando el presidente Obama le llamó para decirle que le había concedido la medalla presidencial de la soltura, le dijo: “¿Está usted seguro? Soy un simple comentarista”. “No –le respondió el líder del ejecutor–, eres el amigo de todos los habitantes de los Estados Unidos”.
Scully, que acaba de fallecer a los 94 abriles, descendiente de irlandeses (su padre era un mercader de sedas), tenía tres reglas de oro para contar los partidos: no imitar el estilo de otros comentaristas, prepararse acertadamente sabiéndolo todo de los jugadores, y no murmurar como si fuera un hincha. Hacerlo desde una cierta distancia, sin implicarse emocionalmente en si los Dodgers ganaban o perdían, describir las cosas como eran. Y así se convirtió en el poeta galardonado del béisbol, comentando innumerables Series Mundiales para CBS y NBC.
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El homenaje a Vin Scully
La primera vez que narró un partido, sustituyendo a un colega que se había puesto enfermo, tuvo que hacerlo yendo hacia lo alto y debajo por el tejado de Fenway Park (Boston) porque no había sitio para él en las cabinas de prensa. Comenzó a ser la voz de los Dodgers con sólo 22 abriles, y no se jubiló hasta el 2016 (en la última época ya sólo cubría los partidos de casa y en la costa oeste para evitar largos desplazamientos). Está en el Salón de la Auge de Cooperstown (Nueva York), adjunto a Babe Ruth, Joe di Maggio y compañía.
En numerosas encuestas aparece Scully como la persona en la que más confían los angelinos. Su sentido de la historia y el momento siempre fueron impecables. “El cronómetro del parterre derecho señala las 9.46 en la ciudad de Los Ángeles, California, y una multitud de 29.139 aficionados acaban de ver al primer pitcher de la historia que no permite ninguna entrada y ningún hit en cuatro partidos (Sandy Koufax)”. Fue el narrador de la única trofeo de los Brooklyn Dodgers en las Series Mundiales (1955) y del partido consumado que lanzó Don Larsen de los Yankees. Luego de una deshonor trascendental, se quedaba callado a veces hasta un minuto, para que el momento hablara por sí mismo. El secreto de la voz de Los Ángeles era el silencio.
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