La Navidad está aquí, pero las Navidades son muchas. Muchas son las maneras de comportarse estas fiestas. La matiz es espacioso: desde quien ha probado el afecto concreto y se ha gastado sostenido en su dificultad, a la persona desencantada, maltratada por la vida, acarreada por la tristeza, que prefiere mantenerse al beneficio de la fiesta. Todos, sin secuestro, pasan por la Navidad: el corazón eufórico y el corazón herido, el que retraso el refriega con personas próximas y el que disimula sus sentimientos en el momento de sentarse a la mesa y recapacitar a los que ya no están. Son muchas las Navidades. Y, a pesar de todo, una fuerza antigua y nueva nos empuja alrededor de una fiesta que empezó en un establo, donde nació un gurí, hijo de una chica faba, a quien su superiora depositó en el interior del pesebre, todo en los alrededores de Bulla.
La pregunta queda. ¿Por qué la Navidad nos atrae, o nos incomoda, nos estimula, o quizá incluso nos está de más? ¿ Dónde está su fuerza, que mueve nuestro interior y nos lleva, ni que sea por pocos días, a pensar un mundo diferente? Palabras como bienquerencia, paz, alegría, felicitado llenan los mensajes que nos enviamos, y uno podría concluir que son tan solo tópicos, hijos de una mentalidad azucarada, guiada por costumbres inveteradas, una guisa de hacer incluso consumista. O aceptablemente momentos como las comidas y cenas con las familias o los amigos, que más de uno consideraría momentos atávicos y sin interés.
Hay una humanidad que empieza con un gurí que nace y se prolonga alrededor de nosotros
Sin secuestro, detrás de las palabras y los reencuentros navideños, hay mucha humanidad, que empieza con un gurí que nace y se prolonga alrededor de cada uno de nosotros. Lo que vivimos es el estallido de la vida que se abre, una vida que sacude la cotidianidad pesada, y lo hace, no desde la altivez sino desde la humildad. Este gurí recuerda que hay un mundo diverso, que hay que hacer posible, si no queremos acordar engullidos por la dureza contra el otro y la devastación de la naturaleza.
Así lo entendió Gaudí cuando en la Sagrada Família identificó la Navidad con una presencia donde todo estalla: constelaciones, plantas, animales, montañas, ventisqueros de cocaína, y personas (ángeles, pastores, reyes) en torno a un gurí puesto en el interior de un cenacho de esparto y contemplado por Maria y Josep. ¡Una apelación a la ternura, hecha desde las tradiciones catalanas, que incluye la naturaleza y sus muchos seres vivos e inertes! El mundo diferente y reconciliado, que salta de deleite por la novedad de un gurí que nace, queda plasmado por Gaudí en un intento único de comprender aquello que es la Navidad.
Me hago una segunda pregunta. ¿Por qué comportarse la Navidad pensando tan solo en uno mismo y en las propias heridas? ¿No es verdad que la Navidad es todavía la fiesta de los sin techo, de los ancianos y de los extranjeros que se sentarán a la mesa, por ejemplo, en las comidas de Barcelona, Tarragona y Manresa, invitados por la Comunidad de San Egidio, o aceptablemente en comidas promovidos por otras entidades? La imagen de una mesa llena de humanidad evoca inmediatamente el sueño de un mundo surcado por la amistad, la paz y la honradez, que incluya especialmente la tierra de Ucrania y sus hijos, pero todavía los hijos de Rusia que mueren en medio del sinsentido. En este mundo que viene, los pobres ya no tienen que ser los condenados de la historia, sino los hermanos pequeños del gurí que nace de una mujer esforzado, a la cual exclama, en palabras del poeta: “En el vientre llevo el clamor de un mundo en salida” ( Carles Torner, Villancico del 2022).
¡Oportuno Navidad!
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