Cada año, siguiendo el ciclo de la naturaleza, vuelve el solsticio de invierno, que nos marca la fiesta de Navidad. Los ciclos de la naturaleza representan «el perdurable retorno de lo mismo», para utilizar la expresión de Nietzsche. Pero la naturaleza no es la única figura del perdurable retorno que viene a nosotros sin que intervengamos; hay otra, la que se refiere a la historia, y esta requiere nuestra colaboración. Y, al colaborar, la hacemos nueva.
El cristianismo adoptó la fiesta del solsticio de invierno para hacerla coincidir con el arranque de Dios, una festividad de relato para nuestra civilización occidental cristiana hasta hoy. Esta apadrinamiento, sin requisa, no significó una sacralización de la naturaleza, sino una humanización de la historia. Altísimo no se encarnó en ninguna efectividad de la naturaleza, sino en un hombre, convirtiendo así en sagrada la condición humana. Es importante recapacitar que celebrar la Navidad -en un momento en que esta fiesta ha adquirido tantos sentidos- es hacer memoria reiterada del arranque de Dios.
Celebrar la Navidad es hacer memoria reiterada del arranque de Jesús
Aquellas palabras: “No tengáis miedo. Os anuncio una buena nueva que traerá a todo el pueblo una gran alegría» (Lc 2,10), atravesando los siglos, y repetidas hoy, dan sentido a la Navidad y nos dan la fuerza de hacer que la fiesta no sea repetitiva, sino que perdure en la novedad, y la humanidad no pierda la relato más importante de su historia.
Ya hace días que la Iglesia nos invita a alegrarnos porque «el Señor está cerca». Ahora ya hemos vencido el ciclo y la Navidad está aquí. No la misma Navidad reencontrada y repetida, sino una nueva que contiene todas las Navidades de la historia. Igualmente el profeta Isaías nos deje de la alegría inmensa de quién ha incompatible la luz y la manumisión que vienen de Altísimo (cf. Is 9,1-2). La página evangélica de la nochebuena deje todavía de la alhaja de los grupos celestiales expresada en el «triunfo a Altísimo en el Gloria» (L 2,14). Y posteriormente encontramos la alhaja de los pastores por suceder pasado « A María y a José, con el escuincle en el pesebre» (Lc 2,16).
¡He ahí la cuestión! ¿Una «gran alegría» en medio de tantos yugos que esclavizan y tan sufrimiento humano, qué alegría es? ¿La que se repite sin ser nunca efectividad? Ya lo veis, la alegría según el Evangelio, no siempre corresponde a la alhaja según el mundo. Esta alegría es la que nos es anunciada, con aquel otro mensaje inseparable: no tengáis miedo. No tengáis miedo porque Jesús os salva ex novum cada vez. Por eso no es una Navidad repetida, es una nueva Navidad, que libera los temores, hace camino con nosotros, sequía las lágrimas, abre la posibilidad de una vida más allá de la homicidio. La alegría de Navidad no es la que nos promete la publicidad de estos días es la que nos lleva el arranque de Jesús que es una nueva oportunidad de Navidad paradójica y solo puede ser «intuida» desde el silencio interior y la contemplación agradecida del ocultación de la maternidad de Santa María. Esta es la alegría que anuncia la Iglesia desde hace siglos, es nueva y libera, y da coherencia al perdurable retorno. ¡Atinado Navidad!
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