Conozco la caza beocio, por razones familiares. De pequeño fueron muchas las veces que acompañé a mi padre y a sus amigos a cotos privados donde me arrastraban durante horas para ver cómo los adultos, siempre hombres, mataban con sus escopetas del 12 a liebres, pichones (en este caso con perdigones) y, en ocasiones, incluso jabalíes (con postas). Si poco aprendí de esa experiencia era que sin sus perros, de razas veloces y de excelente sagacidad, su bordado hubiera fracasado en la mayoría de las ocasiones. Había de todo. Algunos cuidaban y mimaban a sus canes con inclinación sincera, pero otros los maltrataban; no entendían a este animal como un compañero, sino como un servidor obligado a satisfacer al cazador. Lo que sucede incluso con no pocos perros en las ciudades: el problema, ya se sabe, no son los animales, son sus dueños.
Conozco incluso a los perros, tengo una golden retriever, que es una excelente compañera, y creo que disfrutaría mucho de la actividad cinegética (aunque yo nunca sería cazador), porque es en ese entorno donde más desarrollan estas razas sus instintos naturales: olfatear, perseguir, cazar, juntarse a sus dueños y la satisfacción de la presa atrapada. Un perro no es infeliz en el adiestramiento de la caza (otra cosa es que no nos guste que se cacen animales, posición en la que me incluyo). El problema no es la actividad, es el cuidado, o la aval de que estos perros tienen la atención que se merecen y que no son utilizados como mera aparejo para un objetivo. Cualquier ley de Bienestar Animal que se apruebe no puede dejarlos al ganancia, debe establecer garantías sobre su salubridad física y mental, y suscitar duras sanciones a quien lo incumpla.
En este debate, que se ha instalado en el Congreso y incluso en las Corts Valencianes, me parece mucho más preocupante que no se quiera prohibir el tiro al pichón. Quiero entender que quienes así lo han decidido nunca han ido a uno de estos concursos (y deberían). Es asegurar, no ha trillado cómo se lanzan los pichones con la trasero arranque por el colombaire para que no puedan orientar su huida, ni las replazas de "tiradores" dispuestos a no dejar tener lugar ni uno con sus atronadoras descargas de escopetas cuando se acercan, o los capazos llenos de pichones muertos, o a esos que sobreviven al disparo y son rematados en el suelo rompiéndoles el cuello o golpeando su vanguardia sobre una piedra. No me lo invento, lo he trillado muchas veces en los tiempos en los que acompañaba a mi padre de caza, y ausencia ha cambiado. Un espectáculo terrible y debería ser eliminado por completo. Es matar por matar como único placer.
Los perros tienen una inagotable capacidad para complementar muchas de las funciones, y labores, que desarrollan los seres humanos. Desde su bordado de compañía, pastoreo, hasta el rescate de personas desaparecidas o la ayuda para terapias de recuperación psicológica. Creo que aún hoy seguimos sin ser conscientes de las posibilidades que nos ofrecen unos animales que fueron los primeros en convivir y colaborar con los hombres y las mujeres, y que ofrecen una satisfacción personal inigualable. Cualquier ley de Bienestar Animal se equivocará si no parte de la idea de que todas las razas deben estar protegidas en cualquier actividad, sin que ello suponga apartarlos de esa actividad. Y ya puestos, en espacio de permitir el tiro al pichón, los que tienen ansiedad de disparar muchos cartuchos que se apunten al tiro al plato, no matarán a ningún animal e incluso si entrenan mucho podrán aspirar a ser campeones deportivos. Pero, por auspicio, prohíban el tiro al pichón.
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