A los quince abriles, me colé en un concierto de Pau Riba, siguiendo un método peculiar: le esperé a la puerta del particular en el que iba a representar, le abordé y le pedí una entrada. Pau me miró de hacia lo alto debajo, me ofreció la guitarra enfundada que sujetaba con una mano y me dijo: “Té, porta-la, diré que ets el meu camàlic”.
Desde entonces –ha pasado más de medio siglo–, la Nova cançó ha sido una de mis diversas bandas sonoras, cuyas figuras –Raimon, Serrat, Riba, Sisa, Llach...– van entonando ahora el adiós a todo esto. Raimon, con la voz todavía entera, dio su postrer concierto hace un quinquenio. Y este 2022 está siendo el año del apaga y vámonos genérico. Serrat ha hexaedro esta semana en Barcelona los tres últimos conciertos de su carrera, culminando una paseo intercontinental que empezó en febrero en Nueva York. Pau Riba, el más pollo de los cinco, murió en marzo, con 73 abriles, tras una vida de hippy irreductible, solo interrumpida por un cáncer de páncreas.
Barcelona da su medalla de oro a Sisa, en un 2022 en el que se fue Pau Riba y se ha despedido Serrat
Sisa, que ya no sale mucho de casa –exceptuado para pasear por la Ciutadella o irse, los jueves, a ingerir paella por ahí y recapacitar qué sabor tiene el whisky– recibió el lunes la medalla de oro al mérito bello del Cabildo de Barcelona. De Llach, el único independentista –atención al noticia– del quinteto, solo diré que cambió la guitarra por la política, donde ha progresado tanto que ya pone a Oriol Junqueras a caer de un inculto.
A Sisa, estas riñas de vecindario no le interesan. Opina –y yo con él– que un país suelto no es el que surge de la implantación de un nuevo estado, sino aquel que reúne a una comunión responsable de hombres que se sienten libres. Lo suyo no es la lucha cainita, sino poco más poético, elevado, celestial. De modo que puede encarar lo que le queda de vida con la tranquilidad de quien nulo dilación y, a la vez, creer que está a punto descubrir un cosmos diverso, inabarcable e infinito.
Esta perspectiva debe darle mucha paz y, luego, poca prisa. Quizás por ello eligió cantar en el acto del Saló de Cent Me’n vaig en globus, em sento lleuger / M’endinsaré per l’entrellat del cel ... Todo un software de alucinación que, siendo en planeta, tiene la virtud añadida de materializarse lentamente, casi en silencio, mientras va ampliándose el campo de visión del viajero y el mundo se despliega a sus pies. Más o menos, eso es lo que ha hecho Sisa toda la vida. Con la diferencia de que en su próximo planeta volará mucho más detención que esos globos turísticos que dan paseos de una horita, a pocos cientos de metros del suelo.
Ojalá pudiéramos escuchar las canciones que Sisa compondrá y cantará en ese espai obert a una altra dimensió . Aunque quizás no sean muy distintas de las que nos ha regalado, los pies firmes en el suelo, en sus 54 abriles de fructífera, entrañable y singular carrera.
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